Llegada a Kajuraho
Para ir a la estación de trenes debía ir en tuk y negocié la tarifa, a pesar de que ignoraba que estuviera tan lejos. Había que ir a una distinta terminal, como había más trecho, le pagué lo que me había pedido en principio. Como llegué con tiempo suficiente, tuve que hacer tiempo, durante el cual me encontré con Ahmed, un joven estudiante de Bophal, con el que estuve charlando hasta que su tren llegó. Poco mas tarde llegó el mío. El próximo destino era Kajuraho.
Durante el trayecto, no dormí bien, incluso pasé frío por el aire acondicionado, aunque tenía una manta. El tren arribó pasadas las 6 de la mañana, antes de lo previsto. Un día era suficiente para visitar el pequeño pueblo. Por la noche cogería un tren hacia Varanasi (Benarés). Para ir más ligero, decidí dejar el equipaje en el depósito. Por suerte, estaba abierto. Pero antes desayuné algo allí mismo, donde había poco donde elegir. Un pequeño puesto que ofrecían chai y galletas. Volví a las taquillas, que, en realidad también, servían como guardamaletas.
Al llegar, se me adelantaron una pareja de chinos, que no sólo querían deja una mochila, sino también comprar los billetes para ir a Agra esa misma tarde. Mientras esperamos la chica los compró por internet y, poco después, dejamos las cosas.
Al salir de la estación, un tuk me empezó a atosigar ¡Qué impaciencia! No había otra opción porque hasta el pueblo había 5 kilómetros. Tras negociar el precio, les propuse a la pareja oriental (que estaban cerca) que podíamos ir juntos y así pagar menos. El tuk nos intentó vender un tour por los templos que había a las afueras, al Sur. La pareja se declararon como estudiantes, (sinónimo de ser pobres), aunque después la chica me contó que, en realidad, trabajaba. Durante el camino, estuve hablando con ella porque él no tenía ni “pa-pa” de inglés. Me llamó la atención que ella era la que llevaba el dinero y pagaba, vamos, la voz cantante. Decidí pasar el día juntos y, aunque no hablamos mucho, estuve cómodo y la compañía me resultó agradable. Y así, visitamos los templos llamados del Oeste (500 rupias para extranjeros, 30 rupias para nacionales) que se aglutinaban en un recinto ajardinado. Tranquilamente descubrimos las esculturas tan sensuales y explícitas que atraen a los viajeros. Pero, debo admitir que sin ellas, también los templos merecen la pena, todo sea dicho. Templos con más de mil años de historia. Como cualquier lugar sagrado había que quitarse el calzado para entrar. La pareja china, muy prácticos, me dio una bolsa de plástico para meter las zapatillas y llevarlas en la mano, pues de un templo a otro había cierta distancia y era pesado calzarse y descalzarse cada vez. Como era temprano y el sol no abrasaba, pude ir de uno a otro descalzo durante toda la visita.
Quedaba por acercarse al pueblo que se encontraba a poca distancia. Una antigua aldea con templos similares, pero más pequeños y peor conservados, según el libro-guía. Durante el recorrido nos acompañó y guió un chico llamado Vicky (como el amigo del tuk de Agra, por cierto). Le pregunté si lo hacía por dinero. Había que dejar las cosas claras desde el principio. Me contestó que no. Tuve que tranquilizar a la pareja oriental, pues los sentí algo inquietos. El guía se dirigía a mí en todo momento, contándome curiosidades de su pueblo y por las callejuelas que íbamos serpenteando. La pareja oriental nos seguía sin interés por lo que Vicky decía. Llegamos a la escuela de la aldea. Nos abrió sus puertas y nos explicó cómo funcionaba a base de voluntarios. Tenían su aula con máquinas de coser, imprescindibles o muy importantes, sobre todo, para las niñas. Nos presentó al director de la escuela. Gafas de sol, anillos dorados en las manos y muy entusiasta. Orgulloso de su escuela nos acabó llevando a su despacho para sentarnos y enseñarnos fotos, donaciones y una página web holandesa que gestionaba la escuela. La escuela estaba vacía. No sé qué día era de la semana. Estaba claro que quería que contribuyéramos económicamente. Yo hice mi aportación convencido de que era una buena acción; podría servir para uniformes, todos iguales para luchar contra el sistema de castas, el cual todavía sigue vigente. Y si fue un timo, pues allá ellos con su karma. Los chicos se mostraron mudos y cuando se les preguntó que querían donar, me adelanté antes de que abrieran la boca, diciendo: “Son estudiantes”. El hombre se dio por satisfecho y salimos del pueblo dirección a las afueras. Vicky me siguió acompañando y descubriéndome que sabía palabras en varios idiomas, incluso en chino. Le pensé en invitar y le pregunté qué le apetecía o si quería dinero. Había estado una hora con nosotros. No quería dinero , sino... ¡un diccionario! Una sorpresa de lo más agradable. Hindi-english. Fuimos a una librería cercana. El vendedor nos sacó dos voluminosos y pesados libros, uno plastificado y el otro no. Me enseño el precio que estaba en las primeras páginas y se lo compré. Me confesó que lo compartiría con su amigo que también nos había seguido en la sombra. Nos despedimos intercambiando números de teléfono y algún selfie. Después de aquello, la pareja oriental y yo nos fuimos a comer a un restaurante, bastante moderno para lo que era el pueblo, estaba abierto, pero permanecía a oscuras. Era barato, pedimos y durante la espera los chicos estuvieron apegados a sus móviles. Al acabar, aún quedaban tres horas para reencontrarnos con el tuk que nos había traído hasta el pueblo. Decidimos hacer tiempo allí hasta que el calor no fuera tan sofocante y dar un paseo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario