Un amanecer surcando el Ganges en Benarés
Al día siguiente, al amanecer a la hora convenida, ya estaba preparado para surcar las aguas del Ganges, a la incursión fluvial también se había apuntado la mujer “española” (pero en realidad era argentina). De Buenos Aires, cincuenta y pico años con un peinado juvenil y gafas.
Nos pasamos el paseo hablando e intentando descifrar lo que decía nuestro guía y capitán de barco (a motor). La amiga argentina, Ángela, sabía menos inglés que yo y ambos nos esforzamos por entenderle. .
Mientras comentábamos las anécdotas de nuestros respectivos viajes, por ejemplo, la gran cantidad de fotos que habíamos hecho, pudimos disfrutar del Ganges en calma, la tranquilidad del lugar bajo un disco rojo. Yo estaba expectante por ver los crematorios. Después de un rato llegamos a él. Se amontonaban pilas y pilas de leña bastante ordenadas. Había tres niveles según el terreno. En la parte inferior se incineraban los más pobres (las castas inferiores), según nos contó el barquero, y en el nivel más elevado los más ricos. Parece ser que para que te quemen, después de morir, claro, hay que pagar 10.000 rupias, que no es poco. Es el único lugar de la India en el que las cremaciones funcionan 24 horas al día, vamos siempre están de guardia. El guía nos comentó otros detalles como que el cadáver tardaba cuatro horas en reducirse a cenizas y si una parte no se quemaba la tiraban al río. (No vi nada desde la barca). Nos quedamos algo más apostados frente a aquel lugar, al que no se podían hacer fotos por respeto de los finados, (aunque me lo comentó un poco tarde). Ángela no dejaba de hablar y hablar y no prestaba mucha atención al proceso que teníamos ante nuestros ojos. Empezaron a preparar un par de hogueras para dos muertos que acababan de llevar envueltos en bolsas herméticas, de color claro y opacas. Tras unos minutos, regresamos al hostel. El proceso llevaba su tiempo, por lo menos, aquel y no llegamos a ver cómo encendían las brasas. Otros cadáveres próximos humeaban débilmente. El estómago ya me estaba avisando de que necesitaba provisiones. Llegamos sobre las 8, pero hasta media hora más tarde no prepararían el desayuno, por lo que decidimos preguntar en un guest house vecino si nos darían de desayunar y tuvimos suerte. No había cogido dinero, por lo que quise pasar antes por la habitación, pero me invitó Ángela y se lo pagué después, aunque no me dejó que abonara todo.
Al volver al hostel volvimos a degustar el ágape matutino que ofrecía el hostel (ya que estaba incluido en el precio) y así pasé parte de la mañana. Me quedaba dar una vuelta para comprar algún recuerdo. Pensé en unos chales, pero tampoco quería pasar mucho tiempo mirando tiendas. Había unas cuantas cercanas al hostel. Entré en una y regateé el precio a un joven al que le compré dos y en otra tienda compré otro. Me quedaba comprar algo de incienso (el de verdad), en Pushkar había encontrado unos buenos puñados muy baratos por 50 rupias. Aquí se había multiplicado su precio por tres. Continué por una calle principal, aunque era estrecha y sinuosa que daba al ghat de las ceremonias y se abría a una gran plaza con puestos de comida. Me dirigí hacia una avenida con innumerables vehículos y comercios de seda. De vuelta al hostel me atosigaron unos cuantos vendedores que, desde las puertas de sus tiendas, me tentaban para entrar en sus comercios. Seguí a uno por curiosidad, con la firme intención de no comprar nada y curiosear. Salí después de echar una ojeada y en otro lugar, compré el incienso que estaba buscando a un precio razonable.
Ya en el albergue, encontré a Ángela y comimos juntos. Por la tarde había decidido contratar el tour que organizaban donde se visitaban los tres templos más importantes de la ciudad. El problema era que no admitían tarjeta bancaria y no tenía suficiente dinero en metálico. No me apetecía cambiar más dinero. Se lo comenté a Ángela me prestó parte del coste y yo puse el resto. Creía que el tour eran 300 rupias, que fue el precio definitivo, pero quería cobrarme 480 rupias, no sé por qué. Durante la comida pedí un plato para llevar (que sería la cena) que pagué con la tarjeta de crédito. No me pensaba gastar mucho más.
A la excursión fuimos seis personas, incluido el chófer, una pareja de canadienses, (el chico sólamente para él ya necesitaba un tuk de lo enorme que era y su chica, una rubia guapísima y más menuda), Ángela, el guía y yo.
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