Visita al Dargah de Ajmer.
Me encaminé hacia el Dargah cuando el sol ya empezaba a despuntar. El Dargah una pequeña ciudad cercada por unos muros, cuyo origen es un afgano místico llamado Khwaja-Muin-ud-Din-Chishti, (desconozco cómo sería conocido en su círculo más próximo) que gozó de cierta fama de santidad en el siglo XII en Ajmer, convirtiéndose en uno de los santos musulmanes más honrados de la India, el Dargah es fiel reflejo de ello. Aquí fue enterrado y en torno a su tumba se fundó este centro musulmán, punto de peregrinación para esta secta musulmana.
En principio, estaba cerca y prefería ir andando adentrándome en las tripas de la ciudad. Aunque parecía fácil dar con él en el mapa de la guía, tuve que recurrir al google maps, pero no me funcionaba. Sólo me quedaba una opción; la más humana, preguntar. Aunque no había mucha gente a la que acercarse a medida que me acercaba al laberinto urbano. Tras preguntar dos veces, pues las calles se estrechaban y se retorcían cada vez más finalmente llegué al Chadarg. Allí descubrí porque no había practicamente nadie por las calles, todo estaba allí y sus alrededores. El siguiente paso era dar con la entrada (luego caí en la cuenta de que tenía varias). Al preguntar, unos me indicaban por una parte, otros por otra, pensé que dependería del camino si era más o menos largo. No tenía prisa, pero tardé más de lo esperado. Finalmente llegué a una puerta, donde un vigilante me señaló los zapatos y me explicó que nada de fotos. El calzado se dejaba en la entrada. Al descalzarme vino un hombre que me dijo que por esa puerta no podía entrar, sino por otra (Había dos más). Me tuve que calzar, rodear el muro y dar un paseo que no era corto. Al llegar a la otra puerta, tuve que dejar las zapatillas allí mismo por 10 rupias y me indicaron que casi en frente estaba el cloakroom (las taquillas) tras cruzar un patio de un edificio al que cual se accedía por unas escaleras que subían y luego bajaban y al fondo allí estaba. Tenía que dejar todo allí, menos el dinero y el pasaporte. También tuve que dejar una bandolera que llevaba 20 rupias más. Volví a la puerta. Uno de los vigilantes me señaló los pantalones, diciendo que eran muy cortos. Me dejaba pasar a condición de que no me los subiera. (Mi intención no era provocar) Después leí en la guía que recomendaba llevar pantalón largo. (De todas maneras no me había depilado). Bromas aparte, sobre mi sombrero del que nunca me separaba, extrañamente no me dijeron nada, pero, por respeto me lo quité. Todos llevaban un bonete. Evidentemente era el único occidental que pululaba por allí y, quisiera o no, llamaba la atención. Por eso, pronto un señor me preguntó de dónde era y me recordó el tema del pantalón. Otro me “invitó” a que me diera una vuelta. Serían las 6 de la mañana y estaba a rebosar. ¿Cómo describir aquel lugar? Se mezclaban antiguos espacios de mármol blanco con pabellones pintados como si fueran un cortijo andaluz verdiblanco que dañaba la vista. En un extremo a varios metros de profundidad bajo el nivel donde estábamos había una charca de aguas verdes. Contra la verja que la protegía algunos fieles se apoyaban o se chocaban con la cabeza. Por otro lado, había varias salas abiertas para rezar, aunque prácticamente vacías. En una de ellas, al acercarme, un señor me preguntó por qué no rezaba...Le dije que no con una sonrisa. La tensión iba en aumento. Me alejé discretamente. Además, el lugar estaba rodeado por una sucesión de puestos de venta, vamos, un zoco, donde se ofrecían desde rosarios, pulseras, textos religiosos. Un centro religioso-comercial. Justo en medio había un templete rodeado de más fieles, leí que allí estaba enterrada la hermana del líder. Allí, un señor alto, tras preguntarme de dónde era, me repitió lo de los pantalones y que respetara todo aquello... Y acabó diciéndome... Be careful...(ten cuidado) cual mafioso siciliano (sólo le faltó susurrarlo). En ese momento, salía del templete un señor mayor, que cuando me vio empezó a gritar y entendí que me decía que me pusiera el sombrero. Me lo cogió. Sí, la verdad que muy delicado. No había dudas que los infieles no eran bienvenidos. Seguí “viajando por el pasado” y tuve otro encuentro destacable. Un señor me paró y me dijo que tenía un regalo para mí; 5 rupias, una moneda, añadió que me la metiera en el bolsillo, que me daría suerte y que no la gastara como muestra de respeto. Añadió que rezaría para protegerme a mí y a mi familia, pero.... pero... pero... a cambio le tenía que dar algo... Entonces, le comenté que no era un regalo “¿Qué tienes para mi?”, me preguntó con mirada más que desafiante. Entendí que tenía que subir la apuesta y le devolví su moneda de la suerte. No le sentó muy bien y acabó diciendo “be careful..be careful... Get out of here! ¡Menos mal que me quería hacer un regalo y quería rezar por mi! La fe mueve montañas, dicen, pero más que nada dinero. Y si no, el siguiente episodio que pude ver allí y que a cualquiera le hubiera llamado poderosamente la atención.
A la entrada de un pequeño altar central había un grupo de gente sentada, entre ellos músicos y cantantes con mucho brío y ganas. Justo en el centro había dos personas. Por un lado, un anciano de barbas blancas, bajito y con una túnica a juego y, por otro, un imán o sacerdote que podría pasar por un ortodoxo griego con bigote y barba mogol y, para terminar, con un bonete en la cabeza de cardenal un poco más grande y anaranjado con una túnica del mismo color. A este último se le iban acercando gente para que le pusiera la mano en la cabeza. Los ungidos ya iban preparados con un billete en la mano que le daban antes. A cambio del billete le bendecía con una mano. Con una mano le tocaba la cabeza y con la otra recogía el dinero. Después, lanzaba ese billete a los músicos que, a su vez, uno de ellos lo acercaba al grupo y los acumulaba. El imán llevaba varios billetes en la mano y de vez en cuando, lanzaba unos cuantos al mismo tiempo a los músicos en forma de lluvia, pero de uno en uno. Un espectáculo amenizado por cantos y música que no dejaban de sonar en ningún momento.
Estuve allí una hora más o menos observando todo aquello atentamente. No faltó algún “fan” que me pidió un selfie (había cogido el móvil, aun a sabiendas que estaba prohibido hacer fotos, pero me aventuré y me atreví hacerme una con ellos como recuerdo. Si alguien me llamaba la atención podía responder que ellos me lo habían pedido y que también habían hecho uno. De alguna manera, me recordó el golden temple, de Amritsar, como lugar de peregrinación, aunque allí la gente fue mucho más amable y no había fiestas del dinero.
Salí de aquel lugar como si hubiera vivido una película. Recogí mis cosas y me calcé. El hombre de la puerta me devolvió las 5 rupias que le había pagado para que custodiara mis zapatillas. No sé muy bien por qué lo hizo y me fui a la estación a desayunar algo (otra vez) y a comprar los billetes para los próximos días.