viernes, 21 de agosto de 2020

Viaje a la India (Capítulo 28)

 Llegada a Udaipur

Al día siguiente me levanté temprano y, tras preparar la mochila, desayuné en el bar del hostel, entregué la llave, hice el check.out, y me despedí del jefe y de su segundo (seguramente sería su hijo). Ya les había pagado. El señor mayor me preguntó si tenía hotel en Udaipur pues tenía a un amigo que tenía otro, barato, y me dio su tarjeta. Lo que no sabía es que ya había reservado uno. De todas maneras, perdí la tarjeta antes de llegar a la estación de autobuses, sacando el móvil del bolsillo se me debió caer. El autobús salió puntual y 45 minutos después estábamos en Abu Road. Pregunté por el próximo autobús a Udaipur: “¡Ése de ahí!”, me indicaron. Estaba justo en frente y me daba tiempo de ir al baño, comer algo y comprar el ticket.

El viaje supusieron tres horas hasta llegar a Udaipur, con una breve parada incluida. Algunos tramos del trayecto fueron por autopista, lo que no evitó que hubiera cambios en el pavimento y que los badenes fueran frecuentes. Al atravesarlos, el autobús pegaba unos saltos formidables. Servidor casi me golpeaba la cabeza con el techo. A alguien le puede parecer que exagero, pero ésa era la sensación.

Esta vez no hubo conversación con nadie. Ya casi al final, cuando el autobús iba más calmado, oí las preguntas de siempre; ¿de dónde era? Si estaba casado... Me pasé el viaje leyendo y pegando saltos.


En la estación ya me estaban esperando los entrañables tuks. Los precios eran exorbitantes, por lo menos comparados con lo de las anteriores ciudades, unas 200 rupias... que rebajé en unas razonables 120. Conocía el hostel y el chófer fue eficiente conduciendo por calles estrechas, sinuosas y bien asfaltadas. Después de hacer el check-in, me encontré en la habitación compartida varios chicos; una francesa, un inglés y otro local. Nos presentamos y seguimos hablando. Como se hacía la hora de comer ,les propuse ir juntos y así, nos dirigimos a una terraza cercana que conocía el chico indio. El chico inglés vino después. Durante la comida, charlamos de temas sin mucha trascendencia, también es verdad que si hubieran sido más profundos, no me habría enterado de mucho. De lo que recordé fue un comentario ingenioso del chico indio (Udit), confesándome que yo le recordaba a un personaje de una conocida serie norteamericana. (Heisenberg), por cierto, en mi opinión, obra maestra.


Tras la comida volví al hostel a descansar un poco, aunque no me relajé mucho, pues deseaba “asaltar la ciudad”.

El monumento más cercano era un templo jainista (otro) también impresionante como otro cualquiera. Estaba custodiado a la entrada con dos enormes elefantes de mármol. No había que pagar, aunque a un lado estaba el guardián “zapatero” que por unas rupias cuidaba del calzado, lo que me pidió en perfecto español. Me había preguntado de dónde era. Me comentó que ...mucho turista español (no lo tenía muy claro, por lo menos, en esa época) y me señaló un grupo cercano que por el acento deduje que eran colombianos. Mejor decir que hablaban español o castellano.



Al salir, me encaminé hacia una calle empinada que desembocaba en la entrada del palacio de la ciudad. Pero, como era por la tarde y no tardarían en cerrar, decidí visitarlo al día siguiente y verlo con tranquilidad toda la mañana. Volví sobre mis pasos y entre diferentes y numerosas tiendas, me fijé en una que vendían sellos y que ellos mismos enviaban las cartas correspondientes. (Hasta ese momento no había visto buzones por ninguna parte). Perfecto! Compré unas cuantas postales, sellos y algún que otro pequeño recuerdo-regalo. Decidí escribir cuando llegara al hostel. Vi en el mapa del libro-guía que la estación de trenes estaba en la misma dirección y me encaminé hacia allí para comprar los próximos billetes hacia Chitogarg y Ajmer. En esta última ciudad no me fijé que el viaje era de noche y que llegaría a las 3,35 a.m. ¡Vamos, que no me importaría que se retrasase un poco!

Con los billetes en el bolsillo regresé al hostel que, por cierto, estaba muy bien ubicado, en pleno centro de la ciudad. El paseo fue agradable, aunque tuve que seguir una avenida que la estaban asfaltando, me compré unos cacaos. Había regresado al tráfico habitual de una gran ciudad india, en la que llegaba un momento que no sabía de dónde salían tantas y tantas motos.


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