Ella
era inglesa y él indio, de Delhi. Se habían conocido en Londres. Mientras que a ella la entendía bastante bien, con él tenía algún
que otro problema, aunque los temas de conversación eran
superficiales y con frecuencia surgían bromas y algún juego de
palabras (con el que me atreví).
Llegamos
a aquel palacio construido en la montaña que recordaba a los tiempos
de las Mil y una noches. De camino nos cruzamos con un par de
elefantes con sus jinetes, como si fueran otros vehículos.
Para
subir a la fortaleza había que girar hacia la izquierda y subir por
unas largas escaleras. Propiamente en la entrada, se podía ver un
enorme patio y en los accesos unos empleados nos pidieron los tickets
que no habíamos comprado, pues no vimos indicación que lo señalara.
En una planta inferior se encontraban las taquillas. En el suelo
cerca de un muro, junto a una escalera vi un papel rosado, me pareció
un billete ¡Bingo! ¡Así era! 2000 rupias, las mismas que me había
costado el listo del tuk-tuk del primer día en Delhi. El dinero va y
viene. Ya lo decía Siddharta... Todo vuelve. Al chico indio
(Shubham) le pagué su entrada (hay que ser generoso y más cuando
suceden este tipo de cosas) Como era local pagaba 100 rupias y los
turistas 500. Algo discriminatorio puede parecer a simple vista,
pero. Lógico, si se tiene en cuenta el nivel adquisitivo de unos y
otros.
También
pagaría el viaje de vuelta, pues en el ida la chica (Katherine) no
había dejado que le pagara mi parte.
Lo
que se conoce como Fort Amber estaba incluido en un recinto
amurallado (una antigua ciudad) y lo que se conserva fue levantado
sobre otras construcciones. Lo que ha llegado hasta nuestros días
data de finales de 1500, obra del rey Man Sinhg. Desde allí se podía
vislumbrar todo el valle, la ciudad de Jaipur y un lago cercano. El
palacio destacaba por algunas estancias bellamente decoradas.
Después
de disfrutar de aquel bello lugar, fuimos a otro palacio más
escarpado, donode lo único reseñable eran las vistas. Poco más- Al
salir, decidimos volver a la ciudad rosa, es decir, al centro
histórico de Jaipur en tuk-tuk, tras una acalorada discusión entre
algunos tuk.tuk y un taxi privado, que estaban esperando.
Ya
en Jaipur fuimos a comer a un lugar frente a la fachada del llamado
palacio de los Vientos. Un curioso y bello edificio estilizado y de
estrechas ventanas construido para que las concubinas de los harenes
pudieran ver la calle sin ser observadas. Por la tarde Katherine,
quería comprar los últimos recuerdos del lugar porque al día
siguiente viajaba a Delhi y, de allí, a Londres. Como me quedaría
un día más en Jaipur, decidí acompañarles. Las compras pudieron
haberse hecho en menor tiempo, pero todavía quedaba tiempo para
visitar algún monumento cercano, como el observatorio astronómico o
el City Palace, al menos, el museo.
En este último lugar me llamó
la atención que los guardias vestían como en época colonial.
Cuando se daban cuenta de que les estábamos viendo, nos decían
“come!” “ven” y hacían señas con las manos para que nos
acercáramos y les hiciéramos una foto a cambio de darles un dinero.
Paseamos tranquilamente e hicimos un descanso sentándonos en algún
banco. En busca de la salida, reparé en tres amigas (había muy
pocos visitantes) y refiriéndome a una de ellas, le dije a Shubbam,
“Look, a princess” (mira, una princesa). Una chica muy guapa con
un vestido que realmente no desentonaba con el lugar, como si fuera a
una boda. Le hice una fotos “robadas” cual paparazzi. Me pareció
que lo ético sería decírselo, y si le parecía mal, las borraría,
si no, se las podría enviar. Y así hice. Eran mexicanas. Una de
ellas dijo “qué padre!”. “No tengo hijos”, respondí jocoso
entre risas. Le di mi cuenta de instagram al llegar al hostel por la
noche, me siguió.
Esa
tarde también nos sorprendió una tormenta. En poco tiempo se nubló
el cielo y llovió con ganas, tras lo cual, como si no hubiera pasado
nada, volvió a salir el sol. ¿Sería habitual?
Esa
tarde también nos sorprendió una tormenta. En poco tiempo se nubló
el cielo y llovió con ganas, tras lo cual, como si no hubiera pasado
nada, volvió a salir el sol. ¿Sería habitual?
Volvimos
al hostel, un amigo de Katherine le había recomendado un sitio donde
ir a cenar no muy caro, pero estaba lejos. Fuimos en un taxi privado.
Tras una hora en la que me duché, hice la colada, etc. quedamos en
el hall del hostal. Ah, recuperé el móvil porque se me olvidó por
la mañana al dejar cargándolo. Lo habían guardado en un cajón.
Al
subir al taxi, volvió a lloviznar. Aquel lugar no era nada modesto,
guardias en la entrada, una fuente, jardines. Miramos los precios en
un panel, asequibles para un extranjero. Aunque los chicos se
mostraron muy discretos, eran pareja, y a la hora de pagar se
encargaba ella, le llevaba 8 años a él (pues era estudiante).
Viendo el panorama, les propuse volver al hostel y buscar algo cerca
de allí. Llovía con ganas. Volvimos en taxi a otro sitio que
elegimos, pero al llegar (11 h. de la noche) estaba cerrado y
finalmente “aterrizamos” en el hostel famélicos y pedimos algo a
un negocio de comida para llevar. Y tras 45 minutos de espera, que
“matamos” jugando al scrabble en inglés, cenamos... y nos
despedimos, intercambiándonos los contactos.
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