jueves, 3 de septiembre de 2020

Viaje a la India (Capítulo 30)

Un espectáculo de danza y marionetas en Udaipur

Al salir del palacio, por cierto, según el libro-guía el más grande de Rajastán, tenía hambre y me compré una rica samosa y me dirigí a la orilla del lago Pichola para hacer unas fotos (esta vez de día). No he comentado que Udaipur está rodeado de lagos, es conocida como la Venecia del Este o la ciudad de los lagos, el de mayor tamaño es el que citado que fue construido allá en el siglo XIV por el marajá del momento. Después de esta reseña histórica, volveré al relato. Lo siguiente que hice fue buscar un restaurante donde comer, pero, antes pasé por el hostel para dejar la cámara y si veía a Udit, le podía proponer comer juntos, pero no estaba. Tras la comida en restaurante con terraza, volví al hostel a descansar un poco y ahí sí que me lo encontré y también a un nuevo compañero de habitación. Se trataba de un hombre oriental de unos sesenta años con un inglés básico, mucho más básico que el mío. Un inglés “sioux” o “cherokee” plagado de monosílabos, se hacía entender como podía. Estaba preocupado por los mosquitos que pudiera haber, de los que se defendía con una mosquitera y dudaba si ponerla o no. Le dijimos que podía dormir tranquilo sin ella, pero no nos hizo caso.




Udit se iba sobre las siete de la tarde a un lago del que no recuerdo el nombre y, como no sabía si nos volveríamos a ver, nos intercambiamos los contactos. Por mi parte, tenía pensado ir a un mirador de donde se podía disfrutar de una vista panorámica de la ciudad de los lagos y más tarde, quería ir a ver un espectáculo de marionetas en un antiguo haveli reconvertido en un teatro en el que cada día a esa hora ofrecían un show de bailes y marionetas a un precio asequible. Duraba una hora.

Antes de salir escribí cuatro postales a amigos y familiares y pasé por la tienda donde las había comprado que pillaba de camino al mirador y se las dejé al vendedor comprado. El hombre aprovechó para intentar que comprara casi el kiosko entero, con cerveza y whisky incluido.

Ya cerca del mirador, el último tramo, ni mucho menos corto, eran escalones con una notable pendiente. Pero, sin duda, mereció la pena. Eso sí, llegué empapado de sudor. Como recompensa en la cima había familias y parejas locales que les hacía ilusión hacerse un selfie conmigo, aunque he de reconocer que mi público era masculino. Tanto en la subida como en la bajada, al cruzarme con gente nos saludábamos con un namasté.

Entre foto y foto volví al hostel con el objetivo de ducharme antes de ir a ver las el show de las marionetas, dudando si me daría tiempo. En el albergue todavía estaba Udit apurando su último cigarrillo antes de partir. Me propuso que le acompañara, pero tenía que ducharme. De todas maneras, aún pudimos hablar un rato e incluso me acompañó hasta la puerta del teatro, donde finalmente nos despedimos. Un chico de lo más majo, la verdad.

El espectáculo se daba en el patio de un antiguo haveli con un curioso y grande árbol en medio que no se habían atrevido a talar (o todavía respetaban) a pesar de que impedía la perfecta visibilidad del escenario. A una parte del patio había una galería que también formó parte de la representación. El show empezó puntual con una sucesión de bailes corales típicos de la India, donde aparecían dioses locales y marionetas. Me senté en la última fila, pues los asientos tenían respaldo e intenté que el oportuno árbol me dejara ver la obra. Casualmente delante de mí, había una pareja de españoles de mediana edad, que casi no aplaudieron. Tengo que confesar que me gustó bastante.


Al terminar, había anochecido y me dí una vuelta por las intrincadas calles cercanas hasta que cené en otro restaurante con terraza (muchos se anunciaban igual). Tenía unas vistas estupendas. La camarera me preguntó si prefería la terraza o una sala inferior con una panorámica parecida. Le dije que en la parte más alta, (había varias mesas libres), pero contestó que no podía ser. Extrañado le dije que si no podía ser, por qué me lo preguntaba. Supuse que la tendrían reservada para parejas. Me pedí una pizza para variar un poco, el encargado vino para preguntarme si quería disfrutar de las vistas de la ciudad y le respondí que no se preocupara, pues entendía que esas mesas eran para parejas. Me ofreció cambiarme de lugar a lo que acepté y le pedí una cerveza que no me había pedido antes. Y allí estuve encantado. Al terminar, aproveché para llamar a mis padres. Al pagar y revisar la cuenta, me dí cuenta que me habían cobrado una pizza más barata, supuse que por las molestias.



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