Un
paseo por Bikaner 15 de abril de 2018
De
buena mañana, tras los habituales ejercicios de yoga, finalmente
acabé de hacer el check-in con el señor del hostel. Se tomaba su
tiempo (desayunado tranquilamente frente al ordenador) y el ordenador
le iba a la zaga porque iba lento, lento... No me pidió el
pasaporte, cosa que me extrañó ni me hizo el carné necesario para
ser cliente de la cadena de hostels. Pagué, desayuné y me fui
camino de la estación con la intención de dejar el equipaje en un
cloak-room (la sala con taquillas). Me costó lo suyo encontrarla
porque, en realidad, había dos estaciones separadas por los andenes.
Parece ser que una era la principal. Tras varias preguntar varias
veces, dí con el sitio, donde no sólo se podían guardar maletas y
equipajes, sino también mercancías. Tras la ventanilla un
funcionario, que, aunque tenía una pantalla de ordenador delante de
sus ojos, prefería apuntar los albaranes o resguardos a mano, como
toda la vida.
Un
chico llegó antes que llegó e hizo el trámite necesario rellenando
unas hojas con sus datos y el número (importante) mientras yo
entrenaba mi paciencia. Pero, al llegar, oh, sorpresa, el candado que
corría de mi cuenta era demasiado pequeño. Sólo había 4 taquillas
y todas del mismo tamaño. Le comenté al funcionario que no podría
guardar mis cosas y me respondió que a dos minutos de allí había
una tienda que los vendían. Lo encontré en el segundo
establecimiento que visité. Pude comprar un candado más propio de
la época medieval. ¿Cuánto tiempo podía estar allí la mochila?
Hasta las 22 h, por 40 rupias. Volvería antes.
Con
mucho menos peso, aproveché la mañana para pasear por el casco
antiguo de la ciudad. Descubrí sus puertas monumentales, sus típicos
havelis, casas características del Rajastán, recuerdo de prósperos
tiempos de ricos comerciantes, construidas con la típica piedra roja
del lugar, con ventanas finalmente talladas, lo que daba como
resultado unas fachadas formidables. La pena era que muchas estaban
en un estado lamentable porque sufrían un abandonado evidente,
aunque en las entradas había una placa señalando que era un
edificio protegido por las autoridades. La old city (casco histórico)
de Bikaner también era un laberinto de calles estrechas, donde se
acumulaba la suciedad, olía mal y doblando cualquier esquina te
topabas con alguna vaca. Aparte de los havelis, uno de los atractivos
de la ciudad eran dos templos jainistas. Antes hice una parada en un
puesto de dulces para comprar agua y un pastel con sabor a pimiento,
que no estaba mal. El jainismo es otra de las religiones que convive
en la India, cuyos seguidores no veneran a ningún Dios, sino a 26
profetas. Lo que llama la atención es su no-violencia a ningún ser
vivo, lo que les obliga a ir con una escobilla siempre para apartar
cualquier animalito que pueda ser pisado accidentalmente, por lo cual
tampoco comen carne. Sus templos finamente y bellamente tallados en
mármol dejan impresionados a cualquiera. De ahí que quisiera ver
los que pudiera. (Me parece que ya hablé de ellos en un anterior
post, pero no está de más, creo, recordarlos brevemente).
El
primer templo era muy pequeño y era frecuentado por mujeres y el
segundo,de mayor tamaño, estaba pintado por dentro de arriba a abajo
por detalles florales. Me dio la sensación que la pintura era
reciente. En el interior había un señor que se presentó como
sacerdote y me preguntó de dónde era, informándome que podía
hacer una donación si quería, pero que no era necesaria. Dí algo.
Durante mi visita, el “cura” se cambió su traje por unos
vaqueros y una camiseta, pasando desapercibido. Les quise dar algo a
los chicos que custodiaban la entrada, pero no aceptaron nada.
Ya
podía volver a la estación tranquilamente y comprar, de paso, el
billete de Jaisalmer a mount Abu. Regresé a la taquilla a por la
mochila, tras comer en un sitio informal muy barato y cogí el tren
que me llevaría a Jodpuhr.
El
viaje fue sin problemas, poca gente, el tren-cama adaptable en el que
aproveché para echarme la siesta al poco de salir, pero pronto vino
el revisor y me despertó. Había un polizonte curioso, una rata que
iba y venía por debajo de los asientos, (buscaría el suyo, supongo)
Me encantan tus relatos, divertidos y emocionantes, gracias
ResponderEliminarMe alegro mucho! Muchas gracias por leerme!
EliminarYou r full of thrills. 😊
ResponderEliminarThank you for reading my diary!
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