Llegada a Benarés
La hora prevista para llegar a Benarés era a las 11 de la mañana, pero estuvimos parados un buen rato y hasta mediodía no pisé la ciudad santa. Curiosamente la pareja que había conocido en el viaje, bajaron antes que yo y ni siquiera se despidieron. No había desayunado, pero tampoco tenía mucha hambre.
Ya en la estación, me abordó un anciano con un turbante y me lanzó la palabra mágica, tuk, tuk. Contraataqué con mi “hechizo”; breakfast and reservation office. El anciano me siguió. En la cafetería me sirvieron un chai y con él en la mano, el anciano me guió a la oficina de reservar billetes para comprar mi último billete a Delhi. Era una sala elegante con sofás y sillones de cuero, destinada sólo a turistas, (alguno había). La mujer encargada de atendernos me dijo fríamente que me sentara. Todavía llevaba el chai en la mano y por su mirada juraría que no le hizo gracia. Llegó mi turno, pero la mujer insistió en que terminara el chai y obedecí. Cuando acabé me acerqué a la mesa, entonces me indicó que le tocaba a una pareja. Me miraron estupefactos, pero no se atrevieron a decirle que yo estaba antes. “Señor, dame paciencia”, pensé. Rellené el conocido papelito y, aunque me equivoqué en un apartado, tuve que reescribirlo. Me imaginé que no era el mejor día para ella. Elegí el trayecto de 700 rupias y salí creyendo que el anciano me seguría esperando, pero no. Le tendría que buscar yo. También es verdad que caí en la cuenta que podía ser un gancho porque tan mayor no sé si podría conducir. De repente lo vi hacia mí y fui a su encuentro. Era el enlace o gancho, me pidió 300 rupias. Como me pareció algo desproporcionado, quedamos en 220, aunque después le dí algo más. Nos pusimos de acuerdo que me llevaría a la estación al día siguiente.
El hostel estaba muy cerca del río sagrado, el Ganges, tras registrarme, me duché, hice la colada y comí algo en la terraza. Me informaron que organizaban tres tours, uno de ellos por el Ganges de 2 horas por 300 rupias. Sonaba interesante, pero ¡ojo! A las 5,30 de la mañana! Me quedé pensando hasta que por la tarde decidí reservarlo. Tras echarme la siesta (más que nunca sagrada) ¡En la gloria! ¿qué hacer por la tarde? Decidí ir a los ghats (estrechas escaleras que daban al Ganges) para ver ceremonias o cremaciones (no sé muy bien donde las hacían). Lo primero sí que lo encontré fácilmente, tras serpentear calles estrechas, sinuosas en las que se sucedían pequeñas tiendas, modestos templos, vacas, motos, pero sin aglomeraciones.
En aquel momento comenzaban dos ceremonias una al lado de la otra, aunque me quedé cerca de una, me fui a la otra, ya que la podía ver mejor. Desde allí saqué unas fotos y algún video. El ritual duró una hora y me apreció algo repetitiva, se acompañaba con música de fondo, campanas y una sucesión de objetos que aireaban como plumeros, lámparas de fuego y abanicos. Al terminar, me di una vuelta por los alrededores y me volví al hostel. A lo lejos había visto unas fogatas, los crematorios humanos, pensé que me podría acercarme, pero quizá los viera mejor en la excursión del día siguiente al amanecer. Cené en la terraza del hostel, donde había una mujer estaba cenando con un grupo de ¿norteamericanos? Por su reconocible inglés pensé que era española. Al llegar a la habitación, no estaba solo, había una pareja. Cada uno en su cama y la chica en ropa interior y una toalla le tapaba de cintura para abajo. No tardé en dormirme.
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