viernes, 25 de septiembre de 2020

Viaje a la India (Capítulo 33)

 Visita al Dargah de Ajmer.

Me encaminé hacia el Dargah cuando el sol ya empezaba a despuntar. El Dargah una pequeña ciudad cercada por unos muros, cuyo origen es un afgano místico llamado Khwaja-Muin-ud-Din-Chishti, (desconozco cómo sería conocido en su círculo más próximo) que gozó de cierta fama de santidad en el siglo XII en Ajmer, convirtiéndose en uno de los santos musulmanes más honrados de la India, el Dargah es fiel reflejo de ello. Aquí fue enterrado y en torno a su tumba se fundó este centro musulmán, punto de peregrinación para esta secta musulmana.

En principio, estaba cerca y prefería ir andando adentrándome en las tripas de la ciudad. Aunque parecía fácil dar con él en el mapa de la guía, tuve que recurrir al google maps, pero no me funcionaba. Sólo me quedaba una opción; la más humana, preguntar. Aunque no había mucha gente a la que acercarse a medida que me acercaba al laberinto urbano. Tras preguntar dos veces, pues las calles se estrechaban y se retorcían cada vez más finalmente llegué al Chadarg. Allí descubrí porque no había practicamente nadie por las calles, todo estaba allí y sus alrededores. El siguiente paso era dar con la entrada (luego caí en la cuenta de que tenía varias). Al preguntar, unos me indicaban por una parte, otros por otra, pensé que dependería del camino si era más o menos largo. No tenía prisa, pero tardé más de lo esperado. Finalmente llegué a una puerta, donde un vigilante me señaló los zapatos y me explicó que nada de fotos. El calzado se dejaba en la entrada. Al descalzarme vino un hombre que me dijo que por esa puerta no podía entrar, sino por otra (Había dos más). Me tuve que calzar, rodear el muro y dar un paseo que no era corto. Al llegar a la otra puerta, tuve que dejar las zapatillas allí mismo por 10 rupias y me indicaron que casi en frente estaba el cloakroom (las taquillas) tras cruzar un patio de un edificio al que cual se accedía por unas escaleras que subían y luego bajaban y al fondo allí estaba. Tenía que dejar todo allí, menos el dinero y el pasaporte. También tuve que dejar una bandolera que llevaba 20 rupias más. Volví a la puerta. Uno de los vigilantes me señaló los pantalones, diciendo que eran muy cortos. Me dejaba pasar a condición de que no me los subiera. (Mi intención no era provocar) Después leí en la guía que recomendaba llevar pantalón largo. (De todas maneras no me había depilado). Bromas aparte, sobre mi sombrero del que nunca me separaba, extrañamente no me dijeron nada, pero, por respeto me lo quité. Todos llevaban un bonete. Evidentemente era el único occidental que pululaba por allí y, quisiera o no, llamaba la atención. Por eso, pronto un señor me preguntó de dónde era y me recordó el tema del pantalón. Otro me “invitó” a que me diera una vuelta. Serían las 6 de la mañana y estaba a rebosar. ¿Cómo describir aquel lugar? Se mezclaban antiguos espacios de mármol blanco con pabellones pintados como si fueran un cortijo andaluz verdiblanco que dañaba la vista. En un extremo a varios metros de profundidad bajo el nivel donde estábamos había una charca de aguas verdes. Contra la verja que la protegía algunos fieles se apoyaban o se chocaban con la cabeza. Por otro lado, había varias salas abiertas para rezar, aunque prácticamente vacías. En una de ellas, al acercarme, un señor me preguntó por qué no rezaba...Le dije que no con una sonrisa. La tensión iba en aumento. Me alejé discretamente. Además, el lugar estaba rodeado por una sucesión de puestos de venta, vamos, un zoco, donde se ofrecían desde rosarios, pulseras, textos religiosos. Un centro religioso-comercial. Justo en medio había un templete rodeado de más fieles, leí que allí estaba enterrada la hermana del líder. Allí, un señor alto, tras preguntarme de dónde era, me repitió lo de los pantalones y que respetara todo aquello... Y acabó diciéndome... Be careful...(ten cuidado) cual mafioso siciliano (sólo le faltó susurrarlo). En ese momento, salía del templete un señor mayor, que cuando me vio empezó a gritar y entendí que me decía que me pusiera el sombrero. Me lo cogió. Sí, la verdad que muy delicado. No había dudas que los infieles no eran bienvenidos. Seguí “viajando por el pasado” y tuve otro encuentro destacable. Un señor me paró y me dijo que tenía un regalo para mí; 5 rupias, una moneda, añadió que me la metiera en el bolsillo, que me daría suerte y que no la gastara como muestra de respeto. Añadió que rezaría para protegerme a mí y a mi familia, pero.... pero... pero... a cambio le tenía que dar algo... Entonces, le comenté que no era un regalo “¿Qué tienes para mi?”, me preguntó con mirada más que desafiante. Entendí que tenía que subir la apuesta y le devolví su moneda de la suerte. No le sentó muy bien y acabó diciendo “be careful..be careful... Get out of here! ¡Menos mal que me quería hacer un regalo y quería rezar por mi! La fe mueve montañas, dicen, pero más que nada dinero. Y si no, el siguiente episodio que pude ver allí y que a cualquiera le hubiera llamado poderosamente la atención.

A la entrada de un pequeño altar central había un grupo de gente sentada, entre ellos músicos y cantantes con mucho brío y ganas. Justo en el centro había dos personas. Por un lado, un anciano de barbas blancas, bajito y con una túnica a juego y, por otro, un imán o sacerdote que podría pasar por un ortodoxo griego con bigote y barba mogol y, para terminar, con un bonete en la cabeza de cardenal un poco más grande y anaranjado con una túnica del mismo color. A este último se le iban acercando gente para que le pusiera la mano en la cabeza. Los ungidos ya iban preparados con un billete en la mano que le daban antes. A cambio del billete le bendecía con una mano. Con una mano le tocaba la cabeza y con la otra recogía el dinero. Después, lanzaba ese billete a los músicos que, a su vez, uno de ellos lo acercaba al grupo y los acumulaba. El imán llevaba varios billetes en la mano y de vez en cuando, lanzaba unos cuantos al mismo tiempo a los músicos en forma de lluvia, pero de uno en uno. Un espectáculo amenizado por cantos y música que no dejaban de sonar en ningún momento.


Estuve allí una hora más o menos observando todo aquello atentamente. No faltó algún “fan” que me pidió un selfie (había cogido el móvil, aun a sabiendas que estaba prohibido hacer fotos, pero me aventuré y me atreví hacerme una con ellos como recuerdo. Si alguien me llamaba la atención podía responder que ellos me lo habían pedido y que también habían hecho uno. De alguna manera, me recordó el golden temple, de Amritsar, como lugar de peregrinación, aunque allí la gente fue mucho más amable y no había fiestas del dinero.

Salí de aquel lugar como si hubiera vivido una película. Recogí mis cosas y me calcé. El hombre de la puerta me devolvió las 5 rupias que le había pagado para que custodiara mis zapatillas. No sé muy bien por qué lo hizo y me fui a la estación a desayunar algo (otra vez) y a comprar los billetes para los próximos días.


viernes, 18 de septiembre de 2020

Viaje a la India (Capítulo 32)

 Llegada a Ajmer

Volví a la estación en tuk con un chófer muy simpático que me dio conversación todo el camino. Eso sí, aprovechó para poner gasolina. Licencias de los tuks, pensé. Había tiempo de sobra, también para recuperar la mochila. Al conseguirlo, busqué un sitio para cenar. Antes aproveché para preguntar los horarios de los trenes para ir a Siwie Modpuhr, pueblo que está muy cerca del Parque Natural de Rotambore adonde tenía pensado ir para ver tigres en estado salvaje (si se dejaban, claro). La empleada a la que le pregunté tenía ganas de irse a su casa, pues era tarde, y no se mostró muy afable, también es verdad que o no me explicaba bien o no quería entenderme (o ambas cosas). Me preguntó incluso de dónde era, por si entendía español... Creo que no le hizo mucha gracia que le preguntara los horarios de Ajmer a Siwie y no al revés, como creó que entendió.

Como estaba en un edificio cercano a la estación, cuando salí me asaltaron varios tuks, pensando que acababa de llegar. A uno de ellos le tuve que decir que sólo quería cenar cerca de allí. Mi tren salía a medianoche. Aquel hombre me indicó un hotel de dos estrellas que se encontraba a cinco minutos andando. Cuando llegué y vi la fachada y el edificio en sí, pensé que le podía haber caído alguna estrella más. Entré con mi mochila notando que no estaban muy acostumbrados a recibir clientela con semejante aspecto. Aún así, el servicio fue correcto y servicial. Tampoco había mucha gente. Pedí la carta y me decanté por un arroz con verduras y una cerveza, que me costó más que la comida, pero seguía siendo barato para un viajero europeo. Como me solía suceder, me sobró algo de arroz que me lo prepararon para llevar. Después de llenar la panza, volví a la estación y esperé el tren. Apoyado en una pared, dejé el equipaje y me puse a leer, pero mi mirada por momentos dejaba el libro porque lo que sucedía en la estación era ´más interesante. Vacas rondando que buscaban comida, alguna espontánea discusión, etc. Un chico me preguntó si podía sentarse a mi lado, claro, le dije. Me empezó a hablar en inglés, interesándome por mí. Hasta ahí todo normal, pero acababa las frases con un “but you forgott” (pero lo olvidaste) ¿Olvidar? ¿el qué? Pic... pic ¿pic? ¿picture? Ah, la foto. Me sentí confundido durante unos eternos segundos hasta que descubrí que sus amigos y él se habían hecho una foto conmigo aquella tarde en la fortaleza de Chittogarg ¿Cómo me iba a acordar si había perdido la cuenta de la gente que me había pedido una foto? 


Todavía esperando una niña descalza y con mal aspecto se me acercó a pedirme dinero. Le contesté que si quería le podía dar comida si tenía hambre y le di el arroz que me había sobrado. Se alejó unos metros y sacó la comida, se deshizo de la bolsa y la metió en otra que llevaba un adulto al que se la había dado. ¿Su padre? ¿Quién sabe?

Por fin llegó el tren y me despedí del chico tan majo que iba a Agra. Aunque era el mismo tren, él llegaría a las diez de la mañana y yo siete horas antes a Ajmer. En el vagón que me habían asignado había un grupo de niñas de 12,13 años con un uniforme propio de un colegio o de un equipo deportivo. Uno de los jóvenes revisores me pidió el billete nada más subir. ¿Cómo podía ir en ese vagón? Su mirada decía eso y más. Me vio cara de depravado, sin duda, o, por lo menos sospechoso de violar niñas. Como el viaje eran tres horas, el revisor consintió que durmiera donde me había tocado. No me hubiera importado cambiarme, pero el tren iba bastante lleno. En fin, me dormí rápido y ni me enteré del viaje. La alarma sonó sobre las tres y cuarto. Poco después vi bastante movimiento por el pasillo del tren. ¿Ajmer? Pregunté...Yes, yes, me contestaron.

Al bajar del tren eran las tres y media de la madrugada. Habíamos llegado con una puntualidad suiza. A pesar de las horas intempestivas que eran, la estación era un hervidero de gente.. Busqué el cloakroom para dejar la mochila. Fui a la sala de espera a ver si podía dormir algo. ¿Adónde podía ir en ese momento? A ninguna parte,. Decidí tomarme un chai con un pastel cortado a trozos fuera de la estación, donde familias enteras dormían sobre el suelo tapados de la cabeza los pies. Una escena que me impresionó. Si había ido a Ajmer era para ver el llamado Dargah, una mezquita o recinto sagrado, prácticamente lo único interesante de esta “pequeña” ciudad, (medio millón de habitantes). La guía recomendaba no llegar un viernes, día festivo y de rezos musulmanes y si había que pasar alguna noche, mejor hacerlo en Pushkar, a pocos kilómetros. (Después de visitar el Dargah entendí estos consejos). Sin duda, la visita merece un capítulo aparte, el próximo. Continuará...

viernes, 11 de septiembre de 2020

Viaje a la India (Capítulo 31)

Una tarde en Chittogarg

Tras desayunar y hacer algo de yoga, me quedaba toda la mañana para ir a visitar algún lugar, pues el tren que me llevaría a mi siguiente destino salía a la 13 h. Me decanté por el Folk Museum, que se encontraba a unos dos kilómetros, al norte del hostel. En el vestíbulo del albergue había una chica oriental de piel tostada, habíamos coincidido el día anterior saliendo del hostel. Empezamos a hablar hasta que le dije que me iba al citado museo por si quería acompañarme, a lo que, inesperadamente, aceptó y nos fuimos juntos. Se llamaba Fan (como abanico en inglés). Le indiqué por donde ir siguiendo el mapa de la guía, pero me lié. Puso el google maps y le seguimos fielmente. Nada más salir, doblando la esquina había aparcado un camión de tamaño medio con unos bancos a los lados y una figura tapada por pétalos de flores. un muerto, me dije. Desde la calle se podía ver perfectamente. ¡qué diferente en el mundo occidental, donde es difícil tan siquiera ver el ataúd tras los cristales tintados de los coches fúnebres! A la chica oriental no le gustó verlo.

Durante la media hora de camino me contó que llevaba cuatro meses viajando, no solo por la India y que en unos días volvía a su país.

Ya en el museo, a los pocos minutos de entrar y pagar un precio simbólico, nos condujeron a una sala oscura con un escenario y un haz de luz apuntaba a una marioneta tocando una flauta en compañía de una cobra. Estaba lleno de público familiar. Duró muy poco y al terminar tanto Fan como yo fuimos asediados por los chavales para hacerse fotos y selfies, cual famosos actores de Hollywood (ya sé lo que se siente..jajaja) Puede llegar a ser agotador, aunque acepté encantado. Algunos de “nuestros admiradores” me preguntaron si éramos amigos, pareja y, al ser de diferentes países dónde nos habíamos conocido (rodando una película podría haber sido una ingeniosa respuesta). Tras aquello, aún nos quedaba ver el museo, con el que me deleité. Al salir, todavía tenía tiempo de sobra para volver al albergue y encaminarme a la estación. Nos demoramos un poco porque Fan quería sacar dinero, intentándolo varias veces, pero no tuvo éxito. Aprovechamos para comprar fruta y cerca del hostel nos tomamos un chai (ella un capuchino). Me contó que estaba inquieta por lo que podría ver en Jaipur, su próximo destino. Volvimos al albergue y nos intercambiamos los contactos. Pero, antes de irme, me esperaba una sorpresa. Uno de los empleados del hostel, me preguntó si había pagado, pues no se había apuntado ¿Qué? Me pidió que no me fuera hasta aclarar las cosas. Evidentemente, se habían equivocado y me dirigí a la estación con un tuk.

Cuando llegué, el tren ya estaba en el andén, busqué un lugar donde comprar algo de comida (me quedaban dos plátanos). Ya en el compartimento del tren coincidí con una joven familia con tres niños que iban a Haridwar (les esperaban 20 horas de viaje) y también un matrimonio, que, en cuanto tuvieron ocasión, me pidieron que me cambiara de asiento para que se pudiera tumbar la mujer. El hombre se tiró en la litera superior. Habían esperado a que pasara el mozo con las bolsas con sábanas limpias y dárselas, sin embargo, no sé por qué, al no entregarle el paquete a la mujer, ésta le dio un golpe en el brazo para recriminárselo. ¡Qué carácter!

El viaje duró dos horas y media durante le cual estuve conversando con el joven padre de familia. Su atractiva mujer iba ataviada con el tradicional sari, la cual también se tumbó rápido. Al llegar a Chittogargh faltaban unos minutos para las cuatro de la tarde. Fui a buscar el cloak-room (taquillas) para dejar la mochila. El señor que se encargaba de cobrar me dijo que cerraba a las 20,30 h, y si no venía antes, la sacaría. Entendido, le dije. Más ligero que una pluma, pronto fui asaltado por un tuk que, por un precio razonable, me llevó al mayor recinto amurallado de toda la India. Distaba 6 kilómetros. Le dí algo de propina al llegar, aunque donde me había dejado tenía que caminar unos cuantos metros hasta la entrada, no estaba permitido acercarse más. ¿?

Le pregunté a un hombre que custodiaba la puerta por el horario de cierre. No lo sabía y me dirigió a un guía cercano que acompañaba a una pareja ¡Sunset! Hasta el ocaso. Tenía toda a tarde. El recinto no era tan espectacular como otros, pero sí gigantesco, un perímetro de 5 kilometros de muralla casi intacta con algunas partes en ruinas, templos budistas, jainistas, algún palacio en decadencia y una espectacular torre que dominaba el recinto. Había sido construida en el siglo XV para celebrar la victoria en una batalla militar. Sólo por ella merecía la pena la visita. Incluso se podía subir, tan magnífica por dentro como por fuera, a lo lejos también había otra torre más discreta junto a un templo jainista al que me acerqué al final.


Alrededor de la torre más vistosa se agrupaba la mayoría de la gente, que estaba cerca de varios templos. Y en torno a ese lugar fui solicitado para hacerme unas fotos, ya fuera por el paseo ajardinado como en el interior de la torre. Familias, grupos de amigos, niños. Me requerían incluso cuando me estaba quitando las zapatillas para entrar a la torre (pues también era sagrada). Incluso me hicieron una foto con un pie desnudo y el otro no. Seguí disfrutando de arcos jainistas, templos, bajo la mirada de activos monos que merodeaban cerca. 

Era el único turista forastero aquella tarde, que sin duda, para recordar, y que terminó al anochecer en dirección a la segunda torre. De camino me topé con una cerda y sus jabatos. A la entrada de un templo cercano a la torre había unos chicos que nada más verme me pidieron unas fotos, eran una familia. Acabé retratándome con ellos como un pariente más. La chica adolescente me pidió amistad por las redes sociales. La familia la conformaba la abuela, la madre,hermanos y creo que el novio de la chica. En total 6. Iban en dos motos, en la que me invitaron a subir en una de ellas. Rechacé amablemente sus ofrecimiento, pues estaban bastante aprovechadas. Era hora de buscar un tuk.



jueves, 3 de septiembre de 2020

Viaje a la India (Capítulo 30)

Un espectáculo de danza y marionetas en Udaipur

Al salir del palacio, por cierto, según el libro-guía el más grande de Rajastán, tenía hambre y me compré una rica samosa y me dirigí a la orilla del lago Pichola para hacer unas fotos (esta vez de día). No he comentado que Udaipur está rodeado de lagos, es conocida como la Venecia del Este o la ciudad de los lagos, el de mayor tamaño es el que citado que fue construido allá en el siglo XIV por el marajá del momento. Después de esta reseña histórica, volveré al relato. Lo siguiente que hice fue buscar un restaurante donde comer, pero, antes pasé por el hostel para dejar la cámara y si veía a Udit, le podía proponer comer juntos, pero no estaba. Tras la comida en restaurante con terraza, volví al hostel a descansar un poco y ahí sí que me lo encontré y también a un nuevo compañero de habitación. Se trataba de un hombre oriental de unos sesenta años con un inglés básico, mucho más básico que el mío. Un inglés “sioux” o “cherokee” plagado de monosílabos, se hacía entender como podía. Estaba preocupado por los mosquitos que pudiera haber, de los que se defendía con una mosquitera y dudaba si ponerla o no. Le dijimos que podía dormir tranquilo sin ella, pero no nos hizo caso.




Udit se iba sobre las siete de la tarde a un lago del que no recuerdo el nombre y, como no sabía si nos volveríamos a ver, nos intercambiamos los contactos. Por mi parte, tenía pensado ir a un mirador de donde se podía disfrutar de una vista panorámica de la ciudad de los lagos y más tarde, quería ir a ver un espectáculo de marionetas en un antiguo haveli reconvertido en un teatro en el que cada día a esa hora ofrecían un show de bailes y marionetas a un precio asequible. Duraba una hora.

Antes de salir escribí cuatro postales a amigos y familiares y pasé por la tienda donde las había comprado que pillaba de camino al mirador y se las dejé al vendedor comprado. El hombre aprovechó para intentar que comprara casi el kiosko entero, con cerveza y whisky incluido.

Ya cerca del mirador, el último tramo, ni mucho menos corto, eran escalones con una notable pendiente. Pero, sin duda, mereció la pena. Eso sí, llegué empapado de sudor. Como recompensa en la cima había familias y parejas locales que les hacía ilusión hacerse un selfie conmigo, aunque he de reconocer que mi público era masculino. Tanto en la subida como en la bajada, al cruzarme con gente nos saludábamos con un namasté.

Entre foto y foto volví al hostel con el objetivo de ducharme antes de ir a ver las el show de las marionetas, dudando si me daría tiempo. En el albergue todavía estaba Udit apurando su último cigarrillo antes de partir. Me propuso que le acompañara, pero tenía que ducharme. De todas maneras, aún pudimos hablar un rato e incluso me acompañó hasta la puerta del teatro, donde finalmente nos despedimos. Un chico de lo más majo, la verdad.

El espectáculo se daba en el patio de un antiguo haveli con un curioso y grande árbol en medio que no se habían atrevido a talar (o todavía respetaban) a pesar de que impedía la perfecta visibilidad del escenario. A una parte del patio había una galería que también formó parte de la representación. El show empezó puntual con una sucesión de bailes corales típicos de la India, donde aparecían dioses locales y marionetas. Me senté en la última fila, pues los asientos tenían respaldo e intenté que el oportuno árbol me dejara ver la obra. Casualmente delante de mí, había una pareja de españoles de mediana edad, que casi no aplaudieron. Tengo que confesar que me gustó bastante.


Al terminar, había anochecido y me dí una vuelta por las intrincadas calles cercanas hasta que cené en otro restaurante con terraza (muchos se anunciaban igual). Tenía unas vistas estupendas. La camarera me preguntó si prefería la terraza o una sala inferior con una panorámica parecida. Le dije que en la parte más alta, (había varias mesas libres), pero contestó que no podía ser. Extrañado le dije que si no podía ser, por qué me lo preguntaba. Supuse que la tendrían reservada para parejas. Me pedí una pizza para variar un poco, el encargado vino para preguntarme si quería disfrutar de las vistas de la ciudad y le respondí que no se preocupara, pues entendía que esas mesas eran para parejas. Me ofreció cambiarme de lugar a lo que acepté y le pedí una cerveza que no me había pedido antes. Y allí estuve encantado. Al terminar, aproveché para llamar a mis padres. Al pagar y revisar la cuenta, me dí cuenta que me habían cobrado una pizza más barata, supuse que por las molestias.