jueves, 27 de agosto de 2020

Viaje a la India (Capítulo 29)

Visita al City Palace Museum (Udaipur)

Ya cerca del hostel me encontré con Udit, el chico indio, que salia a dar una vuelta sin rumbo fijo. Me propuso acompañarle, preguntándome adónde quería ir o hacer. Como no tenía planes, cruzamos uno de los puentes que salvaba el lago y seguimos caminando. En un momento dado, me comentó que le apetecía comer algo dulce y paramos en un sitio donde ofrecían delicias azucaradas. Degustamos unas rosquillas de color miel que se untaban o acompañaban con yogur. Delicioso. Aunque quise invitarle, se adelantó y pagó él. Compré una botella de agua para ambos. Seguimos el paseo siguiendo una calle principal. Nos topamos con una familia que me pidió que les hiciera una foto (pues llevaba la cámara a la vista). “Disparé” con flash y sin él, pero a falta de la suficiente luz, el resultado no fue el mejor. Ya de noche, esa zona no estaba muy iluminada. Al verlas, una de las mujeres se enfadó porque no había salido bien. Udit me propuso tomar unas cervezas baratas en un sitio que conocía (aunque tampoco era de Udaipur), pero estaba cerrado, a pesar de que era temprano. Preguntó a un chico que nos indicó que había otro lugar, pero como se encontraba bastante lejos, desistimos.



Al llegar al hostel sudoroso, me duché e hice un poco la colada. Momento de relax. Quedé con Udit para cenar en la terraza del hostel. Allí, en torno a una mesa, estaban los otros chicos de la habitación con un hombre inglés calvo de unos sesenta años. Estuvimos hablando, más bien, ellos. Había más gente que estaban de fiesta, bebiendo unas cervezas y de fondo una potente música a través de un altavoz. Los chicos se habían conocido viajando y habían decidido continuar juntos. Uno de ellos se llamaba Iker, debía ser español. No me equivoqué, pero empezamos hablando inglés como los demás y, poco después, seguimos en nuestra lengua nativa. Tenía 35 años y llevaba 7 meses viajando por el mundo. ¡Ahí queda eso! Trabajaba en Acciones humanitarias y se había cogido un año sabático. Al contarle a lo que me dedicaba, se entusiasmó, y se vio disfrutando de alguna ruta con sus amigos, en alguna despedida de solteros, incluso disfrazados. Casualmente llevaba alguna tarjeta de visita y se la dí, para, a continuación, unimos a los demás, que se encontraban en torno a una mesa bebiendo cervezas. Yo lo que quería era cenar, y algunos se habían pedido un beef. (filete de carne). Me pedí otro, pero no quedaban más y me decanté por un arroz fried. Al acabar la cena no tardé en despedirme y dejarles que continuaran con la fiesta.






Al día siguiente, me levanté temprano pues había programada una clase de yoga en la terraza del hostel. Cuando llegué no había nadie. Al poco apareció una chica francesa que se había dejado ver en la fiesta de la noche anterior. Me parece que francesa porque no se presentó y estuvo hablando en la lengua gala aparte con un paisano suyo. Llevaba unas enigmáticas gafas de sol. Los minutos pasaban y no venía nadie más, por lo que le pregunté si hacía yoga habitualmente. Me contestó que algo, pero más que nada sentía curiosidad. Le planteé que me podía seguir. Aceptó. ¡Qué remedio! Unos minutos de meditación, unas asanas (posturas yógicas) que hacía prácticamente sin mirarme y relajación final... que no repitió. La chica de las gafas de sol me dio las gracias, y añadí que nos habíamos ganado el desayuno, el cual servían en una sala que estaba justo debajo de la terraza. Desayuné solo. Por la mañana había pensado ir al palacio-residencia de los marajás y por la tarde podía ir a un mirador desde donde se podía mirar la ciudad. Esta vez sin pagar. Por el contrario, para entrar al castillo-palacio había que abonar la misma cantidad que en las otras fortalezas y no incluía la audioguía. El enorme palacio, se dividía en tres zonas, según la guía; una donde vivía el marajá gran parte del año, otra un lujoso hotel no apto para todos los bolsillos, y otra la del museo. Construido en el siglo XVI había sido reformado durante todas las épocas prácticamente hasta la actualidad. Al entrar, en su descomunal patio, había un grupo de turistas franceses, la mayoría jubilados que llevaban su guía. Me uní al grupo sin querer pues seguíamos el mismo camino. Incluso alguno de ellos me confundió con alguno de sus compañeros y me empezó a hablar en su idioma. Las diferentes salas pronto se llenaban de pequeños grupos locales que iban su guía particular, lo que hizo difícil disfrutar de la visita. Caí en la cuenta de que era domingo. Me lo tomé con calma porque hubo algún momento agobiante. Personalmente su interior no me me pareció tan atractivo como las anteriores fortalezas que había visto. Afirmaría que me agradó más su aspecto exterior, seguramente por el batiburrillo de estilos arquitectónicos con los que se había ampliado el palacio que no me acababa de convencer y algunas salas podían ser del siglo XX, sin mucho interés. Además del numeroso público.

2 comentarios:

  1. Thank you for the mention David. Keep it up and all the very best for your upcoming book.

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