jueves, 30 de abril de 2020

Viaje a la India (Episodio 7)


Llegada a Haridward

A la mañana siguiente cogí el tren que me llevaría hasta Haridward. Fue según lo previsto, aunque con una grata sorpresa, pues se nos repartió (estaría incluido en el billete) un desayuno y una especie de almuerzo, pero no. Pues el chico que había repartido la comida, después pasó con una gran bandeja de plástico y pasaba pidiendo dinero insistiendo a los turistas (que éramos contados). Le dí lo que me pareció, pero a los pocos minutos volvió a pasar devolviendo lo recibido bajo la atenta mirada de su jefe (o encargado) que lo grababa con el móvil. Me quedé pensando si le había dado mucho y por qué hacía eso. ¿?


Al llegar me había propuesto comprar el billete hacia la siguiente parada pensada: Amritsar. Pregunté a unos guardias en la estación, que me indicaron una ventanilla, donde me señalaron en frente y desde allí a no sé donde. El juego de la oca. Doy un paseo a ver si doy con ella. ¡Nada! Finalmente decido volver por la tarde. Uno de aquellos vigilantes me había enviado a la oficina de Turismo, que está frente a la estación. Siguiendo el mapa de la guía la encuentro sin dificultad. En realidad, es un hotel vacío, donde el recepcionista me dice que como es domingo está cerrado. La guía comenta: “ineficaz” Sin duda, pasó por aquí.
Haridward es tan ruidosa como Delhi, pero concentrada alrededor de dos largas calles longitudinales. El hostal se encuentra en una de las puntas de la pequeña ciudad, en una zona llamada Har-ki-pairi, a las orillas del Ganges, donde hay un templo hindú. Para llegar a él tuve que coger un tuk tuk con la inquietud lógica por lo que me había pasado en Delhi. Está como a kilómetro y medio. 150 rupias me pedía el señor chófer. Sé que es su trabajo, pero Haridwar no es Delhi, no se trata de ser huraño sino de ser justo y le rebajé el precio. Fue una carrera vertiginosa y emocionante (como una atracción de feria pensé). Tras unos 10 minutos como mucho, me dejó en un cruce de una calle a la que ambos lado está llena de tenderetes. Es una de las principales. Peatonal no quiere decir que no pasen motos tocando el claxon como si se acabara el mundo, queriendo pasar sí o sí. Aquí el peatón no tiene preferencia. Siempre con prisas. ¿Ésta es la India de la meditación y el yoga? Seguramente que no, pero también. 


Llegué al hostel, un antiguo hotel que conservaba su nombre anterior Alsano y que había sido habilitado con un gran sala con literas de 2 camas cada una, rodeadas de unos parabanes de madera lo que resultaba ser camaretas de cuatro camas y una estantería que separaba a su vez una retahíla de literas, en total cuento 20 camas (en la web decía 10, bueno, han crecido). Esto daba lugar a que por la noche hubiera gratuitamente un concierto de sonoros e interesantes ronquidos, aunque no estaba lleno.
Después de hacer el check-in, un chico me guió hasta mi cama y en la taquilla no había ni llave, tarjeta ni candado ni nada parecido que protegiera mis bienes. Debajo de la litera había encajada una jaula (que no es para ninguna mascota, sino para las cosas de cada uno), sin candado para cerrarla, aunque  se podía poner uno. Muy seguro no me pareció porque por debajo había una abertura por donde cabía perfectamente una mano.

Me tumbé en la cama para descansar un rato y programar qué hacer. A la primera conclusión a la que llegué fue la de ir a comprar el billete, aún suponiendo que debía volver a la estación en vez de visitar la ciudad, me mentalizo que es parte del viaje. Lo intenté con el wifi del hostel, pero imposible, a pesar de que me ayudó mi compañero de habitación un chico indio muy amable de Goa, llamado Floyd. Era alto, fuerte y con una larga cabellera negra como su barba (por el color). Me contó que era astrólogo y terapeuta y que estaba viajando desde hace tiempo. También me dijo que en la India había mucha gente que cree en la astrología (y yo que pensaba que era más occidental que otra cosa) y que hasta podía influir en la gente en su toma de decisiones importantes.




sábado, 25 de abril de 2020

Viaje a la India (Episodio 6)

Visita a la puerta de la India y la mezquita Jama Masjid

En fin, ya se ha hecho de noche, y contemplo extasiado el conjunto donde en su día las autoridades inglesas tenían el centro de su imperio en la India. Es grandioso y cómo lo tienen iluminado, tanto sus edificios como sus fuentes, le da un toque futurista.
Al fondo, que se puede ver tras una verja, está la residencia del actual primer ministro, parece una nave espacial gigante vista de lejos. (Rashtrapati Bhavan). Por cierto, una de las más grandes del mundo. En el lado opuesto del Rajpath (camino de los reyes) a una distancia considerable se encuentra La puerta de la India, un “europeo arco del Triunfo”, (acabado en 1931) que recuerda a los soldados indios muertos en la primera guerra mundial y las Guerras Afganas en 1919.



Vuelvo a Old Delhi, y para entrar en el metro la cola es tan larga que llega a la calle En cada una de las entradas hay un detector, por el que también hay que pasar mochilas, también te cachean, ése es el motivo del “tapón” humano. En el barrio antiguo me faltó por ver la mezquita más grande de la India. Cuando llego son las 20 h. y sigue el bullicio, taxis, tuk-tuks abarrotan las calles, me encamino a la plaza de la cual sale una bocacalle que da directamente a la mezquita, pero ¿cuál? Imposible saberlo... en este desconcierto, miró detrás de mí, y en una esquina leo un letrero que dice: “Policial Station” ¡Bingo! En la puerta hay un guardia sentado que está ensimismado hablando por el móvil. Me acerco y, tras unos instantes, se levanta un poco y me indica qué quiero, y me señala una calle, la del Bazar...
Llegar a la mezquita por esa calle fue toda una experiencia, solamente iluminada por las luces de las tiendas, Hay tanto movimiento que las motos van incluso por la acera, ya no se distingue la calzada y todo “amenizado” por el ruido ensordecedor de cláxones y pitos. Un verdadero hormiguero.


Encuentro finalmente la mezquita que está rodeada por un muro con vallas. A sus pies su gentío se multiplica, añadiendo el sonido de una ambulancia que está parada a causa del tremendo tráfico. También aparece un coche de policía. Giro hacia la derecha en busca de la entrada de la Mezquita. Hay que subir unas anchas escaleras, donde hay personas sentadas “disfrutando” del espectáculo de la aglomeración que no para. Ya, en la entrada, me espera el guardián del templo, el portero me pide 300 rupias para entrar con la cámara reflex que llevo o el móvil. Entiendo que sea su trabajo, pero, entre la poca luz que hay (el libro-guía comentaba unas luces que embellecían la mezquita, que no veo por ninguna parte) y sabiendo que las fotos no van a quedar bien con tanta oscuridad (con flash o sin él), decido no entrar. Además hay accesos cortados dentro de la mezquita por la hora que es. Un poco cariacontecido me voy, vuelvo rodeándola para hacer alguna foto, pero, por un lado, es complicado por la perspectiva, y, por otro, debido a los muros, y para acabar, por los innumerables vendedores que se agolpan y más gente y vehículos que pasan por donde quieren o pueden.

Sigo el rodeo hasta darme cuenta que no se puede dar la vuelta entera al recinto y vuelvo sobre mis pasos. De regreso, dos niñas subidas a un carro me gritan, “foto, foto”, y a continuación “rupis, rupis”. Les hago una a cada una, pero veo que las fotos no quedan bien. Me llevo la mano al bolsillo y raudas y veloces corren hacia mí. Sin mirar lo que saco les doy unas monedas a cada una. Creo que les tendría que haber dado más.



lunes, 20 de abril de 2020

Viaje a la India (Episodio 5)

Visita a Lotus Temple y a Humayan'sTomb                                                  8 de abril de 2018

El tren se mueve. Y como si alguien lo hubiera sabido, tengo delante de mí una excelente mesa para escribir. Salimos con 5 minutos de retraso, camino de Haridward, por lo menos yo, claro. Supongo que hará más paradas. Me esperan entre 4 y 5 horas de viaje. Hace media hora que el sol ha salido. Un joven con una gorra reparte botellas de agua de un litro. El vagón va lleno y estoy más o menos en medio.

Sigo el relato por donde lo dejé. Ayer “estrené” mis saludos matutinos al sol (un ejercicio de yoga) y tras desayunar tranquilamente, me topé con Xunia y le comenté que podíamos ir juntos al Lotus Temple, pues el tour que había organizado el hostel se había cancelado. Como ya había ido el día anterior, recordaba cómo ir, y, aunque le informé sobre ello a Xunia, es reacia a seguirme.
Esta vez sí que estaba abierto y el cielo como de costumbre es una bruma inmensa. Al llegar a la también conocida como Casa de adoración Bahá'í, hay que descalzarse y subir unas escaleras para acceder ordenadamente por grupos. Varios chicos se encargan de ello. El templo pertenece a una religión que proclama que todas las religiones son una, es decir, universal (eso es lo que me contaron) y que fue fundada por Bahá'u'lláh. En realidad este hombre creó en el siglo XIX en Oriente Medio el bahaismo y fue considerado como la manifestación de Dios en la tierra. Por lo que leí está bastante extendida. El templo en forma de loto, de ahí su nombre, fue construido en los años 80 del siglo pasado.
En el interior todo es paz y sosiego, aunque no es óbice para que algunos indios tengan prisa por entrar, la misma que por salir, cuando descubren que tras los grandes ventanales del lugar sagrado no hay más que alargados bancos de madera y poco más.
Me siento con Xunia en uno de ellos. Ella se confiesa atea, como muchos chinos, aún así, cierra los ojos y su cara desprende paz. Decido seguirla y medito unos minutos y recito unas cuantas veces un mantra... “Deseo paz a todos los seres vivos” ¡Qué complicado!


Volvemos al metro, tras calzarnos, claro. Antes de llegar hay un bazar, un supermercado con aire occidental. No sólo venden ropa, sino también comida y complementos. Xunia quiere comprar regalos a su familia. Seguramente no es el mejor sitio, aunque decide comprar té, (como yo) y comida. Aprovecho para comprar fruta para el viaje de mañana. A la hora de pagar, Xunia, se ofrece a abonar todo con su tarjeta, pues tiene poco efectivo. Pero, ¡Sorpresa! No “leen” su tarjeta y al final pago yo, por lo que tenemos que volver al hostel para que me devuelva lo que le he prestado.. Añadiré que los indios también intentan colarse incluso con el carro lleno. No quiero darle importancia, porque al final me lo tomo como un ejercicio de paciencia.
Ya en el hostel, Xunia se encuentra con unos taiwaneses que le prestan el dinero. Ya se acerca la hora de comer, y me encamino al restaurante de costumbre. Si otros días, no había casi gente, hoy está lleno, es fin de semana. Incluso hay que hacer cola y le comento al gerente que lo pediré para llevar.
¿Qué me quedaba más ver en Delhi? Pues otra maravilla es la Humayan's Tomb. Allí que me fui después e comer. Cogí el metro, el cual tenía varias salidas, lo que no indicaba la guía. Depende de la que se coja te dejará más o menos lejos. De todas maneras, no hay ningún letrero que señale el conjunto monumental. Caminé como media hora antes de llegar, pues me olvidé de coger un tuk-tuk. A pesar de que algunos pasaban a mi lado pitándome intentando llamar la atención. Si me pierdo, me pierdo yo mismo.
La tumba de Humayan no es sólo el gran templo mogol (restaurado) que alberga los restos del emperador del mismo nombre, sino varias mezquitas y edificios repartidos por su gran terreno (oasis de paz y tranquilidad, a pesar de la gente que había) contrastando con el ajetreo de Delhi. El conjunto es Patrimonio de la Humanidad. Sin duda, se merece ese reconocimiento. Podría ser el hermano pequeño del Taj Majal de Agra.


El templo se ubicaba en un recinto gigantesco. Para llegar a él había que continuar un camino el cual al principio era flanqueado por dos más pequeños, uno a cada lado que siguen el esquema del mayor, es decir, el cuerpo central culminado por una cúpula y otras “capillas” más pequeñas que lo rodean. Alguna en estado decadente. Ya dentro, descubro que realmente es como un panteón con diferentes tumbas.
Al salir busco la estación más cercana de metro con el mapa, como no es fácil porque no hay indicaciones. La casa del Tibet es una buena referencia y tras preguntar varias veces, consigo dar con ella, no sin antes vagar sin rumbo por alguna avenida, donde se concentran familias con niños pequeños descalzos y cocinan en una olla sobre dos ladrillos, se suceden hombres jugando a las cartas, tirados durmiendo como muchos perros que al pasar cerca de ellos ni se inmutan.
Hace calor, 37 Cº (Según el móvil). Por fin, encuentro el metro y me dirijo hacia el palacio presidencial, está a tres estaciones, pero ,claro, ¿por qué salida salgo? Un misterio, más grandes avenidas, hay una señal que lo indica, pero por si acaso pregunto (a un joven con auriculares de aspecto serio y moderno) y me indica que saque mi móvil y que ponga google maps, Me pregunta algo molesto que por qué no conecto el wifi “Wifi, my friend...” me dice. Tengo que aclarar que no me preocupé de tener datos en otro país o tener una tarifa “especial”. Hubiera sido más fácil seguramente, pero no hubiera tenido tanta emoción. Ahí lo dejo. Jajaja.



miércoles, 15 de abril de 2020

Viaje a la India (Episodio 4)


Visita a Qutab minar

Ya por la tarde me fui a una de los atractivos que ofrece la bulliciosa Dehli, Qutab Minar. Cogí el metro, pues estaba como a 15 kilómetros al sur. Me compré una tarjeta con 4 viajes por 200 rupias y es recargable. No fue corto el viaje línea amarilla, linea violeta, de transbordo a transbordo. Al llegar, desde la estación de metro al conjunto monumental había 10 minutos en tuk-tuk. No hay escapatoria. Ir caminando es imposible por dos razones porque la carretera que conduce allí no tiene arcén y, por otro lado, escasean las indicaciones.
Pues en la estación de metro me asaltan varios conductores, uno de ofrece unos míseras rupias por el trayecto. No hace falta que le comente adonde quiero que me lleve. Durante el recorrido pone música india a todo volumen, como si se acabara el mundo y me comentó que por el mismo precio me llevaría a otro sitio. Dicho y hecho! Tuerce por un camino de tierra bordeado por edificios decadentes y se detiene frente a una tienda de telas.
Me quedo en el tuk-tuk con cara de pocos amigos, de brazos cruzados como si fuera un niño enfadado y no dejo de decirle que quiero ir Qutab Minar y que no iré a la tienda. Había un hombre en la puerta custodiando la tienda, el cual, al vernos, se acerca. Ante su insistencia dejo de hablarle y miro a todos lados como si no existieran y volvemos por donde habíamos venido y finalmente me deja a unos 300 metros del lugar de entrada. A partir de ahora no hablaré con ningún tuk-tuk... pensé.
Accedí al recinto medieval, tras pagar unas asequibles 500 rupias, menos de 5 €.


¡Qué decir de Qutab Minar, una impresionante torre de más de 70 metros construida a lo largo de casi dos entre los siglo XII y XIV! El minarete pudo ser levantado como parte de una mezquita, una torre defensiva... Está enclavado en un paraje que se conservan columnas y vestigios de un templo hinduista, con otra torre que se quedó en la base. El paraje estaba salpicado de familias y parejas, la mayoría locales, que paseaban y se hacían fotos tranquilamente, bajo las carreras de unos pequeños animales, que si no eran ardillas, se parecían mucho, de los cuales me entretuve haciéndoles fotos.
Volví a Dehli en un tuk-tuk compartido, en el que me senté en el asiento del copiloto. Cómo no! Me empieza a dar conversación, lo que me recordó al anterior, y le contesté secamente.
Ya en la estación de metro de donde me había “bajado” antes, durante la espera, se empezó a nublar y a soplar un viento huracanado como si se avecinara el Apocalipsis. Mi siguiente parada era el llamado Templo del Loto, un moderno, enorme e impresionante monumento. Al llegar cayeron unas primeras gotas y a alguien que pasa por la calle le pregunto por él. Sabía que no estaba lejos, de todas maneras, y bajo la lluvia continuo una verja que rodea el recinto. Se podía ver a lo lejos. Me topé con un coche de policía, a los que me pregunté si todavía estaba abierto. Su respuesta fue negativa, eran casi las 18,30 h. Volví sobre mis pasos bajo una lluvia algo más intensa con la idea de ir a la estación de trenes para reservar mi siguiente escala; Haridwar.




La estación está abarrotada de gente sentada, de pie, en las escaleras, en el vestíbulo, por todas partes. Me acerco a unas ventanillas a preguntar, se me cuela descaradamente una persona, una segunda. Al otro lado, un funcionario come unas galletas tranquilamente repantigado. Me informa que debo ir a la primera planta, donde hay hasta 10 ventanillas. Le pregunté a un guardia, el cual me indicó que en la plataforma 1 (digamos andén) había una oficina para turistas extranjeros. Para llegar a ella tuve que cruzar la estación a través de un puente que dominaba los trenes y las vías- ¡Un vía crucis, nunca mejor dicho!
En aquella oficina prácticamente vacía, decadente y con un dedo de polvo un empleado me dio una hoja para rellenarla con la información necesaria de donde quería ir. Y, tras dársela y pagar lo que pide , 875 rupias, decidí volver a casa en metro, no sin antes tener una sorpresa.
Al salir del metro, me encuentro que no es la entrada/salida más cercana al hostel, sino que tenía más. En vez de volver a la estación a buscar la salida correcta, intento volver por la ciudad, de noche y a oscuras intentando orientarme, después de unos minutos perdido, pude encontrar el hostel. Todavía seguía lloviendo. Antes fui a un restaurante para comprar pan de pita y agua para acompañar lo que tenía de cena.
Antes quería ducharme, pero estaba ocupado por la misma chica que conocí cuando dejé la habitación al mediodía (la habitación es mixta). Es china y para hacerme el gracioso le pregunto que si había estado toda la tarde en la ducha. Es muy risueña y simpática, bajita y con gafas ochenteras. Le pregunté si había cenado y le ofrecí compartir mi cena, lo que aceptó encantada. Durante el ágape, que le gustó bastante, nos contamos algo de nosotros. Ella es traductora de chino-japonés (ahí queda eso). Después de dos semanas que ha estado en la India, vuelve a Hong-Kong. Y así pasé la velada.



sábado, 11 de abril de 2020

Viaje a la India (Episodio 3)


Visita a Old Dehli (Chandni Chown)                                                                                                                 
                                                                                                                      6 de abril de 2018
¡Hoy fue día agotador! Por la mañana había pensado ir a un tour que organizaban los chicos del hostel, en principio estaba programado a las 10,30 h y al preguntar cuando empezaba, me han contestado que sólo estaba apuntado yo y que esperara unos minutos más. Finalmente fue un tour privado con un guía llamado Summit por Old Dehli, la antigua ciudad, como bien indica su nombre. Cogimos un tuk-tuk, que pagó él. ¿No era andando? Le inquirí sorprendido. Las distancias son enormes y el tráfico como de costumbre, muchísimo y muy ruidoso porque en ciertas partes no hay semáforos. Paramos en una avenida atestada de todo tipo de gente, cómo no! Se trataba Chandni Chown, un barrio de comerciantes nacido en el siglo XVII, en el que se sucedían tiendas, bazares y vendedores ambulantes, algunos en el suelo. Summit me empezó contando que en esa avenida se concentran las grandes cinco religiones de la India; el hinduismo, budismo, islam, jainismo y sijismo. Muestra de ello son los templos en los que nos paramos delante de cada uno, explicándome cuáles eran sus fundadores y algo de historia, que ya sabía al leer la guía que llevaba. Evidentemente no entendí todo lo que me decía, pero sí lo esencial. 
Después tomamos una calle, que podría haber sido cualquiera y entramos en otro mundo. Las callejuelas eran tan estrechas que apenas podían cruzarse dos vehículos pequeños. Summit me contó que en ese laberinto no vivía nadie, pues históricamente un emperador decretó que sólo se establecieran los mercaderes, lo que se ha mantenido hasta ahora.
En un momento dado, torcimos por una calle y al fondo había dos perros al fondo tirados en el suelo, y dudé si estaban vivos o muertos. Eran casas que tenían unas fachadas de estilo árabe con sus puertas de medio punto. Allí no vivía nadie, eran almacenes de las tiendas. Me sorprendió tanta paz que se podía respirar a tan pocos pasos del bullicio, al final de un callejón los jainistas tenían un pequeño templo.
Volvimos a las intrincadas callejuelas que con el tiempo se habían organizado según lo que vendían... joyas, frutos secos, especias, etc. Por cierto, al pasar por esta última parte, el olor era tan asfixiante que me picaba la nariz, y se sucedían los estornudos. Subimos unas escaleras por donde se agrupaban los puestos, en los que separaban granos del algún fruto, cual vaquero norteamericano buscando pepitas de oro en los ríos, pero sin río, ni oro.
También me llamó la atención cómo venden la mercancía, cual majo de Goya, los vendedores se encuentran semiacostados en el suelo cual emperadores romanos con las uvas en la mano en su triclinium.

Después de hacer unas fotos, hicimos un descanso, no hay prisa. Me pedí un chai que un señor preparaba en la calle, que también quiso pagar él.. Aprovechamos para conocernos, si estábamos casados, si teníamos hijos, le conté a qué me dedicaba. Le confieso que haber viajado a la India (y llevaba unas horas tan sólo) era viajar dos veces a otro lugar, a otra época. (No recuerdo si lo entendió o le sentó bien o mal).
Summit estaba soltero con 25 años, pero en tres o cuatro años pensaba dejar la soltería. No es de Dehli y ha estudiado literatura inglesa. ..
Acabé haciendo algunas fotos más, también de una especie de altar con dibujos y unas guirnaldas de flores, donde siglos atrás los mogoles hirvieron y decapitaron a los musulmanes, como indicaban muy bien los dibujos.
Volví en un taxi compartido bastante apretados. Miraba el gentío y recordé un hombre con barba profética que a duras penas pedaleaba su bicicleta de la cual tiraba un carro lleno de niños debidamente uniformados que saldrían de algún colegio privado. Los críos al verme me sonreían y me saludaban.
Al llegar al hostel fui directamente al restaurante del día anterior con un hambre de mil demonios y pedí algo distinto. Me pareció todo muy sabroso, eso sí, añadiendo , “no muy picante por favor”. La comida fue tan abundante que ya tenía la cena.


miércoles, 8 de abril de 2020

Viaje a la India (Episodio 2)


Visita al Askshardham temple con varias sorpresas                                        (5-4-2018)

Ya en el hostel, tras hacer el ckeck-in pertinente (registrarse), pregunto por un sitio cercano donde comer y que lo ofrezcan no sea muy picante. Los chicos del hostel se ofrecen para pedirme lo que quiera desde allí mismo y comer en la sala habilitada para ello o ir yo mismo. Decido encaminarme hasta el restaurante, pero pronto me surgen las dudas ¿me dijeron right, left? ¿Había un cine? Pregunto en un portal, me indican un primer piso ¿primer piso? No, sir, aquí hay unas oficinas, el restaurante está en la planta baja. 
El lugar es mínimamente elegante y los camareros lucen un chaleco negro, haciendo juego con zapatos, bastante desgastados, por cierto. Me pido una “especie” de menú y un té , 300 rupias, menos de 3 €. Vuelvo al hostel con la idea de descansar hasta las 5 de la tarde y visitar algún monumento después. Me decanto por el Akshardham temple. Como las distancias son enormes y con el calor que hace sería una locura ir a pie, y decido coger un ricksaw. Podía haber ido en metro, pero ver una ciudad bajo tierra no me atraía mucho, aunque evidentemente hubiera ahorrado tiempo.
Se ofreció a llevarme un tal Baloo (Balú?) de 56 años aunque aparentaba menos por 150 rupias. Comparado con el de la mañana, me pareció mucho, pero pueden ser casi 2 € y unos 15 minutos lo que tarde. El hombre da conversación y es amable. Yo soy su invitado/huésped, me dice, su lema es “si yo soy su invitado y estoy feliz, él está feliz”. Acordamos que me esperaría una hora para visitar el templo, avisándome que no se pueden hacer fotos ni con móviles. Cuando dijo dentro, entendí dentro del templo, no en el recinto que es inmenso. Había unas filas de gente en paralelo que desembocaban en unas consignas que a cambio de rellenar un papelito con los datos personales te guardan la mochila y te dan un token (una ficha) (por cierto, curiosos los del metro). 
Después de dejar la mochila, aviso a mi ricksaw que tardaré más pues esperando un chico me dijo que hacían un showlight a las 19 h. Eran las 18,15 h. El espectáculo empezó pasadas las 19 h y terminó a las 20 h. El amigo Baloo esperando, claro. El show consistía en una fuente con diferentes chorros de agua que se iluminaban. Cuatro niños salían rodeando la citada fuente mientras los chorros daban más o menos agua. Al fondo, había un recio edificio sin adornos y en el centro lo que podría ser una estatua, pero tapada. En un momento dado sobre la fachada del edificio se dibujaron las imágenes de un palacio y unos animales animados. Un chico que estaba sentado cerca, se puso a mi lado y me empezó a comentar lo que se veía; los diferentes dioses del agua, del fuego, de la tierra, del sol... Muy curioso! Por 80 rupiasSobre el templo, me pareció espectacular en el que hay que entrar descalzo y fuera tienen “la casa del zapato” para dejar las sandalias, zapatos, etc. Aunque pueda parecer de otra época, fue inaugurado en 2005, levantado por miles de voluntarios y artesanos en honor a Pramukh Swami Maharaj, fundador de una nueva religión. El interior se respiraba un ambiente frío que contrastaba con un olor a pies irremediable, a pesar de que sus enormes puertas estaban abiertas de par en par. En medio, podía decirse que en el altar había una gran figura de oro maciza dedica al fundador religioso y cada de uno de sus lados, unas esculturas, sino de tamaño natural, más grandes incluso, del mismo brillante material. En mi opinión, bastante recargado. Un “barroco oriental” ¿?
Volví al tuk-tuk (riscksaw) no sin antes comprar unas postales. Le pregunto que cuanto me va a cobrar, y contesta con el mantra, “si el huésped es feliz, él es feliz”. Le indico que volvamos al hotel, y durante el camino me insiste en ir a al oficina de turismo y le repito que sé lo que quiero ver y que tengo un mapa decente. Me ofrece ir a un sitio a cenar, le pregunto que si tiene comisión y que si está cerca del hostal no me importa. Me dice que las comisiones las tienen las tiendas no los restaurantes, lo que me cuesta creer. Accedo, pero no está cerca y claro, quiere esperarme. El restaurante es tan turístico que el camarero sabe español. El precio está bien, pero demasiada comida, que le pido que me la ponga en una bolsa para levar, que finalmente se quedará en el tuk-tuk.
Llegamos al hostal y hay que hablar de dinero, se muestra ambiguo, me pregunta qué haré mañana. Le digo que me gustaría ir a ver un par de cosas que están lejos y que también a un tour que organiza el hostel. Le cuesta acordar el precio, y al final me suelta que son 2250 rupias. Unos 30 € calculo, entiendo que es su trabajo y que ha estado toda la tarde conmigo, pero ¡coño! Teníamos que haber acordado el precio al principio. Pequé de pardillo y... además teniendo el metro al lado. Tuve que subir a la habitación porque no tenía tanto dinero encima. Quiso quedar al día siguiente a las 16 h. No me presentaría, lo tenía claro. Y así fue.

sábado, 4 de abril de 2020

Viaje a la India

EN BUSCA DEL HOSTEL PERDIDO

Aprovechando que hace dos años viajé a la India un mes, comienzo este blog, que más bien es un diario. Buen viaje y gracias por acompañarme.



                                                                                                                      5 de abril de 2018

¡Por fin estoy en la India! Llegué desde Londres según lo previsto. En el aeropuerto de Delhi, tras los controles de rigor, se me pidió la tarjeta de embarque (la del vuelo desde Londres), la cual había dejado en el asiento del avión porque creía que no la iba a necesitar, craso error. En fin, preguntando lo solucioné y abandoné el puerto de aviación y haber cambiado un dinero (por 300 € me dieron 21800 rupias). Me encaminé a la estación de metro que conectaba o acababa en New Dehli, a cuatro pasos del hotel o eso creía. Hubiera sido demasiado fácil, y, de hecho, encontrar la calle, no fue complicado, lo que no contaba era encontrarme con gente tan “amable” en principio, porque ..(y ya lo ponía la guía) que te lían ¡Vaya si te la lían! Y se aprovechan de la ignorancia, que en estos casos se da la mano de la confianza o abuso de ella.
Un señor me preguntó qué buscaba y después de enseñarle la reserva del hostel (una manzana 4/23) me indica que no es esa calle (evidentemente las calles no tienen nombre). Este hombre le preguntó a un ricksaw (un conductor de un motocarro para entendernos) que le comentó que me acercara a una oficina de turismo, que está en Connaught Place. (Según la guía que llevo, sólo hay una oficina de turismo oficial.) Me voy con él, durante el trayecto me contó que tenía 63 años, cuando aparentaba muchos menos, que era del Sur, de Bangalore, cuando aparenta muchos menos, según él, debido a que practicaba yoga. (Parece que el yoga vende como en España el flamenco).
Llegamos a la oficina que de oficial no tiene nada y detrás de una mesa, había un chico joven sentado, dos sillas cómodas de madera para los clientes y el rotulo del local en el que se podía leer algo de yoga... Enseguida me dí cuenta de que había caído en una trampa. Me empezó a preguntar cuestiones sobre mi estancia sobre la India y en Delhi. Sacó un mapa de la ciudad (lo único útil que conseguí sacar) y tras señalarme lo que podía ver, me indicó dónde estaba el hostal que había reservado. Muy cerca, muy cerca de donde estábamos, no se encontraba y me dio dos opciones; una, ir andando y la segunda coger un transporte y me pregunta si conozco Uber. Había tres kilómetros, según el tipo. ¡Suficiente! Me dije, con el mapa en la mano y mi equipaje salí escopeteado de allí, frustrado, pero con las cosas más claras. Era esa calle, decido ir caminando porque para pillar otro ricksaw y me llevara a otra oficina de turismo clandestina... Mejor que no...
Pero, pronto fui abordado otro hombre que se volvió a interesar por mí y a hacerme la pregunta del millón, a la cual sinceramente debería haber mentido. ¿La primera vez en India? ¿Adónde va? ¿Le puedo ayudar? La escena se repitió y me llevó a otro tuk-tuk (también conocidos así los ricksaws) Este chófer, más viejete, tenía los ojos cansados. No abrió la boca, solo el señor que me quería ayudar, me insiste, 60 rupias, (sin saber si era mucho o poco) y me pide que le pague al chófer cuando llegue al lugar, a lo que accedí. Este segundo chófer me llevó por el mismo sitio por el que había ido antes, me suenan las casas y algunos edificios que yo diría que son públicos.
En la misma calle donde se hallaba el hostel se detuvo para preguntar a un vigilante de uno de tantos edificios que parecían abandonados. Ni idea. Como hay más gente alrededor, también les interrogó, y le respondieron que siga más adelante hasta que por fin... llegué al hostel. ¡Prueba superada! Al llegar vi que a pocos pasos se “abría” la boca de una parada de metro.