viernes, 20 de noviembre de 2020

Viaje a la India (Capítulo 41)

 Explorando Agra

Cerca del Fuerte se hallaba una mezquita importante, Jama Masjid. Me pareció más interesante el exterior que el interior arquitectónicamente hablando. Junto a la puerta se apostaba una anciana pidiendo y me indicó que necesitaba unos pantalones largos para entrar. Me dejó su pañuelo que me lo puse a modo de falda. Los zapatos los dejé allí. Por unas alfombrillas mojadas se sucedían los devotos musulmanes, no caminar por ellas significaba quemarte los pies. No había mucho que ver y me fui pronto. Continué mi camino siguiendo el cauce del río. Tenía hambre y era la hora de comer. Necesitaba un sitio con aire acondicionado. Durante el paseo decidí que después de llenar el estómago, el siguiente lugar a visitar sería un templete, llamado popularmente, baby Taj. Pero, antes, dí con un hotel que supuse que tendrían aire acondicionado, ignorando si sería muy caro. Los precios de las diferentes comidas eran aceptables. La decoración del restaurante llamaba la atención: sus paredes estaban cubiertas con carteles de películas indias. Lo que pedí estaba buenísimo. Tras terminar, me encaminé hacia el baby Taj que, gracias a la tecnología, no me costó mucho encontrarlo, al otro lado del río. Lo crucé por un puente. Las aguas del río Yamuna se bañaban unas cuantas vacas que proliferaban por los alrededores. Eran visiblemente más grandes y desde el puente parecían hipopótamos.


Llegué al pequeño mausoleo, rodeado por cuatro puertas de piedra roja y unos jardines. La entrada costaba 200 rupias. Se accedía a través de un camino. Su arquitectura exterior me maravilló. Para entrar había que descalzarse como en cualquier lugar sagrado. También se daba la opción de comprar unos peucos de plástico desechables a quien prefiriera no dejar sus pies al descubierto. Por dentro había perdido parte de su encanto, ya que algunas paredes parecían estucadas y había desaparecido su color original. Al salir, el hombre que vigilaba el calzado, me pidió 10 rupias, aunque no había cogido los peucos y ya había pagado la entrada. Eso mismo le expliqué y me dejó estar. De haberlo sabido habría llevado las zapatillas en la mano.






La siguiente parada fue la visita al Mehetab Bach, un parque frente al Taj Majl, al que para acceder a él el precio eran 200 rupias. Su atractivo eran las vistas que se podían disfrutar del Taj Mahal. Antes de visitarlo, un niño intentó venderme un pequeño Taj Majl dentro de una bola que cuando lo sacudías, nevaba. Le dije que no me gustaba, eran unas exiguas 10 rupias. Se las pagué, pero le dije que se lo quedara. Aunque el río separaba el parque de aquella maravilla universal, parecía que no hubiera distancia y que estuviera más cerca de lo que en realidad estaba. Ese edificio es capaz de ese tipo de hechizo. Hasta de cualquiera, diría yo. Descubrí que a ambos lados del Taj Mahal había dos mausoleos de piedra roja. Resultaba difícil apartar la vista de aquel monumento de ensueño. 



Después de un rato, me pareció distinguir a cierta distancia dentro del parque a una chica pelirroja y a su amiga (morena). Eran las mismas con las que había coincidido en el hostel de Pushkar. No sé si me habían visto. Me acerqué al monumento para hacer más fotos y sólo quedaba irme, pues ya oscurecía y no tardarían en cerrar los jardines. La verdad es que dudé si pasar a su lado y saludar, algo me decía que me habían reconocido y que habían disimulado. No había tanta gente. Fui hacia ellas y les pregunté: “¿quién sigue a quién?” Y entablamos una conversación hasta que fuimos interrumpidos por un niño, mejor decir por su madre y la familia. Le quisieron poner el niño en brazos de la pelirroja para hacerle una foto, en cuanto estuvo con Marta (creo que se llamaba) empezó a llorar. También se acercó un guardia de seguridad, diciéndole a una de las chicas que no se podía fumar. En realidad, tenía un paquete de tabaco de liar en la mano o en el césped. La amenazó con una multa de 5000 rupias, lo que nos pareció un “farol”. El guardia aquél se puso un poco tosco, pero al final se calmó. Finalmente me fui con las chicas comentando nuestras anécdotas por la India. Como se hospedaban en un sitio muy cerca de donde estaba aprovechamos para compartir un tuk. Distaba unos 12 kilómetros. Al llegar, cerca del hostel, tomamos algo y nos fuimos temprano a dormir, pues al día siguiente tocaba madrugar para ir a l Taj Mahal disfrutar del amanecer y evitar las colas. De las chicas me llamó la atención que sólo quisieran visitar de Agra el Taj Majal, porque iban justas de presupuesto (y el parque donde coincidimos, claro). Tendrían unos 30 años (calculé) y al comentarles a que me dedicaba se mostraron muy interesadas en ir a verme. Incluso lo prometieron. Ya estaba acostumbrado a esa absurdas declaraciones que sólo sirven para quedar bien (o no tan bien según se mire).








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