lunes, 18 de enero de 2021

Viaje a la India (Capítulo 49)

Una tarde descubriendo Benarés

La primera parada del tour fue un templo que estaba en los jardines de la Universidad hindú de la ciudad, cuyas facultades, de estilo colonial, se extendían durante un buen trecho. El recinto sagrado en realidad era una copia de otro llamado exactamente igual, el Templo de Vishwanath, al que sólo podían acceder hindúes, situado a orillas del Ganges, en los ghats más El que visité en grupo se le conocía como el New Vishwanath Temple (templo nuevo de Vishwanat) o templo Birla, en recuerdo a la familia empresarial que lo levantó.


Consistía en un pequeño altar al que los devotos ofrecían ofrendas, también dinero, y un sacerdote recogía la recaudación. Estaba dedicado a Shiva y a su mujer Parvat. Al salir nos topamos con la estatua de una vaca blanca descansando. La costumbre (o superstición según se mire) marcaba rodearla por la izquierda y pedirle un deseo a su oreja derecha. Eso sí, un sacerdote que estaba a su vera, tras pagarle te ponía el tercer ojo y una pulsera (de protección). Como la fe no debería costar dinero y no hace falta pedir deseos a una vaca esculpida, los recordé mentalmente por mi propia cuenta. (1)


El segundo templo que visitamos fue Sankat Mochan HanumanTemple, dedicado al dios Hanuman (El dios mono), que, según la tradición había rescatado a la mujer de Shiva del secuestro del enemigo en la isla de Sri Lanka). Los martes y los jueves eran los días señalados para que los fieles demostraran su fervor religioso a base de ofrendas, dulces guardados en cajitas. Para conseguirlos no hacía falta ir muy lejos, a la entrada había un negocio, supongo que a buen precio. Como el anterior arquitectónicamente hablando no despertaba gran interés. Había sido construido en el siglo XVIII y posteriormente había sido pintado con un “discreto” color naranja, sobre todo, las columnas. (1)


Allí el guía nos comentó la gran creencia de los hindúes por la astrologías, aspecto que desconocía y que me llamó la atención. Al marcharnos, nos encontramos con algún mono que deambulaba por los jardines, del cual el guía nos avisó que tuviéramos cuidado, pues solían robar cosas que les llamaban la atención, sobre todo, comida, claro.

El recorrido incluía un último lugar sagrado. El de Durga. Uno de los más conocidos de la ciudad, también como el de los monos, aunque no vi muchos. Estaba dedicado a la reencarnación, cuyo día de culto era los viernes. En esta ocasión estaba pintado de un rojo intenso, y lo anecdótico es que estaba bastante encharcado pues lo estaban limpiando a manguerazos. Como, para entrar había que descalzarse, también me quité los calcetines. (1)


Llegamos al hostel a media tarde, perfecto para ir a la estación de trenes, el tuk que me había traído el primer día ya me estaba esperando en la puerta. La verdad es que como había conocido a tantos no me acordaba de su cara. Aún me quedaba por hacer algo importante: imprimir las tarjetas de embarque de los vuelos, lo que me pedí que me lo hicieran en el albergue y no hubo ningún problema. A continuación, fui a por mis cosas que estaban en la habitación de Ángela, ya que había dejado la habitación por la mañana para realizar el check-out. Me despedí de la gente del hostel y de Ángela y me dirigí a la estación.

El tráfico era mortal y el chófer del tuk no tenía mucha prisa en llegar, es más, paró en una fuente tranquilamente para saciar su sed. Afortunadamente tenía tiempo de sobra antes de que partiera el último tren. Me recordó que en las grandes urbes indias en las que había estado la prisa era algo habitual entre sus habitantes. Durante ese momento de pausa, un niño aprovechó para acercar con un único globo en la mano que vendía por 10 rupias, que le dí, pero rechacé el globo.

Tras aquel receso, le dije bromeando al chófer entre risas: “al aeropuerto...” Enseguida cambié de destino: la estación de trenes. Durante el recorrido le había comentado al tuk aquel tren me llevaría a Delhi y desde la capital ya volvía a España.

Al llegar, sabiendo lo que le había contado, me pidió un regalo, “no pierden ocasión” pensé. Le quise dar un bolígrafo, pero muy diplomático y sincero me dijo que no era estudiante. Como tonto no era (ni yo tampoco) se había fijado en mis gafas de sol que llevaba en el bolsillo de la camisa. Al final, le di dos bolígrafos para sus hijos (que seguro que les haría ilusión).


(1) Tras reescribir el texto, no recuerdo por qué no conservo fotos de estos lugares; quizá porque no estaba permitido o me quedé sin batería de la cámara por un descuido. Tampoco le daría mucha importancia en su momento porque no se me ocurrió elaborar el blog-diario. En su lugar he “robado” alguna foto fácilmente localizables en la red.





domingo, 10 de enero de 2021

Viaje a la India (Capítulo 48)

Un amanecer surcando el Ganges en Benarés

Al día siguiente, al amanecer a la hora convenida, ya estaba preparado para surcar las aguas del Ganges, a la incursión fluvial también se había apuntado la mujer “española” (pero en realidad era argentina). De Buenos Aires, cincuenta y pico años con un peinado juvenil y gafas.

Nos pasamos el paseo hablando e intentando descifrar lo que decía nuestro guía y capitán de barco (a motor). La amiga argentina, Ángela, sabía menos inglés que yo y ambos nos esforzamos por entenderle. .

Mientras comentábamos las anécdotas de nuestros respectivos viajes, por ejemplo, la gran cantidad de fotos que habíamos hecho, pudimos disfrutar del Ganges en calma, la tranquilidad del lugar bajo un disco rojo. Yo estaba expectante por ver los crematorios. Después de un rato llegamos a él. Se amontonaban pilas y pilas de leña bastante ordenadas. Había tres niveles según el terreno. En la parte inferior se incineraban los más pobres (las castas inferiores), según nos contó el barquero, y en el nivel más elevado los más ricos. Parece ser que para que te quemen, después de morir, claro, hay que pagar 10.000 rupias, que no es poco. Es el único lugar de la India en el que las cremaciones funcionan 24 horas al día, vamos siempre están de guardia. El guía nos comentó otros detalles como que el cadáver tardaba cuatro horas en reducirse a cenizas y si una parte no se quemaba la tiraban al río. (No vi nada desde la barca). Nos quedamos algo más apostados frente a aquel lugar, al que no se podían hacer fotos por respeto de los finados, (aunque me lo comentó un poco tarde). Ángela no dejaba de hablar y hablar y no prestaba mucha atención al proceso que teníamos ante nuestros ojos. Empezaron a preparar un par de hogueras para dos muertos que acababan de llevar envueltos en bolsas herméticas, de color claro y opacas. Tras unos minutos, regresamos al hostel. El proceso llevaba su tiempo, por lo menos, aquel y no llegamos a ver cómo encendían las brasas. Otros cadáveres próximos humeaban débilmente. El estómago ya me estaba avisando de que necesitaba provisiones. Llegamos sobre las 8, pero hasta media hora más tarde no prepararían el desayuno, por lo que decidimos preguntar en un guest house vecino si nos darían de desayunar y tuvimos suerte. No había cogido dinero, por lo que quise pasar antes por la habitación, pero me invitó Ángela y se lo pagué después, aunque no me dejó que abonara todo.




 

Al volver al hostel volvimos a degustar el ágape matutino que ofrecía el hostel (ya que estaba incluido en el precio) y así pasé parte de la mañana. Me quedaba dar una vuelta para comprar algún recuerdo. Pensé en unos chales, pero tampoco quería pasar mucho tiempo mirando tiendas. Había unas cuantas cercanas al hostel. Entré en una y regateé el precio a un joven al que le compré dos y en otra tienda compré otro. Me quedaba comprar algo de incienso (el de verdad), en Pushkar había encontrado unos buenos puñados muy baratos por 50 rupias. Aquí se había multiplicado su precio por tres. Continué por una calle principal, aunque era estrecha y sinuosa que daba al ghat de las ceremonias y se abría a una gran plaza con puestos de comida. Me dirigí hacia una avenida con innumerables vehículos y comercios de seda. De vuelta al hostel me atosigaron unos cuantos vendedores que, desde las puertas de sus tiendas, me tentaban para entrar en sus comercios. Seguí a uno por curiosidad, con la firme intención de no comprar nada y curiosear. Salí después de echar una ojeada y en otro lugar, compré el incienso que estaba buscando a un precio razonable.

Ya en el albergue, encontré a Ángela y comimos juntos. Por la tarde había decidido contratar el tour que organizaban donde se visitaban los tres templos más importantes de la ciudad. El problema era que no admitían tarjeta bancaria y no tenía suficiente dinero en metálico. No me apetecía cambiar más dinero. Se lo comenté a Ángela me prestó parte del coste y yo puse el resto. Creía que el tour eran 300 rupias, que fue el precio definitivo, pero quería cobrarme 480 rupias, no sé por qué. Durante la comida pedí un plato para llevar (que sería la cena) que pagué con la tarjeta de crédito. No me pensaba gastar mucho más.

A la excursión fuimos seis personas, incluido el chófer, una pareja de canadienses, (el chico sólamente para él ya necesitaba un tuk de lo enorme que era y su chica, una rubia guapísima y más menuda), Ángela, el guía y yo.







lunes, 4 de enero de 2021

Viaje a la India (Capítulo 47)

 

Llegada a Benarés

La hora prevista para llegar a Benarés era a las 11 de la mañana, pero estuvimos parados un buen rato y hasta mediodía no pisé la ciudad santa. Curiosamente la pareja que había conocido en el viaje, bajaron antes que yo y ni siquiera se despidieron. No había desayunado, pero tampoco tenía mucha hambre.          

Ya en la estación, me abordó un anciano con un turbante y me lanzó la palabra mágica, tuk, tuk. Contraataqué con mi “hechizo”; breakfast and reservation office. El anciano me siguió. En la cafetería me sirvieron un chai y con él en la mano, el anciano me guió a la oficina de reservar billetes para comprar mi último billete a Delhi. Era una sala elegante con sofás y sillones de cuero, destinada sólo a turistas, (alguno había). La mujer encargada de atendernos me dijo fríamente que me sentara. Todavía llevaba el chai en la mano y por su mirada juraría que no le hizo gracia. Llegó mi turno, pero la mujer insistió en que terminara el chai y obedecí. Cuando acabé me acerqué a la mesa, entonces me indicó que le tocaba a una pareja. Me miraron estupefactos, pero no se atrevieron a decirle que yo estaba antes. “Señor, dame paciencia”, pensé. Rellené el conocido papelito y, aunque me equivoqué en un apartado, tuve que reescribirlo. Me imaginé que no era el mejor día para ella. Elegí el trayecto de 700 rupias y salí creyendo que el anciano me seguría esperando, pero no. Le tendría que buscar yo. También es verdad que caí en la cuenta que podía ser un gancho porque tan mayor no sé si podría conducir. De repente lo vi hacia mí y fui a su encuentro. Era el enlace o gancho, me pidió 300 rupias. Como me pareció algo desproporcionado, quedamos en 220, aunque después le dí algo más. Nos pusimos de acuerdo que me llevaría a la estación al día siguiente.

El hostel estaba muy cerca del río sagrado, el Ganges, tras registrarme, me duché, hice la colada y comí algo en la terraza. Me informaron que organizaban tres tours, uno de ellos por el Ganges de 2 horas por 300 rupias. Sonaba interesante, pero ¡ojo! A las 5,30 de la mañana! Me quedé pensando hasta que por la tarde decidí reservarlo. Tras echarme la siesta (más que nunca sagrada) ¡En la gloria! ¿qué hacer por la tarde? Decidí ir a los ghats (estrechas escaleras que daban al Ganges) para ver ceremonias o cremaciones (no sé muy bien donde las hacían). Lo primero sí que lo encontré fácilmente, tras serpentear calles estrechas, sinuosas en las que se sucedían pequeñas tiendas, modestos templos, vacas, motos, pero sin aglomeraciones.


En aquel momento comenzaban dos ceremonias una al lado de la otra, aunque me quedé cerca de una, me fui a la otra, ya que la podía ver mejor. Desde allí saqué unas fotos y algún video. El ritual duró una hora y me apreció algo repetitiva, se acompañaba con música de fondo, campanas y una sucesión de objetos que aireaban como plumeros, lámparas de fuego y abanicos. Al terminar, me di una vuelta por los alrededores y me volví al hostel. A lo lejos había visto unas fogatas, los crematorios humanos, pensé que me podría acercarme, pero quizá los viera mejor en la excursión del día siguiente al amanecer. Cené en la terraza del hostel, donde había una mujer estaba cenando con un grupo de ¿norteamericanos? Por su reconocible inglés pensé que era española. Al llegar a la habitación, no estaba solo, había una pareja. Cada uno en su cama y la chica en ropa interior y una toalla le tapaba de cintura para abajo. No tardé en dormirme.