jueves, 23 de julio de 2020

Viaje a la India (Episodio 24)

Una tarde en Jaisalmer con un espectáculo de marionetas.

Todavía me quedaba toda la tarde para disfrutar de Jaisalemer y ví en la guía que a las afueras (creía que estaba más lejos) había un lago con unos pequeños templetes hinduístas, alguno dentro del lago. Preferí ir hasta allí en tuk por un módico precio, sobre todo, por el calor que hacía.
Para entrar al recinto, aunque era al aire libre, había que seguir un camino y traspasar una puerta monumental. Pronto me salió al paso un señor ofreciéndome un paseo en barca (había varias). Aunque era barato, no me seducía la idea, y preferí tumbarme en el césped y disfrutar del lugar. Después de un rato, saqué mi cámara con un objetivo de larga distancia y los prismáticos que hacía poco me había regalado mi hermana y exploré el territorio. Me dirigí hacia los templetes, donde estaba la chica gordita del restaurante. Di una pequeña vuelta y me fui por donde había venido, cruzándome con el barquero que todavía tenía cara de preguntarse por qué no quería haber subido a una de sus barcas.



Justo al salir ví un cartel en un muro que decía que a dos minutos andando (así fue) doblando una esquina se encontraba el Dargha Cultural Centrum, donde había un museo con un teatro de marionetas. Me acerqué básicamente porque tenía curiosidad por el espectáculo, pero el anciano que lo gestionaba (también su fundador, el señor Sharma), me dijo que no había función porque los artistas estaban en una boda. Era un hombre muy afable que me ofreció visitar su museo a un precio simbólico. Se trataba de una colección que había atesorado durante años y años con esmero y cariño. Fotos, instrumentos musicales, y una incontable serie de objetos relacionados con el folkrore de la región. Al fondo, por una puerta, apareció un hombre más joven, que tendría mi edad. Tras mantener una breve conversación con él, me llevó a una sala apartada que exhibía postales, libros, cd's, etc, en mesas alargadas.


Aquel hombre tenía especial interés que comprara un libro en español sobre la historia de Jaisalmer titulado “La ciudad dorada”. Un pequeño librito escrito por el señor Sharma, cómo no. Profesor, historiador, escritor. Su labor es admirable. Quedaba pendiente poner una opinión positiva en un conocido portal de internet, según me comentaron. Finalmente no compré el libro que tenía fotos algo desenfocadas (pixeladas), pero sí que me hice con alguna postal y un cd de música folk del desierto. Sólo me había quedado con las ganas de ver una función de títeres. Pero, lo que a veces pasa, que, sin esperar, cambió mi suerte porque sí que había función. Seguramente se debió a la llegada de una pareja de turistas (anglosajones, pensé) que hacía poco estaban merodeando por el museo. Hasta entonces yo había sido el único visitante. Entendí que no iban a ofrecer el espectáculo solamente para mí, pero el señor Sharma podía haber sido más sincero. De todas maneras, dudo que le compensara hacerlo para tres personas. Igual número de artistas sobre el escenario: el marionetista, el tamborilero y un cantante.



El espectáculo duró como media hora y se sucedieron breves números musicales con las diferentes y típicas marionetas del Rajastán: ej jinete y su caballo, el hombre-mujer, una bailarina, un camello...
¡¿Qué se podía pedir más!? Salí encantando y me despedí del venerable Sharma, agradeciéndole todo. Me encaminé otra vez a la ciudad, y paré en una tasca a tomar un refrigerio.
El tren salía de noche, me quedaba tiempo de sobra. Llegando al albergue, me sucedió algo muy curioso, algunos niños me rodearon pidiéndome una foto. Aquello no era raro, pero lo sorprendente fue que alguno de ellos me pidió un pen (lápiz). Llevaba cuatro, pero eran más chavalines, y había leído que si daba menos de los que eran podían pelearse. Ante este dilema, pronto apareció el padre de uno de ellos que prefería dinero, aunque no lo ví muy necesitado. Finalmente me quedé con un lápiz y el mismo dinero.

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