viernes, 9 de octubre de 2020

Viaje a la India (Capítulo 35)

 

Una mañana en Pushkar

Al día siguiente, me levanté temprano. Mis compañeros de habitación, un señor inglés, con el que había hablado brevemente el día anterior, y su hijo se habían ido. Ni me enteré. El próximo tren que tenía que coger salía desde Ajmer a primera hora de la tarde, por lo que todavía podía aprovechar la mañana en Pushkar. Había pensado comprar algunos regalos, pero como todavía me quedaba una semana de viaje, decidí postergarlo. Descubrí que había una pequeña montaña cerca de la ciudad y en su cima un templo budista sin demasiado atractivo. Sin embargo, desde sus alturas se podía disfrutar de una vista general de la ciudad fantástica. 



Como en el hostel no daban de desayunar, me encaminé en busca de un restaurante. Aunque eran las 9 de la mañana, sus calles estaban desiertas, difícil de imaginar en otras ciudades indias en las que había estado. Parece ser que a la gente le costaba madrugar. Mis sospechas se vieron confirmadas cuando en una taberna me dijeron que abrían a las 9,30 h. Curiosamente dentro del local junto a una mesa estaban sentados un padre y su hijo pequeño que, supuse, estaban tomando algo. Se lo comenté al camarero y me contestó en hindi, lo que, claro está, no entendí y me fui. Justo en frente, me topé con un pequeño puesto que prácticamente estaba en la calle, donde había una mesita rodeada de tres asientos vacíos y allí me tomé un chai y un pastel. Mientras desayunaba, pude observar el ir y venir de la gente y reparé en una guapa y bajita mujer india que, entre sus manos, llevaba un cucurucho de papel para pintar la piel con la técnica heena tradicional. La chica también me miraba a cierta distancia hasta que me levanté, pagué y me alejé. Entonces ella me siguió. Me hizo las preguntas de siempre y me empezó a contar que tenía amigos españoles e insistió en pintarme la mano. Le deseé buena suerte. Aún así, quiso hacerse un selfie conmigo, pero el móvil no sé por qué no funcionaba. El aparato hacía fotos, pero no cuando queríamos salir juntos Evidentemente quería dinero, y como me había dicho a mí mismo, le compraría comida, lo que aceptó. Le pregunté por una tienda cercana y le compré 5 kilos de harina por 250 rupias, que es lo que eligió. En el comercio me pidió que le comprara paquetes más grandes, pero se llevó lo que acordamos en un principio, dándome las gracias.


Me quedé pensando cuanta gente podría vivir así, acostumbrada a pedir, y pedir más, hasta el próximo viajero o turista. ¿No queda otra opción? ¿Es tan difícil encontrar un trabajo? Habría que estar en su lugar, sin duda. Desde occidente todo puede parecer más fácil.

Después de aquello, fui en busca de la montaña. De camino descubrí que Pushkar está rodeado de tres colinas, de las cuales dos de ellas están coronadas por un templo cada una. Tras seguir una circunvalación que cercaba la ciudad, dando una gran vuelta según indicaciones tecnológicas, retorné a la ciudad y, casualmente, encontré un gran cartel que indicaba mi destino. A medida que me alejaba de la ciudad, había unos cuantos camellos amarrados que no tenían más remedio que esperar para adentrarse en alguna excursión en la inmensidad del llano desértico.


Para subir la menuda montaña había una gran escalera que, a primera vista, exigía estar en forma. Tengo que añadir que también había un teleférico al que no subí al carecer de mucha emoción. (O quizá demasiada, pero quitándole algo de esfuerzo). Al inicio de la colina, se asomaban algunos puestos donde vendían refrigerios, donde compré una imprescindible botella de agua, no muy fría, por cierto. La escalinata era de piedra roja y, al principio, los peldaños no eran muy altos pero, a medida que se alcanzaba mayor altura, pasaron de un palmo a medio metro. 

Al final, reconozco que me costó llegar a la cumbre. Allí me topé con una mujer y su hija adolescente y un chico que estaba barriendo con una escoba los alrededores. El muchacho también limpió los últimos peldaños que daban al templo, a pesar de que había zapatillas de gente que estaba dentro. El templo no tenía mucho interés, como atestiguaba la guía. Lo verdaderamente notable eran las vistas, de las que disfruté unos minutos haciendo algunas fotos. Les ofrecí agua a la madre y a la hija pues hacía calor, lo que aceptaron. Poco después llegó una chica que había subido con su familia, a los que había adelantado por el camino. También le di un poco de agua que no rechazó. El siguiente en aparecer fue su hermano pequeño, pensé.



Desde lo alto se veía otro camino que iba directo al corazón de la ciudad. No era ni mediodía, por lo que emprendí la vuelta con tiempo suficiente para recoger mis cosas, pagar e incluso reservar el hostel en Agra aprovechando que había wifi en el albergue. Allí me despedí del chico que me había atendido muy amable y me fui en un tuk hacia la parada de autobuses que me llevaría a Ajmer. Llegué justo cuando acababa de salir. El próximo saldría en media hora. Me tomé un chai tranquilamente y esperé.

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