jueves, 25 de junio de 2020

Viaje a la India (Episodio 18)


Un paseo por Bikaner                                                                                 15 de abril de 2018

De buena mañana, tras los habituales ejercicios de yoga, finalmente acabé de hacer el check-in con el señor del hostel. Se tomaba su tiempo (desayunado tranquilamente frente al ordenador) y el ordenador le iba a la zaga porque iba lento, lento... No me pidió el pasaporte, cosa que me extrañó ni me hizo el carné necesario para ser cliente de la cadena de hostels. Pagué, desayuné y me fui camino de la estación con la intención de dejar el equipaje en un cloak-room (la sala con taquillas). Me costó lo suyo encontrarla porque, en realidad, había dos estaciones separadas por los andenes. Parece ser que una era la principal. Tras varias preguntar varias veces, dí con el sitio, donde no sólo se podían guardar maletas y equipajes, sino también mercancías. Tras la ventanilla un funcionario, que, aunque tenía una pantalla de ordenador delante de sus ojos, prefería apuntar los albaranes o resguardos a mano, como toda la vida.
Un chico llegó antes que llegó e hizo el trámite necesario rellenando unas hojas con sus datos y el número (importante) mientras yo entrenaba mi paciencia. Pero, al llegar, oh, sorpresa, el candado que corría de mi cuenta era demasiado pequeño. Sólo había 4 taquillas y todas del mismo tamaño. Le comenté al funcionario que no podría guardar mis cosas y me respondió que a dos minutos de allí había una tienda que los vendían. Lo encontré en el segundo establecimiento que visité. Pude comprar un candado más propio de la época medieval. ¿Cuánto tiempo podía estar allí la mochila? Hasta las 22 h, por 40 rupias. Volvería antes.




Con mucho menos peso, aproveché la mañana para pasear por el casco antiguo de la ciudad. Descubrí sus puertas monumentales, sus típicos havelis, casas características del Rajastán, recuerdo de prósperos tiempos de ricos comerciantes, construidas con la típica piedra roja del lugar, con ventanas finalmente talladas, lo que daba como resultado unas fachadas formidables. La pena era que muchas estaban en un estado lamentable porque sufrían un abandonado evidente, aunque en las entradas había una placa señalando que era un edificio protegido por las autoridades. La old city (casco histórico) de Bikaner también era un laberinto de calles estrechas, donde se acumulaba la suciedad, olía mal y doblando cualquier esquina te topabas con alguna vaca. Aparte de los havelis, uno de los atractivos de la ciudad eran dos templos jainistas. Antes hice una parada en un puesto de dulces para comprar agua y un pastel con sabor a pimiento, que no estaba mal. El jainismo es otra de las religiones que convive en la India, cuyos seguidores no veneran a ningún Dios, sino a 26 profetas. Lo que llama la atención es su no-violencia a ningún ser vivo, lo que les obliga a ir con una escobilla siempre para apartar cualquier animalito que pueda ser pisado accidentalmente, por lo cual tampoco comen carne. Sus templos finamente y bellamente tallados en mármol dejan impresionados a cualquiera. De ahí que quisiera ver los que pudiera. (Me parece que ya hablé de ellos en un anterior post, pero no está de más, creo, recordarlos brevemente).



El primer templo era muy pequeño y era frecuentado por mujeres y el segundo,de mayor tamaño, estaba pintado por dentro de arriba a abajo por detalles florales. Me dio la sensación que la pintura era reciente. En el interior había un señor que se presentó como sacerdote y me preguntó de dónde era, informándome que podía hacer una donación si quería, pero que no era necesaria. Dí algo. Durante mi visita, el “cura” se cambió su traje por unos vaqueros y una camiseta, pasando desapercibido. Les quise dar algo a los chicos que custodiaban la entrada, pero no aceptaron nada.
Ya podía volver a la estación tranquilamente y comprar, de paso, el billete de Jaisalmer a mount Abu. Regresé a la taquilla a por la mochila, tras comer en un sitio informal muy barato y cogí el tren que me llevaría a Jodpuhr.
El viaje fue sin problemas, poca gente, el tren-cama adaptable en el que aproveché para echarme la siesta al poco de salir, pero pronto vino el revisor y me despertó. Había un polizonte curioso, una rata que iba y venía por debajo de los asientos, (buscaría el suyo, supongo)

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