Llegué
según lo previsto a Bikaner, y, aunque no estaba muy lejos del
hostel, decidí coger un tuk. Sin embargo, el conductor desconocía
su ubicación. Ya había anochecido. Por el camino se encontró con
un amigo que le ayudó a averiguar donde se encontraba. Pero no fue
fácil, primero me llevaron a un “hotel” equivocado. Allí salió
la dueña a la calle, diciéndome que eso no era un hotel (la entendí
por sus expresivos gestos). Decidí darles el número del hostel a
los chicos para que llamaran y, finalmente, dimos con él. Pronto
entendí todo. Más que un hostel, era una casa particular que
alquilaba habitaciones. Nos recibieron tres chavales que se conocían
entre sí, no sé si familia o no. El del tuk me pidió más dinero
del que habíamos acordado. Le dí el doble y me abrazó algo
emocionado. Se lo había ganado.
La
casa consistía en un pasillo y a ambos lados se sucedían
habitaciones con cerrojos bien vistosos, parecía más bien una
prisión. El chico me preguntó si había reservado la habitación
con o sin baño. Como podía elegir, preferí con baño. Las sábanas
de la cama, por lo menos, la bajera, no estaba muy limpia que
dijéramos. Se lo comenté y me respondió que me las podía cambiar,
pero como era tarde, al día siguiente. Tampoco se mostró muy
entusiasmado. En principio me quedaba otra noche en Bikaner, y había
reservado un día más, pero todavía no había pagado. Acordamos que
lo haría al día siguiente. ¡Menos mal que no pagué! Para empezar,
el colchón... creo que el suelo era más blando que aquella losa. Si
me dormí fue porque estaba bastante cansado, por otro lado, el baño,
no tenía ni jabón, ni agua y lo más importante ¡Papel! Suerte que
llevaba kleenex. No lo dudé dos veces y reservé la noche siguiente
en otro hostel. Se lo diría por la mañana. Me levanté temprano,
medité un poco e hice algunos asanas yóguicos. Desayuné lo que me
preparó otro chico que merodeaba por la casa, un chai con unas
tostadas minúsculas con mantequilla. Le señalé que untara más,
que no pasaría nada. Parece que el presupuesto que tenían era
notablemente ajustado. El baño era una prueba. Tras el tentempié,
busqué al chico con el que hablé la noche anterior, pero se había
ido.
Decidí
ir hacia el centro de la ciudad caminando y acercarme después a la
estación con la intención de realizar una breve excursión a
Deshnok para ver el curioso ratstemple. (Templo de las ratas).
El palacio Lallgarh |
Bikaner
ya me pareció una ciudad más tranquila, con menos gente y más
camellos y vacas que vagaban a sus anchas. La primera parada fue el
palacio Lallgarh. Cuál fue mi sorpresa cuando me enteré que no se
podía visitar, pues en parte lo habían convertido en un hotel.
Había sido la casa de los marajás de Bikaner, construida hacía un
siglo con la característica piedra roja propia del lugar. Hoy sigue
perteneciendo a los descendientes.
Adonde
sí se podía acceder era a un museo que se encontraba en el mismo
recinto separado de la casa por unos jardines. El precio de la
entrada era aceptable. Tan vacío estaba que iluminaban sólo la sala
donde yo visitaba. Básicamente era un canto a la nostalgia de viejos
tiempos de la noble familia maharaja del siglo XX. Destacaba el álbum
de fotos,con sus armas, medallas y uniformes.
De
allí me encaminé al “plato fuerte” de Bikaner. La impresionante
fortaleza de Fort Junagarth levantada entre los siglos XVI y XVII
rodeada por una muralla con numerosos bastiones y varios palacios en
su interior, símbolo del poder de la familia que gobernó la ciudad
en otros tiempos. Mereció la pena, sin duda. Para mayor gloria,
consulté el libro-guía que llevaba para saber los entresijos de
cada sala. La visita acababa en una gran salón que mostraba desde
una colección de armas; espadas, sables, escopetas larguísimas para
cazar elefantes... hasta un avión de principios del siglo XX.
Una parte de Fort Juganarth |
La
estación de trenes estaba cerca y fui hasta ella para preguntar
cuándo podía ir a ver el templo de las ratas. La taquillera, una
mujer mayor, no entendía inglés y unos chicos, que también hacían
cola, me aclararon que no saldría ninguno hasta la noche. La única
opción era el autobús. Ya fuera de la estación, pregunté a una
mujer de donde salían los autobuses y me señaló una dirección,
como a un kilómetro de distancia, entendí. Según el mapa de la
guía, estaba justo al lado del palacio Lallgarh donde había estado
por la mañana. Había que coger un tuk. Sin embargo, parece ser que
había varias paradas y pregunté por la principal. Como había
varios tuks, al preguntar a uno, se unieron dos y hasta tres más,
diciendo al unísono...sintal, sintal... ¿? El hombre me entendió.
Cuando llegué eran las dos y todavía no había comido. El calor se
hacia notar. (De hecho, el desierto del Tar estaba a la vuelta de la
esquina). Pregunté al señor de la taquilla, un señor gordo con
bigote y gafas con pocas ganas de colaborar. ¡Suerte que un chico me
dijo que salía en 15 minutos... Deshnok.
Una de las salas del Fort |
Entrada del Fort |
That's a very happening journey . 🤩🤩
ResponderEliminarThank you! Greetings!
EliminarMe ha encantado todo lo que escribes, quiero ir a la India muy pronto y te quisiera preguntar cual fue tu presupesto en el viaje aproximadamente? gracias
ResponderEliminarMuchas gracias, Vanessa, escríbeme al correo electrónico y te cuento con más detalle. Un saludo!
Eliminar