sábado, 30 de mayo de 2020

Viaje a la India (Episodio 13)


Visita al templo de los monos, (Galwar Bagh) Jaipur 13 de abril

Al día siguiente me levanté poco antes de las 8 para ir a la clase de yoga que se hacía en la terraza del hostel. En esta ocasión, el profesor era un chico indio que seriamente repetía que mantuviéramos una sonrisa en la cara y me acompañaban tres chicas. Le sonó varias veces el móvil, que miró, pero no cogió. Por la sesión quería una donación. . Después de desayunar, me encaminé a la estación a comprar más billetes para otras ciudades (el siguiente destino, Bikaner que ya lo había comprado). Tuve que dar varias vueltas de ventanilla en ventanilla hasta que dí con la correcta (jubilados, oficios especiales y turistas extranjeros), y compré el billete de Bikaner a Jodphur.
Volví al hostel para coger mis bártulos y visitar la ciudad. Leyendo la guía me llamó la atención que a las afueras de la ciudad había un templo de los monos. Según me dijo el chico de la recepción en tuk costaba unas 150 rupias. A la puerta del albergue siempre había apostado alguno y al preguntar a uno de ellos me pidió más del dinero citado, le señalé el cartel, acordando finalmente un precio de 400 rupias ida y vuelta a condición de que me esperara allí un tiempo. No sé por qué, pero el que me llevó no era con el que había hablado, quizá lo compartieran. Mi chófer era todo un personaje, con unas “discretas” gafas de sol amarillentas. Mientras conducía, se liaba cigarros, y al cruzarnos con unas mujeres que que se sucedían a lo largo de una carretera que limpiaban zapatos a quien pasase por allí, las llamaba phads o chads (putas).
De camino, sin explicación, hizo un alto para beberse una cerveza y me preguntó si quería una. Le respondí que ahora no era el mejor momento. Fue breve, pero volvió a parar para explicarme que había dos caminos para llegar: uno, más fácil (más corto para él) y otro más largo que rodeaba la montaña. Escogí la primera opción, (creo que la otra alternativa me habría dejado en la puerta del templo, pero como no había ningún bar o ningún sitio para tomar algo, me recomendó la primera.)
Me dejó a las faldas de una pequeña montaña que según él en 5, 10 minutos llegaría al templo. Antes tomamos un chai (al que le invité) en una cantina cercana, bastante mugrienta, donde le conocían. Allí me contó un poco su vida. Tenía novia francesa y un hijo de otra relación, incluso me enseñó fotos. Tras lo cual, quedamos en vernos una hora después.



Pronto me dí cuenta que los 10 minutos eran una fantasía. En fin, de camino, me encontré algunos monos y algunas personas. En la entrada de lo que era el recinto sagrado había dos indios. Uno, panzudo, me invitó a descalzarme y me empezó a contar que el templo estaba dedicado al dios mono. Me quiso poner en la cara un tercer ojo como protección a cambio de unas rupias, lo que rechacé. Su colega, que estaba en la puerta, ya me había pedido 50 rupias por llevar la cámara, y les dejé claro que ya tenían suficiente. Insistían que era para el templo. No me suponía problema pagar más, pero lo que molestaba es que no eran claros. (Entiendo que tengan que vivir de algo, pero, ¿Por qué no se paga una entrada y nos dejamos de historias?) No fue el primer desencuentro que tuve. Bajé por unas escaleras y al fondo se podía divisar un estanque con un agua bastante sucia y más escaleras a continuación. Escuchaba gritos y un jolgorio de chavales jugando, pero no conseguía verlos. Se estaban bañando en una alberca más grande y más limpia. Se lo estaban pasando en grande. Continué las escaleras hasta que descubrí el recinto sagrado con dos templos enfrentados con una columna coloreada bastante coloreada que podía ser del siglo XXI. Pocos monos, la verdad. 


En la puerta de uno de los templos había un chavalín vestido de blanco con el tercer ojo en el entrecejo, que me invitó a entrar. Tras acceder a varias salas, me abrió una pequeña despensa, donde estaba su altar y me empezó a contar una historia, como el hombre anterior, quiso ponerme el tercer ojo como protección.. No, gracias... le dije... Me ofreció una pulsera... No, gracias, le volví a responder. Hablaba un inglés gangoso. Le dí unas monedas, me comentó que era poco dinero. Quería 100 rupias, lo que no es mucho, pero me pareció demasiado. ¿Qué me había enseñado? Me seguía preguntando si no era una manera de mantener aquella situación tan mísera. Creo que inconscientemente aún tenia en la cabeza las triquiñuelas de Delhi y Haridwar. Me persiguió hasta la entrada pidiéndome el dinero, y además, no quería que entrase al otro, parecido al anterior, pero con un árbol en medio. Se me alteró el pulso, respiré profundamente. Y me preguntaba qué futuro tendría que aquel chico viviendo así. Regresé adonde había quedado con el tuk, de camino me desvié a otro templete hindú en lo alto de la colina, a la izquierda. Una mujer sentada comiendo cacahuetes custodiaba la entrada sentada. Después de dar una vuelta por el templo, desde el cual se tenía una panorámica fantástica de la ciudad, le dí unas monedas a la mujer, respondiéndome lo mismo que los otros: poco dinero, ¿Sería para el templo o para ella?




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