viernes, 11 de septiembre de 2020

Viaje a la India (Capítulo 31)

Una tarde en Chittogarg

Tras desayunar y hacer algo de yoga, me quedaba toda la mañana para ir a visitar algún lugar, pues el tren que me llevaría a mi siguiente destino salía a la 13 h. Me decanté por el Folk Museum, que se encontraba a unos dos kilómetros, al norte del hostel. En el vestíbulo del albergue había una chica oriental de piel tostada, habíamos coincidido el día anterior saliendo del hostel. Empezamos a hablar hasta que le dije que me iba al citado museo por si quería acompañarme, a lo que, inesperadamente, aceptó y nos fuimos juntos. Se llamaba Fan (como abanico en inglés). Le indiqué por donde ir siguiendo el mapa de la guía, pero me lié. Puso el google maps y le seguimos fielmente. Nada más salir, doblando la esquina había aparcado un camión de tamaño medio con unos bancos a los lados y una figura tapada por pétalos de flores. un muerto, me dije. Desde la calle se podía ver perfectamente. ¡qué diferente en el mundo occidental, donde es difícil tan siquiera ver el ataúd tras los cristales tintados de los coches fúnebres! A la chica oriental no le gustó verlo.

Durante la media hora de camino me contó que llevaba cuatro meses viajando, no solo por la India y que en unos días volvía a su país.

Ya en el museo, a los pocos minutos de entrar y pagar un precio simbólico, nos condujeron a una sala oscura con un escenario y un haz de luz apuntaba a una marioneta tocando una flauta en compañía de una cobra. Estaba lleno de público familiar. Duró muy poco y al terminar tanto Fan como yo fuimos asediados por los chavales para hacerse fotos y selfies, cual famosos actores de Hollywood (ya sé lo que se siente..jajaja) Puede llegar a ser agotador, aunque acepté encantado. Algunos de “nuestros admiradores” me preguntaron si éramos amigos, pareja y, al ser de diferentes países dónde nos habíamos conocido (rodando una película podría haber sido una ingeniosa respuesta). Tras aquello, aún nos quedaba ver el museo, con el que me deleité. Al salir, todavía tenía tiempo de sobra para volver al albergue y encaminarme a la estación. Nos demoramos un poco porque Fan quería sacar dinero, intentándolo varias veces, pero no tuvo éxito. Aprovechamos para comprar fruta y cerca del hostel nos tomamos un chai (ella un capuchino). Me contó que estaba inquieta por lo que podría ver en Jaipur, su próximo destino. Volvimos al albergue y nos intercambiamos los contactos. Pero, antes de irme, me esperaba una sorpresa. Uno de los empleados del hostel, me preguntó si había pagado, pues no se había apuntado ¿Qué? Me pidió que no me fuera hasta aclarar las cosas. Evidentemente, se habían equivocado y me dirigí a la estación con un tuk.

Cuando llegué, el tren ya estaba en el andén, busqué un lugar donde comprar algo de comida (me quedaban dos plátanos). Ya en el compartimento del tren coincidí con una joven familia con tres niños que iban a Haridwar (les esperaban 20 horas de viaje) y también un matrimonio, que, en cuanto tuvieron ocasión, me pidieron que me cambiara de asiento para que se pudiera tumbar la mujer. El hombre se tiró en la litera superior. Habían esperado a que pasara el mozo con las bolsas con sábanas limpias y dárselas, sin embargo, no sé por qué, al no entregarle el paquete a la mujer, ésta le dio un golpe en el brazo para recriminárselo. ¡Qué carácter!

El viaje duró dos horas y media durante le cual estuve conversando con el joven padre de familia. Su atractiva mujer iba ataviada con el tradicional sari, la cual también se tumbó rápido. Al llegar a Chittogargh faltaban unos minutos para las cuatro de la tarde. Fui a buscar el cloak-room (taquillas) para dejar la mochila. El señor que se encargaba de cobrar me dijo que cerraba a las 20,30 h, y si no venía antes, la sacaría. Entendido, le dije. Más ligero que una pluma, pronto fui asaltado por un tuk que, por un precio razonable, me llevó al mayor recinto amurallado de toda la India. Distaba 6 kilómetros. Le dí algo de propina al llegar, aunque donde me había dejado tenía que caminar unos cuantos metros hasta la entrada, no estaba permitido acercarse más. ¿?

Le pregunté a un hombre que custodiaba la puerta por el horario de cierre. No lo sabía y me dirigió a un guía cercano que acompañaba a una pareja ¡Sunset! Hasta el ocaso. Tenía toda a tarde. El recinto no era tan espectacular como otros, pero sí gigantesco, un perímetro de 5 kilometros de muralla casi intacta con algunas partes en ruinas, templos budistas, jainistas, algún palacio en decadencia y una espectacular torre que dominaba el recinto. Había sido construida en el siglo XV para celebrar la victoria en una batalla militar. Sólo por ella merecía la pena la visita. Incluso se podía subir, tan magnífica por dentro como por fuera, a lo lejos también había otra torre más discreta junto a un templo jainista al que me acerqué al final.


Alrededor de la torre más vistosa se agrupaba la mayoría de la gente, que estaba cerca de varios templos. Y en torno a ese lugar fui solicitado para hacerme unas fotos, ya fuera por el paseo ajardinado como en el interior de la torre. Familias, grupos de amigos, niños. Me requerían incluso cuando me estaba quitando las zapatillas para entrar a la torre (pues también era sagrada). Incluso me hicieron una foto con un pie desnudo y el otro no. Seguí disfrutando de arcos jainistas, templos, bajo la mirada de activos monos que merodeaban cerca. 

Era el único turista forastero aquella tarde, que sin duda, para recordar, y que terminó al anochecer en dirección a la segunda torre. De camino me topé con una cerda y sus jabatos. A la entrada de un templo cercano a la torre había unos chicos que nada más verme me pidieron unas fotos, eran una familia. Acabé retratándome con ellos como un pariente más. La chica adolescente me pidió amistad por las redes sociales. La familia la conformaba la abuela, la madre,hermanos y creo que el novio de la chica. En total 6. Iban en dos motos, en la que me invitaron a subir en una de ellas. Rechacé amablemente sus ofrecimiento, pues estaban bastante aprovechadas. Era hora de buscar un tuk.



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