sábado, 30 de mayo de 2020

Viaje a la India (Episodio 13)


Visita al templo de los monos, (Galwar Bagh) Jaipur 13 de abril

Al día siguiente me levanté poco antes de las 8 para ir a la clase de yoga que se hacía en la terraza del hostel. En esta ocasión, el profesor era un chico indio que seriamente repetía que mantuviéramos una sonrisa en la cara y me acompañaban tres chicas. Le sonó varias veces el móvil, que miró, pero no cogió. Por la sesión quería una donación. . Después de desayunar, me encaminé a la estación a comprar más billetes para otras ciudades (el siguiente destino, Bikaner que ya lo había comprado). Tuve que dar varias vueltas de ventanilla en ventanilla hasta que dí con la correcta (jubilados, oficios especiales y turistas extranjeros), y compré el billete de Bikaner a Jodphur.
Volví al hostel para coger mis bártulos y visitar la ciudad. Leyendo la guía me llamó la atención que a las afueras de la ciudad había un templo de los monos. Según me dijo el chico de la recepción en tuk costaba unas 150 rupias. A la puerta del albergue siempre había apostado alguno y al preguntar a uno de ellos me pidió más del dinero citado, le señalé el cartel, acordando finalmente un precio de 400 rupias ida y vuelta a condición de que me esperara allí un tiempo. No sé por qué, pero el que me llevó no era con el que había hablado, quizá lo compartieran. Mi chófer era todo un personaje, con unas “discretas” gafas de sol amarillentas. Mientras conducía, se liaba cigarros, y al cruzarnos con unas mujeres que que se sucedían a lo largo de una carretera que limpiaban zapatos a quien pasase por allí, las llamaba phads o chads (putas).
De camino, sin explicación, hizo un alto para beberse una cerveza y me preguntó si quería una. Le respondí que ahora no era el mejor momento. Fue breve, pero volvió a parar para explicarme que había dos caminos para llegar: uno, más fácil (más corto para él) y otro más largo que rodeaba la montaña. Escogí la primera opción, (creo que la otra alternativa me habría dejado en la puerta del templo, pero como no había ningún bar o ningún sitio para tomar algo, me recomendó la primera.)
Me dejó a las faldas de una pequeña montaña que según él en 5, 10 minutos llegaría al templo. Antes tomamos un chai (al que le invité) en una cantina cercana, bastante mugrienta, donde le conocían. Allí me contó un poco su vida. Tenía novia francesa y un hijo de otra relación, incluso me enseñó fotos. Tras lo cual, quedamos en vernos una hora después.



Pronto me dí cuenta que los 10 minutos eran una fantasía. En fin, de camino, me encontré algunos monos y algunas personas. En la entrada de lo que era el recinto sagrado había dos indios. Uno, panzudo, me invitó a descalzarme y me empezó a contar que el templo estaba dedicado al dios mono. Me quiso poner en la cara un tercer ojo como protección a cambio de unas rupias, lo que rechacé. Su colega, que estaba en la puerta, ya me había pedido 50 rupias por llevar la cámara, y les dejé claro que ya tenían suficiente. Insistían que era para el templo. No me suponía problema pagar más, pero lo que molestaba es que no eran claros. (Entiendo que tengan que vivir de algo, pero, ¿Por qué no se paga una entrada y nos dejamos de historias?) No fue el primer desencuentro que tuve. Bajé por unas escaleras y al fondo se podía divisar un estanque con un agua bastante sucia y más escaleras a continuación. Escuchaba gritos y un jolgorio de chavales jugando, pero no conseguía verlos. Se estaban bañando en una alberca más grande y más limpia. Se lo estaban pasando en grande. Continué las escaleras hasta que descubrí el recinto sagrado con dos templos enfrentados con una columna coloreada bastante coloreada que podía ser del siglo XXI. Pocos monos, la verdad. 


En la puerta de uno de los templos había un chavalín vestido de blanco con el tercer ojo en el entrecejo, que me invitó a entrar. Tras acceder a varias salas, me abrió una pequeña despensa, donde estaba su altar y me empezó a contar una historia, como el hombre anterior, quiso ponerme el tercer ojo como protección.. No, gracias... le dije... Me ofreció una pulsera... No, gracias, le volví a responder. Hablaba un inglés gangoso. Le dí unas monedas, me comentó que era poco dinero. Quería 100 rupias, lo que no es mucho, pero me pareció demasiado. ¿Qué me había enseñado? Me seguía preguntando si no era una manera de mantener aquella situación tan mísera. Creo que inconscientemente aún tenia en la cabeza las triquiñuelas de Delhi y Haridwar. Me persiguió hasta la entrada pidiéndome el dinero, y además, no quería que entrase al otro, parecido al anterior, pero con un árbol en medio. Se me alteró el pulso, respiré profundamente. Y me preguntaba qué futuro tendría que aquel chico viviendo así. Regresé adonde había quedado con el tuk, de camino me desvié a otro templete hindú en lo alto de la colina, a la izquierda. Una mujer sentada comiendo cacahuetes custodiaba la entrada sentada. Después de dar una vuelta por el templo, desde el cual se tenía una panorámica fantástica de la ciudad, le dí unas monedas a la mujer, respondiéndome lo mismo que los otros: poco dinero, ¿Sería para el templo o para ella?




lunes, 25 de mayo de 2020

Viaje a la India (Episodio 12)

Visita a Fort Amber, Jaipur

Ella era inglesa y él indio, de Delhi. Se habían conocido en Londres. Mientras que a ella la entendía bastante bien, con él tenía algún que otro problema, aunque los temas de conversación eran superficiales y con frecuencia surgían bromas y algún juego de palabras (con el que me atreví).
Llegamos a aquel palacio construido en la montaña que recordaba a los tiempos de las Mil y una noches. De camino nos cruzamos con un par de elefantes con sus jinetes, como si fueran otros vehículos.
Para subir a la fortaleza había que girar hacia la izquierda y subir por unas largas escaleras. Propiamente en la entrada, se podía ver un enorme patio y en los accesos unos empleados nos pidieron los tickets que no habíamos comprado, pues no vimos indicación que lo señalara. En una planta inferior se encontraban las taquillas. En el suelo cerca de un muro, junto a una escalera vi un papel rosado, me pareció un billete ¡Bingo! ¡Así era! 2000 rupias, las mismas que me había costado el listo del tuk-tuk del primer día en Delhi. El dinero va y viene. Ya lo decía Siddharta... Todo vuelve. Al chico indio (Shubham) le pagué su entrada (hay que ser generoso y más cuando suceden este tipo de cosas) Como era local pagaba 100 rupias y los turistas 500. Algo discriminatorio puede parecer a simple vista, pero. Lógico, si se tiene en cuenta el nivel adquisitivo de unos y otros.



También pagaría el viaje de vuelta, pues en el ida la chica (Katherine) no había dejado que le pagara mi parte.
Lo que se conoce como Fort Amber estaba incluido en un recinto amurallado (una antigua ciudad) y lo que se conserva fue levantado sobre otras construcciones. Lo que ha llegado hasta nuestros días data de finales de 1500, obra del rey Man Sinhg. Desde allí se podía vislumbrar todo el valle, la ciudad de Jaipur y un lago cercano. El palacio destacaba por algunas estancias bellamente decoradas.
Después de disfrutar de aquel bello lugar, fuimos a otro palacio más escarpado, donode lo único reseñable eran las vistas. Poco más- Al salir, decidimos volver a la ciudad rosa, es decir, al centro histórico de Jaipur en tuk-tuk, tras una acalorada discusión entre algunos tuk.tuk y un taxi privado, que estaban esperando.

 

Ya en Jaipur fuimos a comer a un lugar frente a la fachada del llamado palacio de los Vientos. Un curioso y bello edificio estilizado y de estrechas ventanas construido para que las concubinas de los harenes pudieran ver la calle sin ser observadas. Por la tarde Katherine, quería comprar los últimos recuerdos del lugar porque al día siguiente viajaba a Delhi y, de allí, a Londres. Como me quedaría un día más en Jaipur, decidí acompañarles. Las compras pudieron haberse hecho en menor tiempo, pero todavía quedaba tiempo para visitar algún monumento cercano, como el observatorio astronómico o el City Palace, al menos, el museo. 


En este último lugar me llamó la atención que los guardias vestían como en época colonial. Cuando se daban cuenta de que les estábamos viendo, nos decían “come!” “ven” y hacían señas con las manos para que nos acercáramos y les hiciéramos una foto a cambio de darles un dinero. Paseamos tranquilamente e hicimos un descanso sentándonos en algún banco. En busca de la salida, reparé en tres amigas (había muy pocos visitantes) y refiriéndome a una de ellas, le dije a Shubbam, “Look, a princess” (mira, una princesa). Una chica muy guapa con un vestido que realmente no desentonaba con el lugar, como si fuera a una boda. Le hice una fotos “robadas” cual paparazzi. Me pareció que lo ético sería decírselo, y si le parecía mal, las borraría, si no, se las podría enviar. Y así hice. Eran mexicanas. Una de ellas dijo “qué padre!”. “No tengo hijos”, respondí jocoso entre risas. Le di mi cuenta de instagram al llegar al hostel por la noche, me siguió. 


Esa tarde también nos sorprendió una tormenta. En poco tiempo se nubló el cielo y llovió con ganas, tras lo cual, como si no hubiera pasado nada, volvió a salir el sol. ¿Sería habitual? 
Esa tarde también nos sorprendió una tormenta. En poco tiempo se nubló el cielo y llovió con ganas, tras lo cual, como si no hubiera pasado nada, volvió a salir el sol. ¿Sería habitual?
Volvimos al hostel, un amigo de Katherine le había recomendado un sitio donde ir a cenar no muy caro, pero estaba lejos. Fuimos en un taxi privado. Tras una hora en la que me duché, hice la colada, etc. quedamos en el hall del hostal. Ah, recuperé el móvil porque se me olvidó por la mañana al dejar cargándolo. Lo habían guardado en un cajón.


Al subir al taxi, volvió a lloviznar. Aquel lugar no era nada modesto, guardias en la entrada, una fuente, jardines. Miramos los precios en un panel, asequibles para un extranjero. Aunque los chicos se mostraron muy discretos, eran pareja, y a la hora de pagar se encargaba ella, le llevaba 8 años a él (pues era estudiante). Viendo el panorama, les propuse volver al hostel y buscar algo cerca de allí. Llovía con ganas. Volvimos en taxi a otro sitio que elegimos, pero al llegar (11 h. de la noche) estaba cerrado y finalmente “aterrizamos” en el hostel famélicos y pedimos algo a un negocio de comida para llevar. Y tras 45 minutos de espera, que “matamos” jugando al scrabble en inglés, cenamos... y nos despedimos, intercambiándonos los contactos.

miércoles, 20 de mayo de 2020

Viaje a la India (Episodio 11)


                                                                                                                    12 de abril de 2018
Camino de Jaipur
He acabado de cenar en el hostel, son las 22 h. Me arde la boca, como a veces me pasa después de alguna comida india, pero se puede aguantar. Como remedio siempre tengo cerca una botella de agua de un litro (que casi suelo terminar). Prosigo el diario donde lo dejé.

Mientras esperaba el tren en Amritsar que me llevaría a Jaipur, estaba hablando con un amable hombre, del que me despedí al acercarse la hora de partir. (Había que ir con tiempo porque los trenes suelen ser kilométricos). Antes de subir al tren desde una de las incontables ventanillas oigo:“David”, pronunciado en inglés, pensé que no sería yo a quien llamarían, pero, por si acaso, me giré. Y sí, sí, era para mi sopresa. ¡No sabía que India era tan pequeña! Se trataba de un señor de mediana edad con el que había coincidido el día anterior al llegar a Amritsar en el tren. Al conocernos, me comentó que en mis ojos había visto a Jesús (era un pastor protestante de una iglesia cercana a la estación) y me invitó a que fuera a su parroquia. Le comenté que era un poco tarde (era de noche) e insistió que fuera al día siguiente. Me excusé diciendo que estaría poco tiempo en la ciudad. Nos despedimos con su bendición y la de Dios y deseándonos feliz viaje. No me dijo adónde iba, pero su vagón era más austero y viajaba con su hijo que tendría unos 12 años.
Dos sijs en Amritsar

Mi vagón era uno de los primeros que tenían compartimentos con litera. Allí me topé con una familia que me preguntó si se lo podía cambiar por uno cercano y accedí.
En el tren de largo recorrido se podía viajar dos veces, una al destino y otra en el tiempo. Me recordaba al que podía haber existido en la España franquista, aunque no hubiera subido a ninguno. El compartimento se componía de cuatro literas a un lado y dos al otro que se cerraban gracias a unas gruesas cortinas. En el de al lado, los revisores se reunían para descansar y contarse sus historias.
Me esperaban 16 horas de viaje, en el no estaba incluido la cena ni el desayuno. Llevaba algo de pizza que me sobró (no suelo comer mucho) y unas manzanas. Salimos con 15 minutos de retraso, lo que no estuvo nada mal.
Como curiosidad, ya con el tren en marcha, tres limpiadores limpiaban el suelo del armatoste con improvisadas mopas. Podían subir en cualquier parada, como los vendedores ambulantes que ofrecían agua, chai, (té indio), café o sandwiches. (samosas).
Cuando el revisor me pidió el billete, se dio cuenta del cambio que había hecho con la familia y gracias a otro chico joven me dio un papel para rellenar mis datos (otra vez).
El viaje fue según lo previsto: leer, ver el paisaje, cerrar los ojos... y encuentros con pasajeros. En una de las primeras paradas, subió una familia con dos niños, uno de ellos de dos/tres años que gritaba constantemente y pregonaba “papa, papa...” en vez de mama... Curioso. Su cabeza estaba tan pelada como la mía. Por suerte, no le costó dormirse y soñó con los angelitos o dioses hindúes.
No eran estos niños, me recuerdan a los que conocí

No dormí tan mal como pensaba gracias a mis dos amigos (los tapones). Sobre las 8 de la mañana llegamos a Jaipur. Como había previsto el hostal estaba cerca de la estación y conseguí llegar sin problemas y sin tuk-tuk.
Ya en el albergue como el check-in se hacía a partir de las 13,30 h. pregunté por el desayuno, pues me moría de hambre. No era barato, 200 rupias (3 €) pero era un buffet libre en una terraza muy mona y acogedora con cómodas butacas.
En una parte había cuatro chicas forasteras haciendo yoga, que no lo hacían nada mal. Las podía haber observado, pero me senté de espaldas para no molestar. (Sospecho que una de ellas me miró con cara de pocos amigos). Terminada la clase de yoga, seguí con mi desayuno que muy indio, muy indio no era (creps, tostadas, panecillos con pepino con una salsa...)
Tenía que cargar el móvil pues había muerto y pedí a uno de los chicos que gestionaba el desayuno si me podía ayudar, y así hizo. Una de las chicas que había hecho yoga (europea, sin duda) desayunó con un chico indio. No recuerdo cómo surgió la conversación, pero querían ir a Fort Amber, una fortaleza que estaba a las afueras de la ciudad a pocos kilómetros. Había llamado a una empresa de taxis privada y quedamos en vernos en el vestíbulo del hostel (llamado Moustache) en 20 minutos. Iríamos los tres. Desde el principio nos caímos bien e hicimos buenas migas. Pasaríamos el día juntos

jueves, 14 de mayo de 2020

Viaje a la India (Episodio 10)

Visita a los jardines de Jallianwala Bagh, Amritsar

Al día siguiente, (o pocas horas después, a las 9 h.) me desperté sin tener mucho sueño. El desayuno no estaba incluido, lo que me había comentado el chico de la recepción, pero por 50 rupias (luego fueron 60) me podían hacer un café con leche y unas tostadas con miel y mermelada. Aproveché para ducharme mientras me lo preparaban y lavar un par de camisetas. Mientras desayunaba, reservé el nuevo hostel en Jaipur por dos noches, la más cercana a la estación para ir a pie. Entonces caí en la cuenta que me había dejado el gel en la ducha. Cuando volví había desaparecido, me tendré que comprar uno nuevo, pensé, aunque en muchos albergues había jabón.
Tenía toda la mañana para visitar Amritsar, el centro es lo más interesante, sobre todo el parque llamado Jallianwala Bagh (también cementerio) que se hizo tristemente famoso porque delante de sus jardines murieron más de 300 personas, según los ingleses, según los indios más de 1000, más otro millar de heridos en 1919. El motivo de la protesta fue por una ley de los ingleses (cuando dominaban la India todavía) que permitía encarcelar a un indio sin juicio. Se congregaron unas 20.000 personas. La matanza fue ordenada por el general Dyer e Inglaterra sólo pidió perdón hace pocos años.


Los jardines son un recuerdo a aquel lamentable acontecimiento con curiosos arbustos recortados como si fueran soldados arrodillados apuntando con su fusil. Hay un muro con las marcas de los disparos. Durante el paseo había gente que me saludaba y se quería hacer fotos conmigo sin más explicación. Posé cual famoso resignado. (Ahora entiendo las estrellas del celuloide). A la entrada (o salida) como se quiera, había una sala de exposiciones con fotos de los protagonistas del suceso y diversas publicaciones relacionadas. Incluso una urna con las cenizas de alguien, claro. Mientras la observaba, un chico me decía mientras la índica que él fue el mejor. Es el mismo que está inmortalizado con una estatua que está junto a la puerta de los jardines. A sus pies se cuenta quien fue, en resumen, el señor que asesinó al general Dyer 21 años después de la matanza. Para ello fue hasta Londres. Eso sí, su venganza le valió la horca. 


NOTA; Al pasar a limpio el diario, leo lo que dice Wikipedia sobre la la matanza y hay datos contradictorios. Por un lado, la matanza se produjo porque no se había permitido una simple celebración de un festival en aquel lugar y, por otro, el general no fue asesinado y no se menciona nada de su supuesto asesino.) Parece ser que hay dos versiones, aparte del número de víctimas y de lo sucedido, ¿a quién creer? Del terrible hecho, en sí mismo condenable, por supuesto, nadie fue llevado a juicio ni asumió responsabilidades. Como, por cierto, demasiadas veces, suele pasar y no hay que irse a la India para saberlo.


Tras la visita a los jardines paseé por el centro de la ciudad, tranquilo, de calles algo decadentes y descubriendo algún haveli (casa típica local) que agoniza. Los havelis tienen balcones de madera hermosamente tallados. En una esquina veo una pizzería de una conocida empresa y decidí comer allí. Era la primera vez desde que llegué que elejía comida occidental. En relación a ello, hasta ahora no he tenido problemas digestivos. Tras el refrigerio volví al albergue, donde todavía la ropa que lavé estaba mojada, la secaría en el tren, recogí mis cosas, y vuelta a la estación, esta vez a pie.

Como quedaba una hora todavía más o menos, aproveché para tender un poco la ropa mojadas y para preguntar a unos vigilantes si estaba bien en el andén donde me encontraba. No me he equivocado. Durante la espera, veo que ya había gente dentro del tren y algunas chicas jóvenes no me quitaban ojo. Se nota que tienen buen gusto...jajaja... Les llamaba mucho la atención ver a un occidental (me parece que no me he cruzado con ninguno aquí, a excepción de algún chico del hostel, que estaba prácticamente vacío). Y esperé sentado en un banco, a mi lado se sentó un hombre de mi edad que me empezó a dar conversación. Me preguntó por mi destino y me contó que era de Chandigarh, (más al norte) una ciudad ultramoderna que fundó Nehru (el primer ministro que tuvo la India tras independizarse de Inglaterra).




domingo, 10 de mayo de 2020

Viaje a la India (Episodio 9)


Visita al golden Temple (Amritsar)

Al llegar al albergue, el recepcionista me estaba esperando. A la hora de pagar no tenía cambio, y quedamos que se lo abonaría al día siguiente. Le pregunté por un lugar cercano donde cenar y por la ceremonia del templo dorado. Sobre la primera cuestión fui a un restaurante local, cerraban justo a medianoche y llegué viente minutos antes. En relación a la segunda cuestión se podía visitar a las 4 de la mañana (según la guía que llevaba señalaba que estaba abierto a las 4,30 o las 5 dependiendo si era invierno o verano). Con estos horarios intempestivos sólo quedaba descansar un rato hasta las 3,30 h. Según lo que había leído me puse pantalones largos para entrar al recinto sagrado. Según el plano, se podía llegar por unas calles más o menos amplias o por unas callejuelas que algunas no tenían salida (como las antiguas medinas musulmanas). Elegí la segunda básicamente porque ya me había metido sin querer en ese laberinto. Lo que se convirtió en un vía crucis porque me fue complicado orientarme por calles estrechas con montones de basura a ambos lados, poco iluminadas, vacías, a excepción de algún perro vagabundo que buscaba comida entre los desperdicios y que me ladraban a medida que me acercaba a alguno. Podría ser una película de terror.



Había tan poca luz, que me ayudé con la linterna del móvil. Aún así, llegué poco antes de las 4. Para acceder sólo había una entrada principal. Nada más pasar, a la derecha había una especie de parque donde se ofrecía comida gratis para los devotos. Seguí mi camino y me topé con un señor recostado al lado de un cubo donde había un montón de pañuelos. Me indicó que me cubriera la cabeza con el que prefiriera. Di unos pasos más y a la izquierda descubrí el templo (más pequeño de lo que creía) en medio de un estanque artificial al que se sólo se podía llegar a través de una pasarela. Deslumbrante y espectacular. Había varias colas para acceder a él, como no sabía por cuál decantarme, por respeto y como no era creyente, elegí la que había más gente. De todas maneras, no tenía ninguna prisa. Y tampoco había tantas personas. Por cierto, por todo el recinto hay hombres y mujeres durmiendo o leyendo pequeños libros de oraciones o simplemente sentados ensimismados.
En la cola, dos hombres apostados a la entrada, deciden cuándo dejan pasar cada cierto tiempo a un grupo de personas levantando un tubo azul.
Hay un escalón nada más entrar, el cual los fieles tocaban se arrodillaban, se inclinaban, les imité por si me decían algo. En medio de la primera sala se encontraba un anciano y delante de él un enorme libro, el libro sagrado. Un mamometro considerable. Como ya me había imaginado y por si había alguna duda, no se podían hacer fotos dentro del templo, pero ni me cachearon ni me requisaron nada. También había un grupo de músicos con harmoniums y más devotos sentados rezando. Había unos cuantos que se agachaban para pasar por debajo de una barra que circundaba un “escenario” con billetes de rupias en el suelo para dejar los suyos. Aquella sala estaba custodiada por dos señores con una especie de machete cada uno, que iban juntando el dinero en el centro del lugar.


Había dos pisos más, donde no había libros ni músicos ni cantores que recitasen los versos sagrados. Un número ingente abarrotaba los escalones, la terraza, cualquier rincón. Detrás del templo había una zona con un pequeño canal con agua bendita que los fieles se echaban en la cabeza e incluso bebían. Me llamó la atención una mujer que baó por una escalera de espaldas y con su sari (vestido largo) limpiando cada peldaño. Otra mujer limpiaba el polvo de cada columna del pórtico que rodeaba el lago.
Para los curiosos añadiré que el templo dorado, Harmandir Sahib (en hinidi) fue levantado por los sijs que que profesan el sijismo, religión que desconocía. Fue fundada en el siglo XVI en esta zona de la India, el Punjab, por Gurú Ram Das, que excavó un foso, donde hoy se encuentra el foso, y que fue llamada Amritsar “piscina de néctar”, La nueva religión rechazaba el sistema de castas hindú y también el extremismo musulmán. Sus seguidores se siguen distinguiendo por sus largas barbas, los hombres se entiende, que tienen prohibido cortárselas y una daga o puñal al cinto, recuerdo de su ardor guerrero. Las mujeres iban vestidas discretamente y colores oscuros.


Continué rodeando el recinto haciendo fotos sin llamar la atención, atento a lo que me veía. Algunos se bañaban en el lago, familias, como en el Ganges en Haridwar, y tenían sus vestuarios para cambiarse. Pasé bastante desapercibido y no vi a ningún viajero.
Al salir, un hombre me indicó que si quería un té, me invitaron a uno en la entrada y allá que me fui. Tenía un sabor parecido a los que me había tomado, pero distinto y similar color. Revisé las fotos que había hecho y descubrí que el pañuelo me lo había puesto de cualquier manera, y repetí alguna foto. Si duda merecía la pena, y tras dos horas, abandoné el lugar.



martes, 5 de mayo de 2020

Viaje a la India (Episodio 8)

                                                                                                                      9 de abril de 2018

Camino de Amritsar
Esta mañana (sin despertador) abrí los ojos a las 7,30 h, pero no me levanté. Esta vez el hostel (de Haridwar) no ofrecía desayuno. Amaneció muy nuboso y amenazando lluvia. Un rato después me levanté, Floyd, mi compañero de litera estaba despierto y hablamos mientras estaba recogiendo sus cosas para ir a Rikishesh. Le conté la historia de la ceremonia del día anterior, lo que no le sorprendió demasiado. Le comenté que quería hacer unos suriyanamaskar (saludos al sol) y me responde que los podría hacer al lado del río que lo tenemos justo detrás. Añadió que vaya y que cuando vuelva nos despedimos, pues calcula que tardará una hora en irse. Pero, al salir, están cayendo las primeras gotas y decido quedarme en el patio interior del hostel para hacer alguna postura. Al terminar, me reencuentro con Floyd y nos despedimos con un abrazo. Me pide solicitud de amistad por facebook y claro está, nos hacemos amigos.
Después de despedirme, me encaminé hacia el Ganges. Durante mis ejercicios de yoga había llovido con ganas y al acabar había amainado un poco, pero seguía lloviendo. Crucé uno de los puentes que atravesaba el río. Al otro lado, había un grupo de ancianos con luengas barbas. Desde la otra parte fotografié la ciudad. En la orilla donde me encontraba no había mucha gente, unos se bañaban y otros se cobijaban bajo unos tenderetes atados con cuerdas a unos árboles. Junto a algunos de ellos había diferentes esculturas de dioses hindúes.
Continué mi paseo hacia donde había tenido lugar un día antes la ceremonia siguiendo el cauce (se celebraba todos los atardeceres) la llamada ceremonia del fuego. Daba igual la persistente lluvia para que familias enteras se bañaran en las aguas sagradas bajo la impasibilidad de una vaca. Por mi parte, llevaba un poncho-chubasquero. Dudé si arremangarme los camales de los pantalones, pues ya me había mojado bastante. Volví al hostel para cambiarme por lo menos, de calzado más “acuático”, digamos y dirigirme a la estación. La chica de recepción me preguntó al despedirnos que cuándo volvería (a pesar de saber de dónde venía) Le contesté que no lo sabía. Al salir de hostel apenas llovía y me encaminé a la estación. Como llegué con bastante tiempo se me ocurrió que podría reservar el siguiente viaje a Jaipur, sin tener claro si se podía. Pues sí, había que pasar por el mismo trámite de rellenar el dichoso papelito. Saldría al día siguiente a las 14,30 h de Amritsar, creo que tendría tiempo suficiente de visitar el gran atractivo de esa ciudad, el Golden Temple y un parque cercano al templo de obligada visita el Jallianwala.
En las taquillas de la estación, me encontré con una pareja de occidentales, me parecieron ingleses, y entablé conversación con ellos. También se dirigían hacia Amritsar y no habían comprado los billetes todavía. Preocupados por si no había plazas, consiguieron coger el próximo tren que salía en dos horas más o menos. Ya en el andén esperando el tren volvimos a coincidir. Ella era de EEUU (Kim) y él, inglés, John (acerté al 50%) y vivían en Inglaterra. Era la tercera o cuarta vez que pisaban India y les sorprendió que les dijera que era mi primera vez, pues me veían bastante relajado. Lo normal es que estuviera mirando hacia todos lados en una actitud de desconfianza. La verdad es que entendía bastante bien su inglés, sobre todo el que halaba él.



Me contaron que venían de visitar el Himalaya y que habían estado varios días enfermos, lo que no les había sucedido en otras ocasiones. Seguimos conversando sobre la India, un lugar ideal para vivir el momento presente, el aquí y el ahora (en lo que coincidíamos) hasta que fuimos interrumpidos por una joven india. Esta chica le preguntó a Kim por los tatuajes que llevaba y en un par de minutos de charla ya le estaba pidiendo el facebook para seguir en contacto. Se quiso hacer unas fotos con nosotros, cual famosos. Esto ya me había pasado en Haridwar. Un chico se me acercaba, nunca sabía con qué intenciones, después de mis episodios picarescos, y me pedía un selfie. A continuación me preguntaba de dónde era. Les llama la atención los occidentales y si son rubios y de piel clara, más.
La espera se alargó una hora más apróximadamente y me despedí de la pareja angloparlante pues ellos iban a un vagón y yo a otro, al D2. Este tren ya no era tan cómodo como el primero. Las filas eran de 3 asientos separadas por un pasillo que daba otra fila de otros 3 asientos. El aire acondicionado consistía en una hilera de ventiladores atornillados al techo. A mi lado se sentó un chico con un pulsera del Barcelona FC que iba ensimismado escuchando música por los auriculares. Al otro lado del pasillo, un anciano sij con su magnífica barba blanca, turbante en la cabeza y gafas oscuras, iba con su mujer recostada y dormida.

Durante el trayecto, se me acercó un joven con el que había coincidido en la estación comprando el billete. Entonces el anciano sij me dijo con su inglés digamos autóctono, que yo parecía agradable y que se me veía un buen hombre. Me siguió contando que venía de Australia y me preguntó que si había estado allí.
Después de unas paradas subió un chico que sustituyó al de la pulsera del Barcelona. Apegado a su móvil, empezamos una conversación que tuvo como punto de partida de dónde era yo... Se alegró bastante de que fuera español y más que viviera en Barcelona. En su móvil tenía como pantalla de fondo una foto de Messi. Le encantaba el fútbol y me confesó que la selección de India estaba mejorando últimamente y que pensaba ir al mundial de Dubai. A ratos volvíamos a nuestra soledad, yo, leyendo y él jugando al fútbol con el móvil. Me pidió el facebook, donde tenía más de 1000 amigos, y, aún así, le parecían pocos. También me preguntó por otros temas más generales, como la independencia de Cataluña o el Brexit. Sin duda, no sólo le interesaba el deporte rey.
Se llama Wattsal y se bajó una hora y media antes de llegar a Amritsar. Ya era de noche cuando finalmente el tren hizo su última parada. Según el google maps (lo consultaba sólo lo necesario) el hostel estaba a 20 minutos andando. No llegué aclararme y decidí coger un tuk-tuk, además de noche, creo que era lo mejor, aunque seguía sin fiarme al cien por cien. No tuve problemas y el hostel estaba al final de una larga avenida llamada Hall Road.