Al
salir de la estación, me encontré con la ya esperada estampida de
chóferes que se acercaban a mí como si fuera cual famoso para
llevarme a donde les dijera. Hay que decir que era temprano y los
viajeros se podían contar con los dedos de una mano. Me decanté por
un señor alto que iba en 4x4 sin discutir el precio. Kluba, que era
como se llamaba, pronto intentó venderme su safari-camel. Por el
camino nos cruzamos con muy poca gente y conducía de una manera tan
parsimoniosa que incluso sospeché algo raro. ¿Estaba en la India?
Rechacé su excursión por el desierto y llegamos al hostel con
tiempo de sobra. Como era tan pronto, me llevó a tomar un chai
cerca. A eso sí que acepté. Además él tenía que ir al baño. Nos
tomamos el chai de rigor en un puesto callejero cuyo dueño conocía
Kluba, y que ya tenía clientes madrugadores y, tras intercambiarnos
los números de teléfono por si cambiaba de opinión sobre el safari
o para recomendarle, nos despedimos en la puerta del hostel.
El
albergue simulaba un palacete de época de los marajás, sobre todo,
el vestíbulo, y estaba ubicado a las afueras de las impresionantes
murallas de la ciudadela de Jaisalmer. En la recepción del albergue
no había nadie, (para variar) y, al asomar la cabeza, vi, digamos en
la “trastienda”, un colchón donde dormía plácidamente un
chico. En el vestíbulo rodeado de columnas árabes, había tres
colchones más con cojines alargados. El chico se despertó poco
después y, como todavía no podía registrarme, le pedí que me
trajera algo para desayunar. Un chai. Decidí dormir un poco en uno
de aquellos colchones y lo conseguí , cayendo en un sueño en el que
veía perfectamente cómo me despertaba a la una del mediodía,
bastante molesto, pues quería visitar la ciudad y había perdido un
tiempo precioso. Por suerte, fue un sueño, o una breve pesadillla,
porque, al despertar, en realidad eran las 9 de la mañana y resoplé
satisfecho.
En
el preciso momento de registrarme en el hostel, vino un grupo de
chicos y chicas con semblante europeo. Como bien supuse venían de
hacer un safari a camello que organizaban desde el albergue y
hablaban inglés. Después de que les atendieran rápido, firmé en
el libro (que yo llamo de autoridades, en todos los hostels hay uno)
donde inmortalicé mis datos.
El
chico del hostel me preguntó por el safari-camel, y le comenté que
no estaba en mis planes. La verdad es que creía que eran dos noches
y no una. No había comentado que en Jodpuhr a la hora de reservar
por mail me quedé dudando y finalmente no lo confirmé, aunque me
dije: ¿Realmente me apetece? La respuesta era que no. El chico muy
serio, me preguntó por qué. Le contesté que había cambiado de
opinión, intentó convencerme y le respondí que ya tenía comprado
el billete de tren de vuelta a Jodpuhr al día siguiente por la
noche. Evidentemente, entendí que no le hiciera mucha gracia. Me
enseñó el único dormitorio que había con tres literas y seis
camas, los demás eran habitaciones dobles. Y en él coincidí con
los chicos del safari. Tres chicas y dos chicos , que se estaban
duchando (por separado) y que saludé brevemente. Esperé mi turno y,
listo y preparado, me encaminé hacia la fortaleza. Los chicos se
quedaron en la habitación descansando.
La
ciudad amurallada de Jaisalmer alberga dos palacios unidos, uno más
grande que el otro que al igual que en Jodpuhr lo habían
transformado en un museo con treinta paradas. A medida que me
acercaba a la entrada por un camino empinado, me asediaron guías
locales (alguno podría no serlo) que querían enseñarme el
castillo. El ticket con la audioguía y la cámara supuso en total
600 rupias. Era más modesta que la de Jodpuhr pero conservaba su
encanto y me gustó bastante.
Al
terminar la visita, se había hecho la hora de comer. Me hubiera
gustado visitar los templos jainistas que había, pero cerraban a las
12 del mediodía, tendría que ser al día siguiente. Estuve
callejeando por el dédalo de estrechas y tortuosas calles sin
asfaltar de la ciudadela, increíblemente tranquilo, libre de
tuk-tuks, aunque no faltó alguna moto, siempre impacientes y que,
por lo visto, tienen prohibido ceder el paso a los peatones.
A
cierta distancia descubrí un cartel de un restaurante de comida
italiana colgado a unos metros del suelo, encima de la entrada.
También ofrecían comida local. Me hizo gracia y decidí entrar. El
anfitrión era un chico con barba de unos treinta años, quizá más
joven. Me enseñó la carta que tenía una variedad. Digamos que no
tenía mucho glamour, a pesar del cartel, más bien, podías sentirte
en una casa. ¡Y así fue! El chico me comentó que el edificio podía
tener 400 años (que me lo creí) y que la arquitectura era la típica
del lugar: el haveli con balcones en celosía en piedra amarilla con
varias alturas. Los escalones doy fe que podían ser los primeros de
Jaisalmer, de medio metro de alto. En cada uno de las plantas había
una terraza sucia y un mobiliario tan antiguo como la casa y algo
destartalado. Polvo no faltaba, excepto en la terraza superior, donde
se encontraba el restaurante. El chico me decía de vez en cuando “tú
como en tu casa”, yo pensaba, sí, pero más limpia. Ya sentado, me
preguntó que quería y le respondí que qué tenía, Me respondió:
“lo que quieras”, le comenté que “que lo quieras es mucho,
veamos...italian food..y me dijo: italian food no puede ser.
“Entonces lo que quiera no puede ser...Tendrías que ser más
sincero”, le dije... Sí, sí, añadió. Finalmente pedí un thali,
tres o cuatro pequeños platos con pan. A la hora de pagar, no tenía
cambio y tampoco se podía pagar con tarjeta, quedamos que volvería
al día siguiente a pagarle. Como así hice. Antes me había contado
un poco de su vida.
Muy entretenida toda la narración, trae a mi mente cada una de mis vivencias en India, aunque no Tube el tiempo suficiente para visitar Jodhpur. muchas gracias.
ResponderEliminarMuchas gracias a ti! Un saludo!
EliminarGracias... comentas muy bien el dia a dia de tus experiencias viajando por India. Lo que me queda en claro es que son bastante rapidos y un poquitin cuenteros, nuestros amigos indios, tendre que tener cuidado para cuando ande por ahi.👍
ResponderEliminarMil gracias! La mayoría de la gente es muy amable y cordial...jeje... Un saludo
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