Llegada a Haridward
A
la mañana siguiente cogí el tren que me llevaría hasta Haridward.
Fue según lo previsto, aunque con una grata sorpresa, pues se nos
repartió (estaría incluido en el billete) un desayuno y una especie
de almuerzo, pero no. Pues el chico que había repartido la comida,
después pasó con una gran bandeja de plástico y pasaba pidiendo
dinero insistiendo a los turistas (que éramos contados). Le dí lo
que me pareció, pero a los pocos minutos volvió a pasar devolviendo
lo recibido bajo la atenta mirada de su jefe (o encargado) que lo
grababa con el móvil. Me quedé pensando si le había dado mucho y
por qué hacía eso. ¿?
Al
llegar me había propuesto comprar el billete hacia la siguiente
parada pensada: Amritsar. Pregunté a unos guardias en la estación,
que me indicaron una ventanilla, donde me señalaron en frente y desde
allí a no sé donde. El juego de la oca. Doy un paseo a ver si doy
con ella. ¡Nada! Finalmente decido volver por la tarde. Uno de
aquellos vigilantes me había enviado a la oficina de Turismo, que
está frente a la estación. Siguiendo el mapa de la guía la
encuentro sin dificultad. En realidad, es un hotel vacío, donde el
recepcionista me dice que como es domingo está cerrado. La guía
comenta: “ineficaz” Sin duda, pasó por aquí.
Haridward
es tan ruidosa como Delhi, pero concentrada alrededor de dos largas
calles longitudinales. El hostal se encuentra en una de las puntas de
la pequeña ciudad, en una zona llamada Har-ki-pairi, a las orillas
del Ganges, donde hay un templo hindú. Para llegar a él tuve que
coger un tuk tuk con la inquietud lógica por lo que me había pasado
en Delhi. Está como a kilómetro y medio. 150 rupias me pedía el
señor chófer. Sé que es su trabajo, pero Haridwar no es Delhi, no
se trata de ser huraño sino de ser justo y le rebajé el precio. Fue
una carrera vertiginosa y emocionante (como una atracción de feria
pensé). Tras unos 10 minutos como mucho, me dejó en un cruce de una
calle a la que ambos lado está llena de tenderetes. Es una de las
principales. Peatonal no quiere decir que no pasen motos tocando el
claxon como si se acabara el mundo, queriendo pasar sí o sí. Aquí
el peatón no tiene preferencia. Siempre con prisas. ¿Ésta es la
India de la meditación y el yoga? Seguramente que no, pero también.
Llegué
al hostel, un antiguo hotel que conservaba su nombre anterior Alsano y
que había sido habilitado con un gran sala con literas de 2 camas cada una,
rodeadas de unos parabanes de madera lo que resultaba ser camaretas de
cuatro camas y una estantería que separaba a su vez una retahíla de
literas, en total cuento 20 camas (en la web decía 10, bueno, han
crecido). Esto daba lugar a que por la noche hubiera gratuitamente un concierto de
sonoros e interesantes ronquidos, aunque no estaba lleno.
Después
de hacer el check-in, un chico me guió hasta mi cama y en la
taquilla no había ni llave, tarjeta ni candado ni nada parecido que
protegiera mis bienes. Debajo de la litera había encajada una jaula (que no es para
ninguna mascota, sino para las cosas de cada uno), sin candado para cerrarla, aunque se podía poner uno. Muy seguro no me pareció porque
por debajo había una abertura por donde cabía perfectamente una mano.
Me
tumbé en la cama para descansar un rato y programar qué hacer. A la primera conclusión a la que llegué fue la de ir a comprar el billete, aún suponiendo que debía volver a la estación en vez de visitar la ciudad, me mentalizo que es parte del viaje. Lo intenté con el wifi del hostel, pero imposible, a pesar de que me ayudó mi compañero de
habitación un chico indio muy amable de Goa, llamado Floyd. Era alto, fuerte y con una larga cabellera negra como su barba (por el color). Me contó
que era astrólogo y terapeuta y que estaba viajando desde hace tiempo. También me dijo que en la India había mucha gente que cree en la astrología
(y yo que pensaba que era más occidental que otra cosa) y que hasta
podía influir en la gente en su toma de decisiones importantes.