miércoles, 20 de mayo de 2020

Viaje a la India (Episodio 11)


                                                                                                                    12 de abril de 2018
Camino de Jaipur
He acabado de cenar en el hostel, son las 22 h. Me arde la boca, como a veces me pasa después de alguna comida india, pero se puede aguantar. Como remedio siempre tengo cerca una botella de agua de un litro (que casi suelo terminar). Prosigo el diario donde lo dejé.

Mientras esperaba el tren en Amritsar que me llevaría a Jaipur, estaba hablando con un amable hombre, del que me despedí al acercarse la hora de partir. (Había que ir con tiempo porque los trenes suelen ser kilométricos). Antes de subir al tren desde una de las incontables ventanillas oigo:“David”, pronunciado en inglés, pensé que no sería yo a quien llamarían, pero, por si acaso, me giré. Y sí, sí, era para mi sopresa. ¡No sabía que India era tan pequeña! Se trataba de un señor de mediana edad con el que había coincidido el día anterior al llegar a Amritsar en el tren. Al conocernos, me comentó que en mis ojos había visto a Jesús (era un pastor protestante de una iglesia cercana a la estación) y me invitó a que fuera a su parroquia. Le comenté que era un poco tarde (era de noche) e insistió que fuera al día siguiente. Me excusé diciendo que estaría poco tiempo en la ciudad. Nos despedimos con su bendición y la de Dios y deseándonos feliz viaje. No me dijo adónde iba, pero su vagón era más austero y viajaba con su hijo que tendría unos 12 años.
Dos sijs en Amritsar

Mi vagón era uno de los primeros que tenían compartimentos con litera. Allí me topé con una familia que me preguntó si se lo podía cambiar por uno cercano y accedí.
En el tren de largo recorrido se podía viajar dos veces, una al destino y otra en el tiempo. Me recordaba al que podía haber existido en la España franquista, aunque no hubiera subido a ninguno. El compartimento se componía de cuatro literas a un lado y dos al otro que se cerraban gracias a unas gruesas cortinas. En el de al lado, los revisores se reunían para descansar y contarse sus historias.
Me esperaban 16 horas de viaje, en el no estaba incluido la cena ni el desayuno. Llevaba algo de pizza que me sobró (no suelo comer mucho) y unas manzanas. Salimos con 15 minutos de retraso, lo que no estuvo nada mal.
Como curiosidad, ya con el tren en marcha, tres limpiadores limpiaban el suelo del armatoste con improvisadas mopas. Podían subir en cualquier parada, como los vendedores ambulantes que ofrecían agua, chai, (té indio), café o sandwiches. (samosas).
Cuando el revisor me pidió el billete, se dio cuenta del cambio que había hecho con la familia y gracias a otro chico joven me dio un papel para rellenar mis datos (otra vez).
El viaje fue según lo previsto: leer, ver el paisaje, cerrar los ojos... y encuentros con pasajeros. En una de las primeras paradas, subió una familia con dos niños, uno de ellos de dos/tres años que gritaba constantemente y pregonaba “papa, papa...” en vez de mama... Curioso. Su cabeza estaba tan pelada como la mía. Por suerte, no le costó dormirse y soñó con los angelitos o dioses hindúes.
No eran estos niños, me recuerdan a los que conocí

No dormí tan mal como pensaba gracias a mis dos amigos (los tapones). Sobre las 8 de la mañana llegamos a Jaipur. Como había previsto el hostal estaba cerca de la estación y conseguí llegar sin problemas y sin tuk-tuk.
Ya en el albergue como el check-in se hacía a partir de las 13,30 h. pregunté por el desayuno, pues me moría de hambre. No era barato, 200 rupias (3 €) pero era un buffet libre en una terraza muy mona y acogedora con cómodas butacas.
En una parte había cuatro chicas forasteras haciendo yoga, que no lo hacían nada mal. Las podía haber observado, pero me senté de espaldas para no molestar. (Sospecho que una de ellas me miró con cara de pocos amigos). Terminada la clase de yoga, seguí con mi desayuno que muy indio, muy indio no era (creps, tostadas, panecillos con pepino con una salsa...)
Tenía que cargar el móvil pues había muerto y pedí a uno de los chicos que gestionaba el desayuno si me podía ayudar, y así hizo. Una de las chicas que había hecho yoga (europea, sin duda) desayunó con un chico indio. No recuerdo cómo surgió la conversación, pero querían ir a Fort Amber, una fortaleza que estaba a las afueras de la ciudad a pocos kilómetros. Había llamado a una empresa de taxis privada y quedamos en vernos en el vestíbulo del hostel (llamado Moustache) en 20 minutos. Iríamos los tres. Desde el principio nos caímos bien e hicimos buenas migas. Pasaríamos el día juntos

7 comentarios:

  1. It's again an interesting read David. KEEP IT UP.

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  2. Thank you, Udit. (again) jeje... A pleasure!

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  3. Que emocionante viaje, gracias por compartir

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  4. Me encanto ver un Sijs, tal como lo describió en un episodio anterior, con turbante, barba larga y su daga😊. Definitivamente leer es otra manera de viajar. ¡GRACIAS!, por a invitar a éste viaje🙏.
    (McB)

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  5. Me encanto ver un Sijs, tal como lo describió en un episodio anterior, con turbante, barba larga y su daga😊. Definitivamente leer es otra manera de viajar. ¡GRACIAS!, por invitar a éste viaje🙏.
    (McB)

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