martes, 30 de junio de 2020

Viaje a la India (Episodio 19)

Llegada a Jodpuhr y visita al Fort Megarath

El tren llegó a Jodpuhr con algunos minutos de adelanto, y al salir de la estación me esperaban unos cuantos tuks para llevarme al hostel. En esta ocasión, (menos mal!) el albergue ya era más conocido y dimos sin problemas sin emoción. De hecho, Jodpuhr es una ciudad mucho más turística que Bikaner. En la recepción no había nadie, parece que era costumbre. Toqué una campanilla hasta dos veces hasta que se presentó alguien. El hostel estaba bastante bien y céntrico. Me duché, me conecté al wi-fi y cené en la terraza con unas vistas espectaculares al fort Megaraht. Allí había un empleado del hostel que estaba viendo un partido de cricket, deporte nacional, en la TV. Me ofreció para cenar unas tortillas con tostadas y ¡una cerveza! que completé lo que llevaba de comida. No le pregunté el precio, aun sabiendo que no sería barata, pero la ocasión y el sitio lo merecía.



Al día siguiente, como de costumbre, me desperté antes de que sonara el despertador, pasadas las 7, aunque me quedé en la cama un rato. Y hasta las 8,30 h (cuando empezaban a servir el desayuno) hice un poco de yoga, meditación y el habitual aseo personal. Tras el desayuno, el sol calentaba con fuerza y con la mochila preparada me encaminé a visitar el impresionante Fort Mehrangarh, un castillo de piedra rojiza. La joya más preciada de Jodpuhr, sin duda alguna. Antes de dejar el hostel, le dije al chico de recepción si conocía un sitio donde cambiar dinero. Llamó por teléfono y a continuación me preguntó lo que quería cambiar (esto creo que ya me lo había preguntado antes). El cambio estaba a 79,5 rupias igual a 1 €. Como no tenía tanto dinero para darme, se fue un momento para volver al instante. Aún me quedaba suficiente para uno o dos días más, pero, por si acaso, decidí solucionarlo antes. Más tranquilo por este tema, me encaminé a la fortaleza por caminos angostos, donde se sucedían callejuelas llenas de tiendas con otras con casas humildes. Ninguna indicación, y en ese laberinto desistí del GPS del móvil.
Me topé con unos niños con uniforme de algún colegio privado que me preguntaron adónde iba y me orientaron. Cuando nos despedimos, uno de ellos me pidió unas rupias, lo cual me desconcertó. Les pregunté que si no tenían clase (eras las 11 de la mañana) y me respondieron que ya habían acabado. ¿? Evidentemente no les dí nada. En primer lugar, porque no lo necesitaban, y en segundo lugar, me dio la sensación que les habían enseñado a pedir por cualquier cosa a un turista foráneo y no por necesidad.


Las rampas que conducían al Fuerte prometían ver algo grandioso. No es de extrañar que su nombre significase majestuoso. Pasadas las puertas de la fortaleza había una cafetería, donde me tomé un té. Una ardilla (o un animal parecido) se acercó a una mesa cercana, donde hablaba una pareja joven de turistas y me entretuve haciendo fotos al simpático animal.
La entrada costaba 700 rupias con audioguía y cámara incluida (pues habitualmente se paga un canon aparte). Unos 9 €., pero para los locales el precio era tres veces menor. La voz de la audioguía para mi sorpresa tenía un perfecto castellano de... ¡Argentina! Cuando los marajás del lugar hacían sus declaraciones grabadas, el español que se hablaba era propio de Burgos, es decir, sin acento alguno.


La fortaleza había sido construida en el siglo XV por el fundador de la ciudad el rao Jodha, del cual tomó su nombre y hasta principios del siglo XX vivieron en él los majarajás. La visita se dividía en un total de 33 paradas, atravesando patios, diversas salas, unas mas lujosamente decoradas que otras, en las que se podían ver desde palanquines, sillas para montar elefantes, armas, etc.


Desde el castillo a lo lejos se podía ver un pequeño templo hindú, Jaswant Thada, conocido como pequeño Taj, que recordaba, salvando las distancias, al Taj Mahal por su mármol blanco. Y hacia allí fui. Estaría a poco más un kilómetro, con lo que se podía ir andando, pero eran pasadas la una del mediodía y hacía un sol de justicia. Decidí coger un tuk compartido. Antes de entrar al templo, había una cafetería, donde aproveché para comer algo. Había que pagar un precio simbólico para acceder al recinto que rodeaba el templo, el cual estaba al lado de un lago y a su derecha un coqueto jardín, desde el cual se podía disfrutar de unas vistas perfectas de la fortaleza. Después de visitar el templo sin mucho detenimiento, no tenía demasiado interés, me tumbé en el césped de los jardines para descansar un rato e hice algunas fotos. 



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