Visita al parque nacional de Ranthambore
Ya por la tarde y esta vez a la hora acordada, el hombre del hostel me llevó con su moto adonde el jeep tenía una parada. La camioneta de aspecto militar, no tardó en llegar con dos mujeres indias vestidas a la manera tradicional con tres churumbeles. Uno de los niños no dejó de dar la monserga hasta que se durmió.
Al conductor del jeep le pregunté si sabía algo de lo que me había sucedido y si vendría su jefe. Lo ignoraba todo, alegando que los de la mañana son diferentes a los de la tarde. No perdería más tiempo con aquello, pues ya había decidido como solucionarlo. Emprendimos el viaje, durante el cual, realizó tres paradas más en otros tantos hoteles, a cual más selecto y con más estrellas. En uno de ellos recogió a un grupo de neozelandeses. Al final, el armatoste aquél se había llenado. Uno de los hombres del grupo se sentó a mi lado con ganas de hablar. Me contó que eran dos familias y unos amigos.
Entramos en el parque con una carretera asfaltada que después continuó adoquinada y al llegar a un puesto situado a la derecha, torcimos por un camino de tierra. Desde entonces los senderos no estaban asfaltados. Después de un rato, paramos. sin motivo ¿Nos habríamos perdido? Bromeé. El jeep aceleró como no lo había visto antes. Llegamos a una explanada donde había una charca a cierta profundidad cercada por dos jeeps más a los que llamaban gypsis. Cada uno iba con sus fotógrafos, auténticos paprazzis con objetivos profesionales.
Y en el charco, enseñando medio cuerpo allí estaba. Un tigre. Ráfaga de fotografías y el felino inmutable. Como si no hubiera nadie. Ni siquiera le llamaban la atención un par de de pavos reales que merodeaban cerca. Estuvimos varios minutos hipnotizados viendo aquel magnífico ejemplar inmóvil. Empezó a mover la cabeza y a beber agua y poco más. Salió de la charca majestuosamente subiendo por un pequeño terraplén y se tumbó sin hacer grandes movimientos durante un rato.
Hasta que nos fuimos, los otros dos jeeps se quedaron. Paramos junto a una caseta que parecía abandonada junto a un pozo bastante grande, del cual sacaron cubos de agua. Dieron la opción de darnos agua, pero, en mi caso, aunque me quedaba poca agua en la botella y estaba bastante caliente y, a pesar del soporífero ambiente, no me atreví a rellenarla. Regresamos adonde habíamos visto al tigre. Todavía estaban los jeeps donde los habíamos dejado, como si no hubiera pasado el tiempo. Antes de irnos, el animal había vuelto a la charca y allí seguía. Al amigo neozelandés le comenté que podía ser una escena donde 3 días después seguían igual y que había que encontrar las siete diferencias. Lo que daba un poco de acción y aventura eran tres pavos reales que rondaban la charca y al tigre, el cual continuaba a lo suyo, estático y meditando. Parecía que por momentos se dormía (si no lo estaba).
Finalmente, el animal se alejó lentamente sabiendo una colina llena de pequeños árboles de ramas secas (como la mayoría del Parque). Por cierto, el paraje había empezado a ser verde y frondoso, pero a medida que nos adentramos en la espesura se convirtió en un lugar árido, donde la sequía era evidente, un cauce seco con grandes piedras me lo acabó de confirmar.
Mientras el tigre se alejaba, los jeeps, también el mío, rodearon la colina para seguirle y esperarle para continuar viéndolo. No apareció, vinieron más jeeps que, al no verle, se dieron la vuelta y se fueron. Era hora de marchar. Añadiré que había más animales: monos y muchos antílopes, unos enormes y otros con sus familias, que no huían de los humanos.
Y así, satisfecho y feliz, regresé y el jeep volvió a dejar a la gente donde la había recogido haciendo la ruta por los diferentes hoteles de lujo. Yo bajé el último en el punto de encuentro. El señor del hostel no estaba y me volví caminando tranquilamente. El jeep se quedó allí y un hombre que estaba cerca me preguntó si había visto tigres. Le dije que uno. A lo que contestó ...tip tip... indicando al chófer (propina, propina). ¿Qué hubiera pasado si no hubiera visto ninguno?...
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