lunes, 25 de mayo de 2020

Viaje a la India (Episodio 12)

Visita a Fort Amber, Jaipur

Ella era inglesa y él indio, de Delhi. Se habían conocido en Londres. Mientras que a ella la entendía bastante bien, con él tenía algún que otro problema, aunque los temas de conversación eran superficiales y con frecuencia surgían bromas y algún juego de palabras (con el que me atreví).
Llegamos a aquel palacio construido en la montaña que recordaba a los tiempos de las Mil y una noches. De camino nos cruzamos con un par de elefantes con sus jinetes, como si fueran otros vehículos.
Para subir a la fortaleza había que girar hacia la izquierda y subir por unas largas escaleras. Propiamente en la entrada, se podía ver un enorme patio y en los accesos unos empleados nos pidieron los tickets que no habíamos comprado, pues no vimos indicación que lo señalara. En una planta inferior se encontraban las taquillas. En el suelo cerca de un muro, junto a una escalera vi un papel rosado, me pareció un billete ¡Bingo! ¡Así era! 2000 rupias, las mismas que me había costado el listo del tuk-tuk del primer día en Delhi. El dinero va y viene. Ya lo decía Siddharta... Todo vuelve. Al chico indio (Shubham) le pagué su entrada (hay que ser generoso y más cuando suceden este tipo de cosas) Como era local pagaba 100 rupias y los turistas 500. Algo discriminatorio puede parecer a simple vista, pero. Lógico, si se tiene en cuenta el nivel adquisitivo de unos y otros.



También pagaría el viaje de vuelta, pues en el ida la chica (Katherine) no había dejado que le pagara mi parte.
Lo que se conoce como Fort Amber estaba incluido en un recinto amurallado (una antigua ciudad) y lo que se conserva fue levantado sobre otras construcciones. Lo que ha llegado hasta nuestros días data de finales de 1500, obra del rey Man Sinhg. Desde allí se podía vislumbrar todo el valle, la ciudad de Jaipur y un lago cercano. El palacio destacaba por algunas estancias bellamente decoradas.
Después de disfrutar de aquel bello lugar, fuimos a otro palacio más escarpado, donode lo único reseñable eran las vistas. Poco más- Al salir, decidimos volver a la ciudad rosa, es decir, al centro histórico de Jaipur en tuk-tuk, tras una acalorada discusión entre algunos tuk.tuk y un taxi privado, que estaban esperando.

 

Ya en Jaipur fuimos a comer a un lugar frente a la fachada del llamado palacio de los Vientos. Un curioso y bello edificio estilizado y de estrechas ventanas construido para que las concubinas de los harenes pudieran ver la calle sin ser observadas. Por la tarde Katherine, quería comprar los últimos recuerdos del lugar porque al día siguiente viajaba a Delhi y, de allí, a Londres. Como me quedaría un día más en Jaipur, decidí acompañarles. Las compras pudieron haberse hecho en menor tiempo, pero todavía quedaba tiempo para visitar algún monumento cercano, como el observatorio astronómico o el City Palace, al menos, el museo. 


En este último lugar me llamó la atención que los guardias vestían como en época colonial. Cuando se daban cuenta de que les estábamos viendo, nos decían “come!” “ven” y hacían señas con las manos para que nos acercáramos y les hiciéramos una foto a cambio de darles un dinero. Paseamos tranquilamente e hicimos un descanso sentándonos en algún banco. En busca de la salida, reparé en tres amigas (había muy pocos visitantes) y refiriéndome a una de ellas, le dije a Shubbam, “Look, a princess” (mira, una princesa). Una chica muy guapa con un vestido que realmente no desentonaba con el lugar, como si fuera a una boda. Le hice una fotos “robadas” cual paparazzi. Me pareció que lo ético sería decírselo, y si le parecía mal, las borraría, si no, se las podría enviar. Y así hice. Eran mexicanas. Una de ellas dijo “qué padre!”. “No tengo hijos”, respondí jocoso entre risas. Le di mi cuenta de instagram al llegar al hostel por la noche, me siguió. 


Esa tarde también nos sorprendió una tormenta. En poco tiempo se nubló el cielo y llovió con ganas, tras lo cual, como si no hubiera pasado nada, volvió a salir el sol. ¿Sería habitual? 
Esa tarde también nos sorprendió una tormenta. En poco tiempo se nubló el cielo y llovió con ganas, tras lo cual, como si no hubiera pasado nada, volvió a salir el sol. ¿Sería habitual?
Volvimos al hostel, un amigo de Katherine le había recomendado un sitio donde ir a cenar no muy caro, pero estaba lejos. Fuimos en un taxi privado. Tras una hora en la que me duché, hice la colada, etc. quedamos en el hall del hostal. Ah, recuperé el móvil porque se me olvidó por la mañana al dejar cargándolo. Lo habían guardado en un cajón.


Al subir al taxi, volvió a lloviznar. Aquel lugar no era nada modesto, guardias en la entrada, una fuente, jardines. Miramos los precios en un panel, asequibles para un extranjero. Aunque los chicos se mostraron muy discretos, eran pareja, y a la hora de pagar se encargaba ella, le llevaba 8 años a él (pues era estudiante). Viendo el panorama, les propuse volver al hostel y buscar algo cerca de allí. Llovía con ganas. Volvimos en taxi a otro sitio que elegimos, pero al llegar (11 h. de la noche) estaba cerrado y finalmente “aterrizamos” en el hostel famélicos y pedimos algo a un negocio de comida para llevar. Y tras 45 minutos de espera, que “matamos” jugando al scrabble en inglés, cenamos... y nos despedimos, intercambiándonos los contactos.

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