En la estación de Kajuraho (teatro improvisado)
Después de comer, nos quedamos un rato en el restaurante enseñándole fotos del viaje a la chica, vídeos y hablándole de mi trabajo. Para alargar la estancia pedí un chai y me eché un poco. Los asientos eran alargados sofás pero sin respaldo. Como almohada me sirvió la funda de la cámara de fotos.
Ya no hacía tanto calor y acordamos dar una vuelta por los alrededores, rodeando un lago cercano, la chica descubrió que se hallaba un antiguo templo y allá que nos dirigimos. Gran parte del lago estaba invadido de grandes hojas de nenúfares y se podía bajar hasta sus aguas través de unos escalones. Algunos chicos se estaban bañando en ellas, aunque no invitaban mucho a ello. Llegamos al templo que estaba en ruinas. Una valla lo custodiaba y dentro del cercado un guardia estaba tumbado en un especie de carreta cubierta. Casi no sabía inglés ¿Se podía visitar? Pues sí. Sólo se conservaban enormes piedras de forma cuadrada, con algún muro de lo que pudo haber sido en su día una sucesión de altares. Regresamos tranquilamente adonde habíamos quedado con el tuk por la mañana. Antes de llegar nos topamos con un hombre, amigo del tuk, que ya nos estaba esperando. Nos dijo que su amigo había tenido un problema (se le había mojado el móvil en casa) y que él le sustituiría. Si era verdad o no, sólo él lo sabría. Nos trasladó como si hubiera sido el “titular” por el precio pactado hasta la estación. Allí recuperamos nuestros equipajes entre una turba ingente que se arremolinaba en torno a las taquillas para comprar billetes como si se acabara el mundo.
lago-kajuraho.jpg ruinas-templo-Kajuraho.jpg
Los amigos chinos se fueron pronto a Agra y a mí me quedaban unas cuantas horas de espera. Aproveché para continuar con el diario, pues no me quedaba mucho para terminar los libros que me había traído. Todo hacía pensar que sería una tarde tranquila. Pero, los indios son muy curiosos, tampoco todos, porque todos son muchos, pero ante un viajero y solo les llama la atención. Como de costumbre era el único forastero en la estación y poco a poco se fueron acercando como animales hambrientos olisqueando algo. Se sentaron a mi lado como quien no quiere la cosa. Al principio, uno de ellos, de ojos saltones, me empezó a hacer gestos para que le comprara un chai o algo de comer. Era padre de familia con dos niños. Dando ejemplo de lo que hay que hacer cuando se ve a un forastero. Me trajo al pequeño a ver si me daba pena. Sin embargo, iba bien vestido, con una camisa nueva y unos pantalones que no hacían pensar que fuera alguien que no trabajara. Además, sus manos eran toscas y duras. Poco a poco se fue desarrollando una conversación de besugos, pues no hablaba inglés. Uno de sus hijos sí que lo entendía y se acercaron algunas personas más. Me costaba comprender sus gesticulaciones. Me había visto sacar las cámara de fotos para hacer unas instantáneas a la luna, que estaba soberbia. Quería que fotografiara a una paloma que estaba escondida en el techo de la estación. De vez en cuando volvía a pedirme un chai. Al espontáneo espectáculo se sumó un niño que tendría 11o 12 años que sabía inglés, que me traducía lo que yo le decía. La situación era muy teatral, pues no sé por qué motivo se negaba a hablar en hindi, quería comunicarse como fuera a base de gestos, que, en ocasiones eran desconcertantes, abriendo más los ojos, por si no los tenia ya bastante salidos de sus órbitas. Poco a poco se acercó más gente e hizo un corro. Bromeando les pedí algo de dinero por el show. El niño traductor se lo pasaba en grande y también algún adulto, entre ellos, la madre del artista (no la mía). Me pidió un bolígrafo que llevaba y se lo dí, pero nada de chais ni comida, aunque se pusiera pesado. Yo como si fuera un indio sioux le decía: “Tu trabajar, bien vestido, ganar dinero, pagar tus cosas”. En esta extraña escena, se sentó a mi vera otro hombre, que se había arrimado antes a mis pies junto al banco, como si fuera un perro fiel. Tampoco tenía aspecto de pasar hambre. Le pregunté si era el abogado del otro, pues le apoyaba en lo que intentaba decirme. Descubrí que eran hermanos. Me indicaban mis brazos y mis piernas. ¿Os gustan? Les pregunté. A pesar de los 40 grados que podía hacer, llevaban camisas de manga larga y pantalones hasta los tobillos.
Luna-llena.jpg |
Como suele suceder muchas veces, la obra teatral fue decayendo y el público empezó a abandonar el lugar. Mientras el hermano quería mi número de móvil para cuando fuera a España. Quería acompañarme. “¿Y tu mujer lo sabe?” Le pregunté. Además tenía tres hijos. Su idea era vivir conmigo. Total, que había ligado (otra vez). En fin, ya me había cansado y me alejé unos metros y volví al diario. La madre de los humoristas se había fijado en la botella metalizada que llevaba ajustada a la mochila junto a la esterilla y se la regalé. La mujer se fue tan contenta por el tesoro conseguido. Tenía otra más pequeña.
bromista-indio.jpg |
hermano-bromista-indio.jpg |
La improvisación no sé lo qué había durado, pero ya había anochecido y tenía ganas de cenar. Me había sobrado algo de comida, pero quería acompañarlo con una samosa. Sin embargo, cuando fui al único puesto de comida que había en la estación, no quedaban.
Llegó el tren a la vía dos y los pasajeros tuvimos que cruzar las vías. Ya dentro, conocí a una pareja de jóvenes indios que me bombardearon a preguntas. Hubo tantas que alguna era original: ¿Te has encontrado con gente de tu país? ¿Por qué viajas solo? ¿Podrías viajar en grupo con gente que conoces? A los diez minutos ya me había solicitud mi amistad por facebook. Me pidieron que les cambiara el sitio, para estar más juntos. Tan cerca se tumbaron que compartían la misma litera hasta que vino el revisor y les llamó la atención. No tardé en dormirme de un tirón hasta las 7 de la mañana. Al despertar, noté que había más gente en el compartimento. Faltaban unas horas todavía para llegar y me volví a dormir.