miércoles, 15 de abril de 2020

Viaje a la India (Episodio 4)


Visita a Qutab minar

Ya por la tarde me fui a una de los atractivos que ofrece la bulliciosa Dehli, Qutab Minar. Cogí el metro, pues estaba como a 15 kilómetros al sur. Me compré una tarjeta con 4 viajes por 200 rupias y es recargable. No fue corto el viaje línea amarilla, linea violeta, de transbordo a transbordo. Al llegar, desde la estación de metro al conjunto monumental había 10 minutos en tuk-tuk. No hay escapatoria. Ir caminando es imposible por dos razones porque la carretera que conduce allí no tiene arcén y, por otro lado, escasean las indicaciones.
Pues en la estación de metro me asaltan varios conductores, uno de ofrece unos míseras rupias por el trayecto. No hace falta que le comente adonde quiero que me lleve. Durante el recorrido pone música india a todo volumen, como si se acabara el mundo y me comentó que por el mismo precio me llevaría a otro sitio. Dicho y hecho! Tuerce por un camino de tierra bordeado por edificios decadentes y se detiene frente a una tienda de telas.
Me quedo en el tuk-tuk con cara de pocos amigos, de brazos cruzados como si fuera un niño enfadado y no dejo de decirle que quiero ir Qutab Minar y que no iré a la tienda. Había un hombre en la puerta custodiando la tienda, el cual, al vernos, se acerca. Ante su insistencia dejo de hablarle y miro a todos lados como si no existieran y volvemos por donde habíamos venido y finalmente me deja a unos 300 metros del lugar de entrada. A partir de ahora no hablaré con ningún tuk-tuk... pensé.
Accedí al recinto medieval, tras pagar unas asequibles 500 rupias, menos de 5 €.


¡Qué decir de Qutab Minar, una impresionante torre de más de 70 metros construida a lo largo de casi dos entre los siglo XII y XIV! El minarete pudo ser levantado como parte de una mezquita, una torre defensiva... Está enclavado en un paraje que se conservan columnas y vestigios de un templo hinduista, con otra torre que se quedó en la base. El paraje estaba salpicado de familias y parejas, la mayoría locales, que paseaban y se hacían fotos tranquilamente, bajo las carreras de unos pequeños animales, que si no eran ardillas, se parecían mucho, de los cuales me entretuve haciéndoles fotos.
Volví a Dehli en un tuk-tuk compartido, en el que me senté en el asiento del copiloto. Cómo no! Me empieza a dar conversación, lo que me recordó al anterior, y le contesté secamente.
Ya en la estación de metro de donde me había “bajado” antes, durante la espera, se empezó a nublar y a soplar un viento huracanado como si se avecinara el Apocalipsis. Mi siguiente parada era el llamado Templo del Loto, un moderno, enorme e impresionante monumento. Al llegar cayeron unas primeras gotas y a alguien que pasa por la calle le pregunto por él. Sabía que no estaba lejos, de todas maneras, y bajo la lluvia continuo una verja que rodea el recinto. Se podía ver a lo lejos. Me topé con un coche de policía, a los que me pregunté si todavía estaba abierto. Su respuesta fue negativa, eran casi las 18,30 h. Volví sobre mis pasos bajo una lluvia algo más intensa con la idea de ir a la estación de trenes para reservar mi siguiente escala; Haridwar.




La estación está abarrotada de gente sentada, de pie, en las escaleras, en el vestíbulo, por todas partes. Me acerco a unas ventanillas a preguntar, se me cuela descaradamente una persona, una segunda. Al otro lado, un funcionario come unas galletas tranquilamente repantigado. Me informa que debo ir a la primera planta, donde hay hasta 10 ventanillas. Le pregunté a un guardia, el cual me indicó que en la plataforma 1 (digamos andén) había una oficina para turistas extranjeros. Para llegar a ella tuve que cruzar la estación a través de un puente que dominaba los trenes y las vías- ¡Un vía crucis, nunca mejor dicho!
En aquella oficina prácticamente vacía, decadente y con un dedo de polvo un empleado me dio una hoja para rellenarla con la información necesaria de donde quería ir. Y, tras dársela y pagar lo que pide , 875 rupias, decidí volver a casa en metro, no sin antes tener una sorpresa.
Al salir del metro, me encuentro que no es la entrada/salida más cercana al hostel, sino que tenía más. En vez de volver a la estación a buscar la salida correcta, intento volver por la ciudad, de noche y a oscuras intentando orientarme, después de unos minutos perdido, pude encontrar el hostel. Todavía seguía lloviendo. Antes fui a un restaurante para comprar pan de pita y agua para acompañar lo que tenía de cena.
Antes quería ducharme, pero estaba ocupado por la misma chica que conocí cuando dejé la habitación al mediodía (la habitación es mixta). Es china y para hacerme el gracioso le pregunto que si había estado toda la tarde en la ducha. Es muy risueña y simpática, bajita y con gafas ochenteras. Le pregunté si había cenado y le ofrecí compartir mi cena, lo que aceptó encantada. Durante el ágape, que le gustó bastante, nos contamos algo de nosotros. Ella es traductora de chino-japonés (ahí queda eso). Después de dos semanas que ha estado en la India, vuelve a Hong-Kong. Y así pasé la velada.



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